Iván Botella tarda un cuarto de hora desde su casa hasta llegar al campus de Elche. Y aquí, como ocurre en general cuando se mueve por la ciudad, continúa encontrando barreras que ralentizan su movilidad, así como otros inconvenientes que a muchos otros desanimarían en su determinación de sacarse una carrera universitaria.
Pero él no es de los que tiran la toalla. Se mueve en silla adaptada, impulsada por baterías y controlada por un joystick y aunque tiene parálisis cerebral y una discapacidad del 79% está empeñado en sacarse su carrera de Relaciones Laborales. Ayer le acompañamos en su deambular por el campus y conocimos con qué tipo de problemas se hallan los discapacitados físicos que acuden al campus ilicitano.
El primer problema se da nada más entrar en los edificios. En algunos casos, como en La Galia, las puertas son muy estrechas y hay que afinar mucho con la silla. En otros, como en Altabix, abrir las puertas supone un ejercicio de malabarismo para alejar la silla lo suficiente y estirar bien el brazo para abrir el acceso.
En la conexión entre edificios nos encontramos con más obstáculos: asfaltado deficiente, algunos escalones por rebajar o gravilla impracticable.
Botella asegura que en clase no tiene problemas para ocupar una mesa con su silla adaptada y que para estudiar prefiere la sala del edificio La Galia, por cuanto en la biblioteca general, ubicada en el primer piso de Altabix, con los ascensores clausurados con motivo del plan de ahorro energético, depende de la conserje para que le acompañe y suba y baje con él en uno de los elevadores accionados con llave.
Iván reconoce que la accesibilidad no está muy mal en el campus, pero que aún queda mucho por hacer, sobre todo con respecto a baches, puertas y, también, profesores poco empáticos.
