Tiene que notarse porque si no se nota, mueres. Ha de ser muy evidente que te va la vida en cada lance, en cada balón dividido, en las pocas ocasiones que las propias limitaciones de tu confección de equipo te ponen delante. Si no lo haces, si no es perceptible cada segundo que corres por el campo, acabará sucediendo lo que sucede siempre, que se te agotan las excusas y el despropósito te lleva por delante. El Elche, si de verdad quiere salvarse, además de creer en su entrenador, necesita poner todos sus sentidos en lo este le pide. Cualquier fisura a ese respecto se paga con el desastre. Saber qué hacer con el balón es una responsabilidad, pero es aún mayor tenerlo claro cuando está en los pies del rival. Ayer volvió a fallar ese fundamento, el que marca el borroso límite entre arrodillarte o seguir de pie.

Indecisiones y dudas, sin contundencia eres carne de cañón

En una liga tan exigente como la Primera División, los errores se penalizan, sobre todo los de concentración. El brillo del gol de Domingos Quina ciega, pero eso únicamente fue el desenlace. El zapatazo había que pararlo antes de que alzara el vuelo. El tanto imparable para el portero fue posible porque ni Gonzalo Verdú ni Marcone, cuando aún era sencillo, acertaron a invalidar una acción por llegar un segundo tarde a un cruce, por darse la vuelta instintivamente, restar visibilidad a Badia y alejarse de la trayectoria del golpeo, por conformarse con sentir el tacto de su par en vez de desactivarlo. El enorme sacrificio que haces pierde su valor si te desinflas en el último instante, el definitivo, el que te para el corazón.

La mayoría de goles tiene el fallo de alguien como razón de ser. El fútbol se comprende desde el error, y en el que se practica ahora en España esto es todavía más palpable. Construir ya no es prioritario, el objetivo es acercar la pelota al área y confiar en que alguien haga mal su trabajo. La maniobra de Boyé en el empate resultó hermosa, impecable, pero sin la inconsistencia de Nehuen no habría sido posible. El delantero del Elche convirtió un voleón al uso en una obra de arte porque anduvo más vivo que su defensor.

El ideario Escribá abarca muchos factores y ninguno incluye los déficit de atención. No los perdona, le duelen a rabiar. Te puedes equivocar, pero jamás no estar atento. Mojica ya lo sabe. Y cosas del desatino que es la vida, el mismo tándem de futbolistas que le dio al técnico el primer triunfo en su retorno a la ciudad, le privó de sumar en Granada ante un equipo diezmado física y mentalmente. Barragán salió desenfocado en la foto del disparo lleno de maldad de Fede Vico, que fue el primer aviso, el anticipo de lo que sobrevendría luego. En un desajuste tras pérdida, los andaluces fabricaron una posesión, la más larga del choque, probablemente la única con vocación creativa, y hallaron un agujero en el flanco derecho mientras Dani Calvo perdía la posición.

El centro raso al corazón del área, telegrafiado, anunciado con parsimonia, lo recogió en boca de gol Antonio Puertas porque Barragán cerró mal y apareció muy por detrás del hombre libre. Se quedó tocado, con la mente en su despiste, tal vez por eso volvió a dar facilidades para el remate de Yangel Herrera que pudo sentenciar el choque.

Traslados largos

Demasiado para poder ser controlados con cierta regularidad. El centro del campo franjiverde vive muy lejos del área de su adversario, necesita recorridos eternos para ver de cerca la otra portería. En esa situación, que es propia de los equipos con urgencias que cometen errores graves con y sin balón, en esa tesitura de emergencia súbita, la ocasión que te cae del cielo la tienes que marcar, más aún cuando es terriblemente clara.

Porque el fútbol, si no acaba contigo a la primera, siempre te da un madero al que asirte antes de naufragar. Si Calvo hubiera entendido que el balón que tenía que rematar en el último segundo del partido, a menos de dos metros de la línea de meta, con Rui Silva casi rendido, era el último sobre la faz de la Tierra, tal vez habría dedicado toda su energía a enviarlo a la red para sellar las tablas. No lo hizo, se quedó a medias y ni él mismo se lo perdonó.

La mirada buscando el vacío del central tras el pitido final resumió la esencia de una derrota que devolvió al equipo al punto en el que lo dejó Almirón, a ese en el que todos los arañazos terminan en hemorragia y la única explicación que le encuentras a la desgracia tiene que ver con Dios.