En la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la pobreza. En los buenos momentos y en los malos. Así se ha construido el matrimonio entre Gonzalo Verdú y el Elche, que va ya por su cuarto aniversario. No deja de ser paradójico que el cartagenero fuera el primer fichaje franjiverde en Segunda División B. Tocaba bajar al infierno y buscar más hombres que nombres.
Cuatro años después, nadie puede decir que aquello fue un error, por ninguna de las dos partes. Verdú ha ascendido a Primera División y, de paso, a los altares de una afición que le tiene como el símbolo de una reconstrucción que ha salido demasiado bien teniendo en cuenta el panorama que había en la ciudad de las palmeras hace poco.
Ahora, Gonzalo tiene un contrato acorde a su compromiso, a su esfuerzo, a sus valores... y a su rendimiento. No debe caer en saco roto este último apartado porque por muy ejemplar que sea el capitán fuera del terreno de juego, dentro del mismo cumple como se esperaba de él. O mucho más. Pocos podían aventurar en junio de 2017 que Verdú sería el símbolo de un Elche post-Nino.
Pero lo es. Y se lo ha ganado por respeto. Precisamente el respeto que, por ejemplo, ha mostrado al propio Nino y a lo que significan los valores que representaba. Ahora hereda su brazalete de capitán y su trascendencia sobre los que entren al vestuario del Elche. Que sepan que el símbolo actual del club ha llegado al cielo empezando en el infierno.
El baile de entrenadores en la 2017/18, el sufrimiento contra los filiales de Sporting y Villarreal durante el dramático «play-off» de ascenso a la categoría de plata, las dudas iniciales durante la primera vuelta del primer año en Segunda (solventadas en la segunda), el eterno ascenso de 2020 en plena pandemia (con todo en contra), el fútbol sin aficionados en el estadio, la milagrosa permanencia. Gonzalo Verdú ha ayudado ya a escribir numerosas páginas en la historia reciente. Lo seguirá haciendo. Al menos hasta 2023. Como el emblema actual del club.
