Los usuarios con diversidad funcional presentan unas necesidades especiales a la hora de afrontar los protocolos para garantizar la seguridad sanitaria y evitar las infecciones por coronavirus. Sus circunstancias les impiden, por ejemplo, utilizar mascarillas, por lo que hay que buscar una protección extra por otras vías. Lo saben bien en el Centro de Día de Parálisis Cerebral de Aspanias, que han tenido que adaptar sus infraestructuras para albergar a los 33 usuarios, de todas las edades, que cada día se concentran en las instalaciones, desde las 9 de la mañana hasta las 16.30 horas.

Hasta el transporte hacia el centro se ha tenido que reinventar. La gran mayoría de ellos llegan a Aspanias en un furgón adaptado, con capacidad para cuatro usuarios y sus sillas de ruedas. El vehículo se ha tenido que dividir con vinilos en cuatro partes, para aislarlos unos de otros ya que no llevan mascarillas. La entrada a sus familiares al centro está vetada, y cuando llegan se les desinfectan no solo las manos sino también los pies o las ruedas del vehículo que utilicen para sus desplazamientos.

Sin embargo, lo que más notan es la supresión de las actividades de ocio, muy comunes antaño. Así lo explica su directora, Susana Pérez, quien señala que «siempre hemos tratado de fomentar esas actividades lúdicas, que quizás es una de las carencias más importantes de este tipo de usuarios fuera de aquí. Traíamos grupos de baile, nos disfrazábamos y salíamos a la calle... Todo eso ya no puede hacerse», lamenta. Además, el hecho de aislar cada grupo de unas ocho personas en una clase burbuja, ha obligado a prescindir de actividades como las terapias de rehabilitación realizadas en la piscina, debido a la falta de personal.

«Antes los ocho usuarios por aula podían quedarse en un momento dado con un solo cuidador o cuidadora, al estar más concentrados en el espacio, pues el aula estaba dividida en una zona de actividades y otra para las mesas y sillas. Ahora, se ha aprovechado todo el espacio para repartir esas mesas y guardar la distancia de seguridad entre ellos, por lo que obliga a que haya dos cuidadores en el aula.

Se trata de una pérdida importante ya que «para este tipo de usuarios la movilidad es fundamental, y cualquier movimiento que dejen de hacer les pasa factura y cuesta mucho volverlo a recuperar», señala la directora del centro. Esto también afecta a las diferentes clases de fisioterapia, donde todo el material debe ser cuidadosamente desinfectado después de cada sesión, reduciendo el tiempo de trabajo.

Todo en el aula

Con todo ello, las aulas se han ha convertido en el centro neurálgico de las actividades del día a día, pues ahí es donde pasan la mayor parte del tiempo, incluida la hora de la comida,al haberse cerrado el comedor para que no se mezclen usuarios de diferentes aulas.

Una persona sola manipula la comida y es quien la reparte uno por uno, para evitar que los alimentos entren en contacto con más gente. Sin embargo, «mantener la burbuja total también es muy complicado, pues además de los cuidadores, que cada aula tiene los suyos, todos comparten logopedas o fisioterapeutas, ahí no se puede destinar uno para cada grupo», señala Pérez.

Por eso, antes de arrancar el curso tras la vuelta de las vacaciones, todos los trabajadores, más de una veintena, se hicieron una PCR, prueba a la que también se sometió la totalidad de los usuarios, y que fueron posible «gracias al patrocinio de una empresa», pues el protocolo de Conselleria no lo exigía. En el caso de que alguien de positivo, se aislaría a todo el grupo y se repetirían, un extremo que esperan que no se llegue a producir debido a las altas medidas de seguridad.