Los tiempos cambian que es una barbaridad, aseguraba don Hilarión en la conocida zarzuela "La verbena de la Paloma". Y estos aires de cambio, aunque algunos sostienen que ya existían desde tiempos inmemoriales, también se dejan notar en la arquitectura.

Frente a aquel profesional sesudo dedicado a construir cantidades ingentes de viviendas y faraónicas obras públicas, emerge cada vez con más fuerza un nuevo tipo de profesional que dedica buena parte de sus conocimientos y toda su ilusión a desarrollar proyectos efímeros, que no tienen vocación de perdurar en el tiempo, pero que basan su "leitmotiv" en el resultado de un proyecto museístico, en la instalación de una señalización o en la creación de un escenario de ocio con fecha de caducidad. Y todo ello sin perder de vista el destinatario, la importancia del tiempo, del espacio, la iluminación o el recorrido como elementos básicos del proyecto.

En este marco, el arquitecto ilicitano Ángel Rocamora ha abierto al público un despacho en el que ya el entorno plantea un concepto distinto del trabajo cotidiano, desde la cercanía, intentando desmontar el halo de genialidad e inaccesibilidad que desde tiempos inmemoriales ha rodeado a estos profesionales. "Por eso, tengo mucho interés en permeabilizar, en meter la fachada del despacho en el interior para demostrar que tenemos un compromiso social y para que el público se nos acerque como a cualquier otro profesional".

Pero la desmitificación que plantea Rocamora se cristaliza también en algunos de los trabajos que ha realizado en los últimos años y que van desde el proyecto museístico para la exposición "Santa Pola, arqueología y museo" que se presenta hasta hoy en el MARQ, pasando por la elaboración de stands para ferias de calzado, el diseño de señalíticas para un yacimiento o el escenario para una gala benéfica del actor Antonio Banderas en una cantera de Málaga. "Se hizo un soporte para 3.000 personas con una estructura para la rueda de prensa, para la gente vip, con una gran plataforma. Era como un circo contemporáneo, pero en un lugar que desapareció tras el verano. Para mí esta arquitectura temporal, ese grado de temporalidad que acota el tiempo, la hace posible para ciertos sitios y determinados ambientes. Esa sería, por ejemplo, una solución para actuar en patrimonios como el Palmeral, con actuaciones que sean reversibles. No es una arquitectura efímera, es una arquitectura donde el tiempo es un parámetro de diseño importantísimo".

Pero este arquitecto ilicitano también ha llevado a cabo proyectos más convencionales como la construcción de un parque en Castalla, guarderías en La Unión o en Callosa, una exposición permanente en el Museo de Aguas de Alicante o el centro de recepción de visitantes del Museo Ciudad de Alicante, "aunque siempre desde una óptica distinta, trabajando codo con codo con el resto de oficios en los que aparece la relación directa con el que te trae el tubo o pone los paneles. No hay arquitecto que proyecta y manda, sino que hay relación directa con el oficio".

Rocamora se siente especialmente satisfecho del edificio del centro de alzheimer de Elche, sobre todo por la oportunidad de poder haber trabajado en su ciudad natal. "Lo hice con otros dos compañeros y fue espectacular porque era como intervenir la primera vez en Elche y darnos una oportunidad de oro. El trabajo en este caso se construyó a partir de la relación con los enfermos de alzheimer para ver sus necesidades. Por eso era importante que la entrada fuera a través de un parque, que el sol dé desde este, que haya como pequeñas salitas de estar, con techos bajos... piensas, en todo momento, en el trabajo relacionándolo con las necesidades del usuario que es quien al final va a consumir tu proyecto y del que nunca debes olvidar que estás a su servicio".

Sin duda, una manera distinta de ver el trabajo del arquitecto.

La "caja" con los símbolos de Elche

Rocamora confeccionó en 2009 la denominada "Elche box" como respuesta al planteamiento que hizo el Ayuntamiento para sacar a concurso el proyecto del mirador y en "el se trajo a arquitectos famosos", a pesar de que estos "no conocían cómo intervenir en el patrimonio local ni las características de la ciudad. Nosotros nos enfrentamos a ello con una pataleta: entendemos la arquitectura como andar, oler y conocer el sitio, entender a la gente. Por eso hicimos una caja currículum en la que se incluía el oropel, cal de El Raval, huesos de dátiles, el trenzado geométrico de la palma o la tierra del Palmeral, como los ingredientes que conforman la idiosincrasia del ilicitano. Esta caja la enviamos a varios despachos y acabamos trabajando con uno de ellos. Fue una oportunidad para pasar de la teoría a la práctica". M. J. M.