Estoy en un encantador estado de confusión.

Ada Lovelace (1815-1852), matemática y escritora británica.

Acaban de fallarse, un año más, mis premios favoritos: los Ig Nobel. Paródicos y desternillantes galardones que aúnan gamberrismo académico (cuentan con el respaldo de la mismísima Universidad de Harvard) con una irrefutable base científica y una epistemológica inutilidad. Pues bien, el galardón en la categoría de Gestión fue para cinco sicarios profesionales chinos (supongo que no asistieron al acto de entrega, ni siquiera telemáticamente), por cómo gestionaron el encargo de un asesinato por dinero. El primero de ellos recibió la encomienda y subcontrató el trabajo al segundo, que a su vez hizo lo propio con el tercero; este le pasó el muerto (por así decirlo) al cuarto, quien, para no ser menos, le endosó la faena a un quinto pringado. Como a medida que el recado iba pasando de manos el porcentaje a cobrar sobre la tarifa inicial se iba reduciendo, al último ya no le resultó rentable ejecutar la misión por tan baja asignación, y lo dejó estar. Así que nadie cumplió el encargo, por suerte para el aspirante a fiambre, cuyo nombre no se ha revelado, aunque sí los de los otros cinco gañanes (que seguramente habrán cambiado de ocupación).

Leo esto en las noticias y acto seguido se generan en mi hipocampo intrincadas visiones sobre el mercado central y el palacio de congresos. ¿Qué tendrán que ver el malogrado proyecto comercial y la quimérica inversión de la Diputación con el caso de los cinco patosos secuaces?, me interpelo, sobresaltado por tan disruptiva asociación mental. Me consuela saber que el insigne (aunque ahora políticamente incorrecto) David Hume dejó dicho en el siglo XVIII que unas ideas atraen a otras sin saber muy bien por qué, igual que en el mundo físico un cuerpo atrae a otro por efecto de la gravedad y de la curvatura espacio-temporal. Me quedo más tranquilo, porque donde esté Einstein, que es un Nobel de verdad, la cosa es seria.

Pero no acaban ahí las casualidades (o concomitancias, si se quiere). Resulta que unos días más tarde el alcalde se reunía, uno tras otra y otro tras una, con los y las portavoces de los grupos políticos de la oposición municipal. Carlos González les pidió unidad de la buena en los asuntos fundamentales para la recuperación y reactivación de Elche, como la ley del Palmeral, el trasvase del Tajo, el AVE, las infraestructuras pendientes... y el presupuesto de 2021. Sí, sí, todo eso de las palmeras, el agua, el tren y las carreteras está muy bien, pero lo de las cuentas habrá que verlo, le vinieron a decir los portavoces Ruz, Rodil, Crisol y Ontiveros (en adelante, RRCO), no al unísono, porque el plan de contingencia higiénico-sanitario municipal no lo permitía, pero sí sucesiva y concomitantemente.

Y es que frente a los nuevos tiempos y la nueva realidad, la oposición sacó sus viejas peticiones: sin bajada de impuestos, tasas, precios, cuotas, tarifas, arbitrios y gravámenes municipales será difícil pactar, ni siquiera con mascarilla, guantes y gel. Porque la gente lo está pasando mal y necesita un respiro fiscal como el comer caliente, explicaron RRCO, cada uno y una en su turno y en algún caso con apoyo del power-point. Ya, pero es que si recaudamos menos no podemos mantener el nivel de servicios y de ayudas a esas personas para que puedan comer caliente, argumentó, subsiguientemente, la primera autoridad local. RRCO no se dieron por vencidos ni vencidas, y siguieron, erre que erre, con lo de la mengua impositiva (y Ruz, además, empecinado con las pedanías, abandonadas a su suerte por el bipartito urbanita). ¿Ni siquiera una rebaja tipo día sin IVA en el IBI?, insistieron. Pues no, González siguió sin dar su brazo a torcer (es muy estricto en lo de guardar las distancias).

Terció entonces la guardiana de los cuartos, Patricia Macià, para tratar de apaciguar el descontento opositor. Desde que el Congreso rechazó el decretazo del Gobierno para/con/contra los ayuntamientos, la edil lleva día, noche y madrugada con la calculadora científica en mano tratando de determinar si el superávit de 2019 se puede computar como activo circulante o diferido del remanente contable consignado al flujo efectivo del techo de gasto susceptible de computarse como pasivo no corriente asignado a inversiones financieramente sostenibles que no derivase en una minoración del remanente permanente del «cash flow» ni mucho menos en amortizaciones bancarias strictu sensu y per se. «Bueno, algo se puede hacer, pero poco, que ya tengo las cuentas niqueladas. Un centimito por aquí y otro por allá a lo sumo y en aras a la unidad», vino a decirles a OCRR, para que no pudieran acusar al bipartito de falta de sentido y sensibilidad. Y menos en los tiempos que corren.

A todo esto que se presentó aquí la mismísima titular de la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica (CADRECTE, en sus siglas en valencià), la paisana Mireia Mollà, para comprobar cómo iba su legado peatonalizador en la Plaça de Baix y la Corredora. Cuentan en el bar de la esquina que quedó gratamente sorprendida, ya que, según pudo comprobar, está en línea con Elche 2030, la agenda de desarrollo sostenible de la ONU, la eficiencia energética (por los leds del suelo), la inclusividad social (por los bancos, los de sentarse) y el riego por goteo con agua de la Séquia Major del Pantà. Eso sí, observó que algunos adoquines del mosaico íbero estaban algo desnivelados, con el consiguiente riesgo de tropiezo peatonal. «Es que no os puedo dejar solos y solas», comentó por lo bajini al percatarse ella de ello. El alcalde la oyó, pero hizo como si no. A renglón seguido, la consellera pidió a su correligionaria Esther Díez una bici para llevar a cabo el paseo inaugural de movilidad sostenible por lo ya acabado, no sea cosa que cuando vuelva por el poble ya esté todo abierto. No pudo ser, porque ni Mollà ni la portavoz compromisaria tenían el casco a mano. Otra vez será.

Y hablando de visitas, la presencia de la consellera le recordó a Carlos González (de nuevo una concomitancia en toda regla) que por estas fechas suele celebrar su ya tradicional reunión anual con Ximo Puig para ver qué hay de lo suyo (de lo nuestro, vamos). Así que, sin pensárselo dos veces, y desafiando temerariamente la pandemia, se plantó en el Palau de la Generalitat. «Bien, bien, lo tuyo marcha bien. Estamos trabajando en ello sin pausa y con denuedo», le vino a decir el president. «Vamos ya por el segundo párrafo del convenio para devolveros los 43 millones de los terrenos de la UMH. Está costando algo más por la traducción y los protocolos covid-19, pero calculamos que estará acabado en esta legislatura. O la próxima, a más tardar. Si no todo, al menos la mayor parte», arguyó el Puig. «President, tú sí que cumples, y no como los sectarios del PP», exclamó el alcalde. Y se volvió a casa más contento que unas pascuas.

Hallábame leyendo la reseña de la cumbre de mandatarios en Valencia cuando me quedé traspuesto en el sofá. Tanto que hasta soñé con los sicarios chinos, pero el desbarre onírico hizo que ahora los cinco esbirros sí que le descerrajaran sendos tiros en la penumbra, junto al mercado de Guangxi, a un tipo que acababa de salir de un congreso de urología. «Res non verba», sentenció el secuaz más alto (que había estudiado lenguas clásicas ocidentales). Me desperté y me puse a ver «Mountain Men».