"Otra vez el diablo le llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrándote me adoras."

(Mateo 4:8-9)

Quizás habrán reparado ustedes en que esta sección de Esperando a Godot, que acudía fiel a su cita con los lectores de Información todos los viernes, llevaba unas semanas sin aparecer. El motivo, y les aseguro que no es petulancia ni impostación, es que no me gusta dar opiniones sobre cuestiones que desconozco totalmente, pues no quisiera parecerme a esos redivivos epidemiólogos que campan a sus anchas, ni a los súbitos expertos en fantásticas teorías conspiratorias, que llevan demasiado tiempo confundiendo e intoxicando a la gente sobre un asunto tan grave, en coste de vidas humanas y de desplome de la economía, como es la pandemia provocada por el COVID-19.

Por eso creo que lo mejor será, como siempre, empezar por el comentario de un buen libro, que nos sirva de pretexto para perorar sobre la condición humana. En este caso, el título que encabeza este artículo coincide con el de la novela de la celebérrima escritora donostiarra Dolores Redondo, galardonada con el Premio Planeta 2016. Debo reconocer que soy de los pocos que no han leído la famosa Trilogía del Baztán, que ha supuesto un auténtico éxito de ventas en España y en todo el mundo; mi encuentro con Dolores Redondo se produjo cuando leí su última novela La cara norte del corazón, para asistir a una cena literaria en la que participaba la autora en Elche.

Tanto la novela como la escritora me impresionaron profunda y gratamente; Dolores es una mujer inteligente, se le nota cuando escribe, pero conocerla en persona no hizo sino confirmar en mí esa impresión. Por eso, me decidí a leer Todo esto te daré, un libro tan entretenido y bien escrito que, a pesar de sus más de seiscientas páginas, se lee en muy poco tiempo. No les voy a desvelar los pormenores de la trama, por si aún no lo han leído y quieren hacerlo, pero no supondrá revelar nada si les cuento que se desarrolla en uno de los lugares más bonitos de España, la Ribeira Sacra, y que su argumento gira en torno a un embrollo fruto de un supuesto engaño, pero cuyo verdadero leitmotiv es la codicia, de ahí que el título lo haya tomado del versículo de la Biblia en el que Satanás tienta a Jesucristo ofreciéndole "todos los reinos del mundo".

Precisamente, las debilidades del ser humano, o las tentaciones a que nos somete el diablo, si queremos exponerlo en términos místicos, tienen su origen en la codicia, el orgullo y el poder. San Ignacio de Loyola decía que "...primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como suele, [...], para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia; de manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y de estos tres escalones induce a todos los otros vicios...".

Siendo éste el caso del hombre en general, no podía ser menos cuando hablamos de los políticos. La codicia, entendida como un afán excesivo de riquezas, incluso cuando no se necesitan más, es el deseo que desemboca en la corrupción. El orgullo es lo que lleva a algunos a sentirse superiores a los demás y, por ende, a despreciarlos. El poder, por último, no es malo de forma intrínseca, pero sí lo es cuando, en lugar de ponerlo al servicio de la colectividad, se utiliza para dar golpes por las propias culpas en el pecho de los demás.

Planteados en estos términos, siguiendo con la lógica de San Ignacio, los tres escalones que inducen a todos los otros vicios, en ocasiones ocurren cosas que le hacen preguntarse a uno si la política tiene más de codicia, de soberbia o de descarnada lucha por el poder, sin tener en cuenta lo primero que debería tener presente, que es el bienestar de la ciudadanía en su conjunto.

Pongamos un ejemplo. El viernes de la semana pasada el Gobierno hacía público el listado de las áreas de salud que pasaban a la denominada Fase I del proceso de vuelta a la normalidad (que espero que sea la que siempre hemos disfrutado, no la nueva que ahora pregonan). En Elche cayó como un auténtico jarro de agua fría el hecho de que no fuéramos promocionados a esa fase, sobre todo después de las constantes declaraciones del alcalde que lo daban por seguro. Ya les he dicho que no cuestiono asuntos que escapan a mi formación, por lo que debo suponer que si las autoridades sanitarias tomaron esa decisión, fue por nuestro bien y basándose en sólidos argumentos.

No obstante, lo paradójico del asunto fue que el alcalde salió inmediatamente a la palestra para expresar su perplejidad por ese hecho, afirmando que no conocía los motivos y que los iba a preguntar a la consellera de Sanidad. El lunes de esta semana, la máxima autoridad municipal convocó una rueda de prensa, tras su reunión con la consellera y, de nuevo, volvió a decirnos que todo estaba bien, que desconocía los motivos y que la consellera los iba a preguntar, todo ello cuando el president de la Generalitat ya había vertido duras acusaciones contra el Gobierno, tildando el asunto de "cambio de reglas a mitad del partido".

Pero lo que a mí más me ha sorprendido, y me ha devuelto las ganas de escribir, ha sido el demoledor artículo de M. Alarcón en este diario el pasado martes: página completa, la primera mitad con una entrevista al alcalde, Carlos González, la segunda con otra al secretario general del PSOE en Elche, Alejandro Soler. El primero afirma que "no entiende seguir en la fase 0", el segundo que "Nos faltaban parámetros por cumplir". Todo tras decir la consellera que aún no tenía claro cuáles eran esos parámetros.

Miente unos, mienten otros, mienten todos o, simplemente los ciudadanos estamos en medio del tablero de ajedrez de la lucha por el poder en el PSPV. Sea como fuere, alguien tendrá que asumir responsabilidades más pronto que tarde.