«¿Hasta qué punto un ser humano tendrá derecho a violar o a vejar a un robot?». Parece una pregunta sacada de la serie de televisión de HBO «Westworld», en la que las personas acuden a un parque temático, ambientado en el antiguo Oeste, y en el que los habitantes son androides, con apariencia humana, con los que pueden hacer lo que les salga de las narices. Una ficción que no está demasiado alejada de la realidad y un debate que quizá nos tengamos que plantear más pronto que tarde. La industria de humanoides con los que tener sexo está al alza en Japón y, en su mayoría, son representaciones de mujeres. Y no nos vayamos tan lejos. En Londres, un empresario está a punto de abrir un bar de café y felaciones, cuyas escorts estarán hechas a base silicona y circuitos. Con lo que se abre otra discusión: ¿Cómo suelen ser las representaciones femeninas dentro del mundo de la robótica e incluso de la inteligencia artificial? La respuesta se abordará hoy un debate que tiene lugar, a las 11 horas, en el edificio Innova de la Universidad Miguel Hernández, en el marco del Festival de Cine Robótico Ros. Las ponentes son la redactora jefe de la revista Quo, Lorena Sánchez; la periodista científica y realizadora del programa de RNE «Ciencia y Acción», Ángeles Gómez; la investigadora del Robotic Labs de la Universidad Carlos III de Madrid, Concha Monje, y la directora de investigación en Ciencias de Datos en Vodafone y experta en Inteligencia Artificial, Nuria Oliver.

Androides chicas y serviciales

Lorena Sánchez considera que el escaso número de trabajadoras mujeres en industrias como la de la robótica o la de la inteligencia artificial incide de manera importante en que los prototipos de humanoides que se crean con apariencia de fémina mantengan clichés machistas que están muy por debajo de lo avanzado socialmente en igualdad de género. «Muchos están orientados a ser recepcionistas, secretarias e, incluso, a dar placer. Hay auténticas virguerías desarrolladas en este sentido. Robots que son capaces de sentir el tacto humano o de adaptarse a tus necesidades sexuales. Nos plantea dudas sobre hasta qué punto tendremos que regular, de alguna manera, el sexo con estos seres tecnológicos. Como también deberíamos cuestionar, en el campo de la realidad virtual, el acceso a ciertos contenidos. En los grandes foros tecnológicos es algo que están abordando, porque el vacío legal es enorme», manifiesta Lorena Sánchez.

La periodista de Quo también señala que en esta industria, pensada desde un plano masculino, existen avances de inteligencia artificial, mucho más habituales, que también dan qué pensar. «Por ejemplo, tecnologías como el Siri o el Google Maps, tienen una voz femenina. Es como que la mujer está concebida para dar servicio», indica. En cambio, su compañera de debate, la ingeniería Nuria Oliver, no cree que este tipo de tecnologías opten por esas voces para reforzar los estereotipos. «Hay estudios que demuestran que existen tonos más agradables según una serie de características. Lo que sería bueno indagar es por qué, en general, a nivel social, nos genera más bienestar ese tipo de voces», especifica esta profesional, que no obstante es bastante crítica con la situación de las mujeres en su gremio, interconectado con el mundo robótico.

«También existen estudios que prueban que la falta de diversidad de género en los equipos de investigación provoca menos innovación, y eso es un problema». Una cuestión complicada de solucionar, ya que, según Oliver, el hecho de que los hombres sean los que elaboren la tecnología robótica, provoca que sea más atractiva para ellos y, por ende, para los niños, alejando a las niñas. Un círculo complicado de romper. «La solución podría pasar porque en los currículums educativos se introduzca, por ejemplo, el pensamiento computacional como materia. Así acercaríamos este mundo a las escolares que conviven con ideas preconcebidas de cómo debería de ser un ingeniero de robots: chico, pocas habilidades sociales, con gafitas... En definitiva, un geek o un nerd. Ahí juega un papel importante el cine y la televisión», dice.

¿El robot o la robot?

La periodista e investigadora Ángeles Gómez recuerda que en el filme «Planeta prohibido» alguien le pregunta a Robby, un robot coprotagonista, si es macho o hembra. «Esa pregunta, si se refiere a mí, carece de sentido», apunta el aparato. Una respuesta que a Gómez le vale para ejemplificar una idea que ella defiende: «Los androides, en ocasiones, deberían carecer de género. Así evitaríamos el reflejo de patrones sexistas», afirma la locutora, además de especificar que «ya existen laboratorios que optan por robots que rompen con los estereotipos, ya que poniéndoles un nombre femenino se les dan funciones que no son asistenciales ni sexuales». La especialista en robótica Concha Monje considera que el tema del género del robot solo es la punta del iceberg de un problema del gremio al que pertenece. «Ya no es simplemente que seamos pocas, sino que cuando una mujer llega a una empresa de este tipo también se topa con el dominio masculino, y eso a veces la desplaza. Es algo que visibilizar socialmente», dice.

La redactora Lorena Sánchez pretende hacer alusión hoy a Ada Lovelace, hija de Lord Byron, que sembró la semilla en el siglo XIX de lo que hoy se conoce como la programación. Si ella lo consiguió, todavía hay esperanza para las investigadoras en robótica y para prototipos libres de sexismo.