El imprevisible humo por la falta de viento y una inoportuna cohetà, que más bien parecía una tos improductiva e interminable que coincidió con el éxtasis de la Nit de l'Albà, que es el lanzamiento de su última palmera, quizá sean las dos cuestiones más comentadas de esta madrugada, de ese encuentro que los ilicitanos tienen con la noche del día 13. La de ayer no pasará como una de las mejores. Algunas palmeras flojas (pese a que el Ayuntamiento anunció que este año pasaban de 200 a 250) y cohetàs que salvaron el ritmo del espectáculo. Todo ello debería hacer replantearse a la Concejalía de Fiestas a cómo ayudar a hacer resurgir la tradicional Alborada, una fiesta popular pagada por los ilicitanos y que cada vez necesita más del esfuerzo público, lo que no debería ser. Eso o dejarla seguir. En cualquier caso, hacer una crónica de esta noche es siempre subjetivo, como las opiniones que van dando los ilicitanos, principalmente por las escaleras, cargados de sillas, después de haberla presenciado y camino de esa sandía fresca, como antaño, pero que ahora se vende sin pepitas. En cualquier caso, los ilicitanos saben lo que va a ver y siempre salen satisfechos. Principalmente, por la Palmera de la Virgen, que cierra la noche y que volvió a ser impresionante. 1.300 cohetones que ascendieron con un ruido ensordecedor, limpio y sin estridencias y que se abrió más que otros años. Las voces de los cantores del Misteri con el «Gloria» que se escuchan en toda la ciudad y que era su antesala, se vieron molestadas y mucho por una cohetà que nadie sabía de donde venía pero que demuestra a las claras qué fácil es romper ese momento mágico... y lo peor es que nunca acababa. De hecho, terminó el «Gloria», se fundió la palmera y concluyó, incluso, ese «Aromas ilicitanos» que los vecinos acompañan desde sus balcones acompasando al sonido de los altavoces instalados, y la «tos» de la cohetà seguía. En algunas zonas prácticamente ni se oía el popular tema.

Si la cohetà se podía haber evitado, no así la falta de viento. Ni el hecho de que durante muchos minutos antes de la medianoche no se lanzaran palmeras sobre los alrededores de Santa María evitó que una nube, prácticamente alojada e inmóvil, impidiera una visión nítida de ese paraguas de luz que, cada vez más, culmina la noche más esperada del año.

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