El chileno Raúl Rodríguez, afincado desde hace alrededor de una década en la provincia por la sencilla razón del amor, recibió hace unos años la llamada del equipo de la película «Gravity» para que construyera una cabeza robótica para rodar este filme. Cuando la acabó, le preguntaron si quería manejarla, integrado en el equipo de Efectos Visuales y no se lo pensó. Sabia decisión, ya que este trabajo les valdría tanto a él como al resto de sus compañeros un Oscar de otros seis que recibió la peli.

¿Y tan importante era ese aparatito que le mandaron construir para «Gravity»?

Era vital para el rodaje, ya que es donde se colocaba la cámara y permitía desarrollar unos movimientos vertiginosos. De hecho, me pidieron que fuera semitransparente para grabar en un cubo de luz, en el que no dejábamos de captar imágenes reales que luego mezclábamos con digitales. Era algo revolucionario. La cámara medía seis metros e, incluso, actores y directores de otros rodajes, como Keanu Reeves, venían al set con la curiosidad de conocer la tecnología. Reeves nos contrató un fin de semana para grabar unas tomas de kung-fu.

¿Y dónde se rodó? ¿En algunos estudios de Los Ángeles?

Pues no. Rodamos durante seis meses en los Shepperton Studios y unas cuantas semanas en los Pinewood, ambos en Reino Unido. Últimamente, la mayoría de películas de ciencia ficción se están grabando en Inglaterra. Hollywood está, en ese sentido, de capa caída. Parece que Europa viene mejor a las grandes producciones. Sobre todo por el tema de los beneficios fiscales.

Pues teniendo eso en cuenta, perdimos una gran oportunidad en el mundo del cine con la caída de los estudios alicantinos Ciudad de la Luz...

Yo pienso que no, que el cine de la provincia todavía no ha perdido la oportunidad de Ciudad de Luz. Es cuestión de echarle ganas. Está claro que es algo que nació de la especulación política, pero, si se genera una industria alrededor que lo nutra, el proyecto puede salir adelante. Por ejemplo, estuve trabajando en Bulgaria en unos estudios -Nu Boyana Film- en los que rodamos la segunda parte de «300». Me explicaron que esos platós se usaron durante la gran época soviética para desarrollar películas propagandísticas y que cuando cayó la antigua Unión Soviética cerraron. Pero se continuaron realizando pequeñas producciones en este país que generaron la suficiente mano de obra para alimentarlo cuando reabrieron.

¿Y usted cómo llegó a ser una «mano de obra» tan especializada para las grandes películas del cine?

Pues casi por casualidad. Yo acabé allá por el 2000 mi tesis sobre animatrónica y quería construir una cabeza robótica. Así que pensé que qué mejor sitio que Hollywood y sus escuelas de efectos especiales para aprender. Fui a la más prestigiosa del ramo, la de Joe Blasco, pero el curso era demasiado caro. No obstante, al ver mi tesis, me pusieron en contacto con los Stan Winstons Studios, donde se habían creado muchos de los robots más famosos del cine: Terminator o los dinosaurios de «Jurassic Park». Confiaron tanto en mí que me pagaron el curso en la escuela de Joe y me contrataron para «Terminator 3». La idea era continuar en Hollywood pero cuando vi la película de «El señor de los anillos» y me fijé en el personaje de Gollum, me di cuenta de que la animatrónica caería en picado y que lo nuevo pasaba por los efectos digitales. Me fui a Londres y me puse a trabajar en una empresa, Mo-sys, en la que desarrollábamos cámaras robóticas para mezclar realidad y efectos digitales. Con esa tecnología se habrán grabado el 90% de los filmes fantásticos actuales.

Y trabajar con Alfonso Cuarón, ¿supera la ciencia ficción?

El primer mes de «Gravity» estuvimos ensayando y Cuarón aún no había llegado. Nos decían que tenía una personalidad muy dura y que en su último rodaje, «Los hijos de los hombres», se había empeñado en que el bebé del final fuera un efecto digital o un niño verdadero, pero no un robot. Al llegar a la grabación de esa escena, dicen que Cuarón le arrancó la cabeza al niño-robot que le habían preparado. Así se las gasta. Pero la verdad es que cuando vino a nuestro set nos encontramos a un tipo genial, con el que nos enfrentamos a un rodaje muy complejo, con tomas muy largas y en la que entraban en juego multitud de ordenadores. La mayor parte del tiempo consistía en captar la cara de George Clooney y de Sandra Bullock, porque en gran parte del filme sus cuerpos eran ficticios.

Seguro que hay muchas mujeres y hombres a los que no les importaría pasarse tanto tiempo grabando la cara de Clooney...

Es un tipo muy simpático. Tanto él como Sandra Bullock eran bastante amables. Cogí muy buen rollo con el asistente de Clooney, que era italiano. Para los actores rodar con toda esta tecnología era como estar en mitad de un parque de atracciones, por lo que se mostraban agradecidos.

¿Próximo proyectos?

Pues estoy orientando ahora más mi carrera a la publicidad y al arte cinético, basado en la estética del movimiento. Me estoy tomando un tiempo para mí y lo estoy invirtiendo en generar un niño robótico, enfocado, como digo, sobre todo para el mundo artístico.