Cuenta Pedro Ibarra en su "Historia de Elche" que "la epidemia más terrible que registran nuestros anales fue la que azotó a Elche en 1811", en referencia a la fiebre amarilla que, poco a poco, fue tomando el control de la entonces villa ilicitana hasta cobrarse las vidas de 11.000 personas en aquel desventurado año. Ahora, a dos siglos vista, el oftalmólogo Fernando Soler se ha propuesto ofrecer un sincero homenaje a todos los médicos que se quedaron en la ciudad atendiendo a los enfermos y que, al final, pagaron el sacrificio con su propia vida. Fruto de un proyecto muy meditado, el doctor Soler comenzó a dar forma su idea en los años ochenta, cuando el azar quiso que, durante su estancia en Madrid, se reencontrara con aquella "Historia de Elche" obra de Pedro Ibarra. El capítulo allí descrito le impactó y, poco a poco, comenzó a investigar y a descubrir más detalles, a través de la documentación que se conserva en el Archivo Histórico Municipal y, más tarde, gracias a la obra "Las epidemias pestilenciales en Elche a través de su historia", de Juan Rodenas.

Importada de Cartagena por un regimiento de catalanes que volvían de regreso a su tierra a principios de agosto de aquel año, la enfermedad pronto se dejó sentir en el Elche de la época con toda su dureza. Consciente de ello, uno de los médicos de la villa (el título de ciudad no llegaría hasta 1871), reunió a la Junta de Sanidad para alertar del peligro que acechaba. Sin embargo, las fiestas de agosto se acercaban y nadie quería empañarlas. Poco a poco, la epidemia fue ganando la batalla hasta que el 26 de agosto los facultativos llegaron a dar parte de 50 casos. Comenzaron así las rogativas a la Virgen, el aislamiento de los enfermos, el establecimiento de los cordones sanitarios, los bandos que condenaban a los que ocultaran a los afectados y una larga lista de medidas que no consiguieron atajar el mal. Incluso hubo días en los que se contabilizaron hasta más de 400 fallecidos. Murieron todos los médicos y tuvieron que habilitarse grandes zanjas para los cadáveres alejadas del núcleo urbano en lo que más tarde se convertiría en el Cementerio Viejo. También los presos fueron puestos en libertad para hacer las veces de enterradores y, salvo dos, el resto perdió la vida. Tampoco corrieron mejor suerte los médicos que llegaron de Valencia, una vez muertos todos los facultativos locales: de 14 sólo tres sobrevivieron. ¿El balance? Una ciudad asolada con más de 11.000 fallecidos.

El capítulo impactó a Soler y empezó a diseñar un proyecto que tenía como objetivo poner luz sobre aquella tragedia y ofrecer su particular homenaje tanto a aquellos médicos que perdieron la vida en 1811 como a todos aquellos que a lo largo de la historia han velado por la salud de la ciudad. La idea fue tomando forma y la pasión que ponía también atrapó a su hermana, la artista plástica María Jesús Soler. Fue así como el esbozo inicial se convirtió en un proyecto colectivo que tendrá forma de escultura y que verá la luz el próximo febrero, coincidiendo con la celebración del congreso de oftalmología FacoElche 2011. Precisamente la escultura se emplazará en la plaza que toma el nombre de un insigne médico ilicitano, Julio María López Orozco, junto a Porta de la Morera.

El doctor Soler explica que "era necesario que los ilicitanos recordaran un episodio que les resulta muy desconocido y que, sin embargo, es la mayor tragedia de la historia civil de Elche y, por otro lado, también queríamos dar a conocer el sacrificio de todos los colectivos que fallecieron, especialmente el de los médicos, que, con su abnegada entrega, ayudaron a todos los ilicitanos, fueran de Elche o de fuera, y pensamos que la Fundación Doctor Soler y FacoElche, coincidiendo con el bicentenario, tenían la obligación de levantar un monumento para conseguir este objetivo". Para ello, como explica María Jesús Soler, "la escultura, con un marcado carácter conceptual, intenta reflejar como, a lo largo del tiempo, los profesionales de la medicina, dedican sus esfuerzos a cuidar de la gente y a que viva mejor, algo que aparece reflejado por un gran ovillo hueco que no tiene principio ni fin. Por otro lado, la abnegación y la rectitud de los médicos aparece en las líneas rectas que incorpora la obra. Finalmente, los huecos de la escultura aluden al espacio que necesitan los investigadores para que circulen las ideas que permiten mejorar el día a día de nuestra sociedad".

La obra, de 1,70 metros de alto por un metro de ancho, reposará sobre un pedestal en el que la artista también refleja esas tres ideas que definen su idea: el paso del tiempo, la abnegación y la labor investigadora de los facultativos.La artista plástica precisa que "la escultura, que está en el horno, ya está bastante avanzada y en apenas unas semanas estará completamente terminada"... Será entonces cuando, coincidiendo con la inauguración de la figura, los hermanos Soler contribuyan a dar luz sobre uno de los capítulos más negros de la historia ilicitana.