Elche CF | Opinión

El liderazgo silencioso que conquista la cima

Hay entrenadores que dirigen partidos, y hay entrenadores que dirigen procesos; Eder Sarabia, claramente, pertenece al segundo grupo

Eder Sarabia, entrenador del Elche

Eder Sarabia, entrenador del Elche / LOF

Juan Antonio Marín

Juan Antonio Marín

En un fútbol donde el ruido suele sustituir al contenido, donde se premia más la pose que la propuesta, todavía quedan entrenadores que hacen del silencio una forma de liderazgo. Que no necesitan levantar la voz para que se escuche su idea. Que no se parapetan en excusas, sino que se exponen detrás de una convicción. En ese territorio escaso, el entrenador del Elche Club de Fútbol ha plantado su bandera con la serenidad de quien sabe lo que quiere.

El Elche es hoy líder, pero lo es mucho más allá de la clasificación. Es líder porque ha encontrado un rumbo, una identidad, una forma reconocible de jugar y competir. Diez victorias en casa no son una racha, son una declaración. La del equipo que ha convertido su estadio en una fortaleza emocional y futbolística, y la del técnico que ha sabido transformar un vestuario en una idea colectiva.

Hay entrenadores que dirigen partidos, y hay entrenadores que dirigen procesos. Este, claramente, pertenece al segundo grupo. Su método no es dogma, es diálogo. Su autoridad no se impone, se gana. Y sus equipos no solo compiten: transmiten. Porque el fútbol, como toda obra con alma, se siente antes de entenderse.

No hay que ser adivino para saber que detrás de cada pase, de cada presión alta, de cada regreso ordenado, hay muchas horas de trabajo, de repetición, de corrección y de fe. Porque el fútbol también es una pedagogía: enseñar, convencer, contagiar. Y lo que ha conseguido este cuerpo técnico no es poco. Ha construido un lenguaje común donde antes solo había acentos dispersos.

El liderazgo, en este caso, no se mide por los gestos ampulosos en la banda ni por frases grandilocuentes en la sala de prensa. Se mide por la capacidad de hacer que once hombres crean. Y ese milagro silencioso, que tantas veces escapa a las estadísticas, es el que hoy sostiene al Elche en lo más alto.

La clasificación es un reflejo. Pero lo que verdaderamente emociona es ver a un equipo jugar con la madurez del que ha comprendido que ganar no es traicionarse, sino reafirmarse. Que el fútbol no es solo velocidad y músculo, sino también pausa, lectura, armonía.

El liderato, en este caso, no es solo un lugar en la tabla. Es una forma de estar. Una manera de honrar este escudo desde el respeto a una idea. Y eso, en un fútbol cada vez más ansioso y superficial, es casi una revolución.

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