No quieres, te niegas a reconocerlo. Aunque te asustas, pones buena cara, intentas que nadie te lo note en la voz, ni lo mencionas para que no ocurra, pero al final sucede: no sabes cómo ganar. Los síntomas son claros. Entras en el campo cabizbajo, tenso de más, incómodo, duermes a tirones en la víspera del choque y ya no se te nota disfrutar, los partidos se te hacen bola y, por más que disimulas cuando alguien te interroga al final del encuentro, se te escapa un «no podemos dejar de creer ahora» que lo llena todo de incertidumbre.

Solo hay una cosa peor que no ganar y es acostumbrarse a perder, asumirlo con una incómoda naturalidad, aceptar que es lo que toca y que contra eso no se puede luchar porque las dinámicas vienen y van y ya cambiará la nuestra. Esa es una falacia perniciosa que refuerza la inacción como motor de gestión. El Elche necesita soluciones ofensivas que van más allá de la eficacia de sus delanteros. Precisa construir algo productivo alrededor de la pelota, ocupar los espacios, repartir la responsabilidad para ganar presencia cerca del portero rival.

Quince ataques por la banda izquierda y apenas tres por la derecha.

El desequilibrio es evidente. Mojica, Morente y Rigoni asumen todas las conducciones. Es como si no jugase nadie más, como si el resto no se atreviera a discutirlo. El balón nunca avanza por el carril central y el único modo de llegar al gol es buscando centros al área. Eso deja sin sentido futbolístico la inversión en Marcone y Lucas Boyé, que corren y corren desconectados del juego. Hasta ayer, todos los equipos que se habían enfrentado al Valencia quejoso de Javi Gracia le habían hecho al menos un tanto. El Elche no pudo y ese un pésimo síntoma. Si te conviertes en un inofensivo crónico se apodera de ti la inseguridad y dejas de hacer bien lo que habías bordado al comienzo de la competición: la defensa.

Cada centro lateral en contra se transforma en media ocasión de gol. Y los envíos al área que no te rematan se marchan por la línea de fondo porque la defensa rara vez los intercepta. Eso agudiza la sensación de asedio y deja el desenlace en manos de Edgar Badia, el único capaz de rebelarse contra la desgracia, de convertir en rutina lo extraordinario. Pero sus «milagros» se pierden por el sumidero, no dan ni para empatar, así que el desánimo, un veneno mortal, se desboca.

Guedes, cuestionado por todos, gana la línea de fondo y hace lo que mejor sabe: asistir. El vuelo tenso de la pelota dibuja una parábola que sortea a Diego y Gonzalo Verdú. Detrás de ellos, cerrando, está Mojica, que observa fijamente la trayectoria sin poner el más mínimo interés en el hombre que tiene detrás, desatiende su principal función. Wass remata a placer, sin oposición, anticipándose a tres defensores franjiverdes. A principio de curso, eso habría resultado impensable, pero ahora no, ahora la urgencia hace estragos y los fallos se multiplican. Si lo fías todo a la contención no puede haber fisuras, si las hay, date por muerto.

Almirón dice que lo tiene todo controlado, ¿pero exactamente el qué?

Nada sale como él espera, sus planes no dan frutos. Sabe lo que quiere, lo que seguro no está sabiendo es hallar el modo de que le salga bien. Cuando los resultados no acompañan, la herrumbre aflora, empiezan a verse las costuras y todo el mundo parece malo cuando no lo es. La invisibilidad de Marcone explica mucho de los males que ahora ahogan al equipo y es obligación del entrenador atajarlo. Lo que no se puede decir es que el técnico no lo intente: tres sistemas ofensivos diferentes en un mismo encuentro.

La plantilla del Elche tiene las limitaciones lógicas de un recién ascendido que está apoyado en una contabilidad que anduvo algunos años en coma y que ha vuelto a la vida monitorizada hasta el extremo para evitar recaídas. Igual Christian Bragarnik ha hecho números y ha decidido que no conviene sobreinvertir en algo que no garantiza rendimiento inmediato. El empresario se encontró con un ascenso que no esperaba y puede que quizá no sienta la necesidad insidiosa de mantener la categoría a toda costa. Si piensa así, se confunde.

Hay mucha menos distancia entre el equipo y la salvación que entre el máximo accionista y la entidad de la que es responsable. Se puede fracasar de muchas formas legítimas, apreciables, justificadas, la inacción no es una de ellas. Catorce jornadas sin ganar...