Tomo prestada la expresión del genial físico Isaac Newton, posteriormente utilizada en su libro por otro genio contemporáneo de la Física, Stephen Hawking, para referirse a la eterna gratitud que debemos a todos los grandes hombres y mujeres que nos precedieron. Personalmente, es una de las cosas que más me asombran de la sociedad actual: la estúpida creencia de que nuestra generación, con su tecnología, su internet y su globalización, lo ha inventado casi todo, que no debemos gran cosa a nuestros antepasados, a los gigantes que nos precedieron.

Corría el año 1977 y estaba a punto de enmendarse el penúltimo agravio comparativo que sufría la Ciudad de Elche.

Rebullía de juventud, de industrias y de emprendedores, de emigrantes llegados desde toda España, de trabajo, de optimismo y de desarrollo económico. Era el motor económico de la provincia de Alicante y contaba ya con 150.000 habitantes,… pero la ciudad no tenía un hospital. Entonces, la población entera se plantó ante la primera administración de la democracia, salió en masa a la calle y exigió un hospital y unos servicios de salud adecuados, como ya tenía desde finales de los 50 la vecina Alicante.

Paralelamente, en la década de los 70, acompañando al auge económico en España de los llamados Planes de Desarrollo, empezaba también a despuntar la Sanidad. Comenzaban a formarse excelentes generaciones de médicos en los primeros hospitales de la seguridad social de las grandes ciudades. Habían tenido un duro aprendizaje durante años, formándose como médicos especialistas por medio del nuevo sistema de residencia hospitalaria, con los últimos avances tecnológicos y siguiendo los métodos más modernos de enseñanza de la Medicina, ya presentes en Europa.

Tampoco los jóvenes enfermeros le fueron a la zaga, miles de enfermeros aprendían ávidamente su profesión en las modernas escuelas de enfermería, ya liberadas de cofia y de hábitos, dominando las técnicas y cuidados de enfermería que han dado tanto prestigio internacional a los profesionales españoles de la enfermería.

Y allí que se fueron en 1978 todos nuestros protagonistas, al recién construido Hospital de Elche. Todos con 20 o 30 años. Unos “pipiolos” que pronto iban a demostrar de lo que eran capaces. Los pioneros llegaron incluso antes de que se abriera oficialmente el hospital, cuando no tenía ni muebles, ni personal, ni muchas de las infraestructuras, y ni siquiera pagaba las primeras nóminas. Pero la ilusión de trabajar en su primer hospital, el ADN de un colectivo que derrochaba ilusión, pudo con todo. En pocos años, se desarrollaron todos los servicios de un hospital moderno. Se trabajó a destajo, con profesionalidad y espíritu de grupo, con la convicción de que estaban construyendo un hospital especial. Nadie les regaló nada.

Desde el INSALUD pretendían que fuera sólo un hospitalito comarcal, pero pronto comprobaron que aquellos irreductibles ilicitanos querían un hospital universitario, a la altura de los mejores del país. La cantidad y calidad de los miles de profesionales sanitarios que han pasado por el hospital es impresionante. Muchos de los médicos y enfermeros de nuestro hospital han llegado a crear escuela, y han sido profesionales de fama nacional e internacional. Han liderado sociedades científicas, han formado parte de grupos internacionales de expertos, han publicado en las mejores revistas científicas, han organizado múltiples congresos,… y todo ello sin dejar de ser amigos de sus pacientes. Para todos, su trabajo en el hospital, sus pacientes, han sido una de las cosas más importantes de su vida.

Durante muchos años, el hospital asumió también importantes cargas de trabajo. No sólo atendió a los municipios de Elche, Crevillente y Santa Pola, sino también a todas las comarcas del Sur de Alicante, como las de la Vega Baja y de Torrevieja, hasta llegar nada menos que al medio millón de habitantes. A lo largo de los años ochenta, noventa y en este siglo XXI, el hospital ha ido creciendo en edificios, en presupuesto, en equipamientos médicos y en reconocimiento universitario. Sucesivas oleadas de personal, ya pertenecientes al Servicio Valenciano de Salud, fueron incorporándose hasta convertirlo en la empresa más grande de la ciudad (2.468 trabajadores en todo el Departamento de Salud) y en lo que es hoy: uno de los mejores hospitales de la Comunidad Valenciana.

Resulta imposible cuantificar, en términos de salud y de desarrollo económico y social, el inmenso impulso que para la ciudad de Elche ha podido suponer durante estos 40 años el hospital. En estas últimas décadas, ciudad y hospital han llevado vidas paralelas: Elche como ciudad industrial, pujante y saludable, con un desarrollo demográfico y una atracción para los inmigrantes que la ha llevado a ser la vigésima ciudad de España en población. La atención de salud ya nunca fue un problema para las nuevas generaciones de ilicitanos, porque fueron atendidos en un gran hospital y en unos centros de salud tan buenos como los mejores de toda España. Todo esto, querido lector, lo han hecho posible, para centenares de miles de ilicitanos, nuestros profesionales sanitarios.

Pero la lógica inexorable del tiempo tenía que llegar. Nuestros protagonistas, aquella fantástica generación de profesionales sanitarios que fundaron el hospital, se nos han hecho mayores, y asistimos estos años a una masiva jubilación de médicos y de enfermeros. Cada mes, los compañeros despedimos de forma sencilla y emotiva a los que se jubilan. Muchos tenían quizá marcada en rojo la fecha en el calendario, porque dejan atrás los esfuerzos de toda una vida. Se van de un día para otro, sin hacer mucho ruido, casi sin creérselo del todo, dejando miles de pacientes agradecidos y también proyectos y tareas sin terminar, perdiéndose de golpe toda su experiencia y valor profesional.

¿Cuánto les debemos a estos profesionales, a estos “gigantes” que nos han llevado a hombros a usted y a todos nosotros? Si usted, querido lector, hace memoria de estas décadas, recordará seguramente muchos episodios en los que estos profesionales le han resuelto a usted o a su familia sus problemas de salud, o al menos le han acompañado en su dolor cuando no podían curarle. Aquél médico o enfermera, a quienes tanto les ha agradecido usted su atención, no estarán quizá ya cuando vuelva otra vez al hospital, porque se han jubilado…

Creo que las instituciones, los medios de comunicación, las sociedades avanzadas en general, tienen que buscar fórmulas honorables y dignas, para despedir como se merecen a estos trabajadores jubilados del sector público, que han dedicado su vida a mejorar la nuestra. Esta reivindicación no afecta solamente a los médicos o a los enfermeros. Cuando se jubila un maestro, un policía, un juez, un profesor de universidad, un técnico, o cualquier otro trabajador del sector público, deja tras de sí una dilatada hoja de servicios a favor de la comunidad. Nuestra sociedad encumbra a fantoches y a personajes de escasa moralidad. Si la sociedad busca auténticos héroes, aquí los tiene. Los primeros de cada clase, los que nunca nos fallan aunque haya crisis económica, las personas que renunciaron a fama y dinero a cambio de un modesto sueldo y de servir a su comunidad.

¿Habría alguna fórmula para que la sociedad entera pueda reconocer y agradecer su labor a nuestros veteranos, a nuestros “gigantes”? Pienso que sí. Todas serían simbólicas, porque nuestros gigantes han sido ya muy felices haciendo su trabajo, pero es justo que se lo reconozcamos. De bien nacidos es ser agradecidos. Millones de gracias, amigos.