«Decapitado en Francia un profesor que mostró caricaturas de Mahoma en sus clases», «El maestro decapitado fue señalado por alumnos suyos a cambio de dinero», «Ascienden a 27 los detenidos», «El padre de una alumna y un islamista lanzaron un decreto religioso contra el profesor». Son titulares de periódico tras el crimen del educador francés Samuel Paty. «Es cómo regresar al medievo. No solo querían cortar su cabeza sino su pensamiento. La vida del profesor de instituto en Francia es un sinvivir y no creo que la decapitación cambie nada del sistema educativo», asegura una ilicitana, maestra de Español en Secundaria en Perpiñán, cuyo nombre en este artículo será ficticio: Marta, pues «tengo mucho miedo, por mí y por mis hijas. Porque no solo me han agredido dos adolescentes, también me han amenazado sus padres», asegura con la voz entrecortada.

Estos días se encuentra en Elche. En Francia están de vacaciones, pero además, «lo necesitaba». Ella se encuentra de baja por una agresión que permite visualizar «cómo está la situación del sistema educativo francés». Sus orígenes profesionales -Marta es periodista- le han ayudado a dar un paso «que nadie da en ese país. No se atreven a hablar, a denunciar, a decir lo que está pasando, porque no solo es el miedo a sufrir una agresión. Está también el rechazo de tus compañeros de trabajo, del director del centro, que no es maestro y que se juega el ascenso en la medida en que tiene más o menos expulsados o incidentes en su instituto. Incluso de la Inspección. Nadie nos defiende», asegura Marta, cuyo caso ha saltado a la prensa internacional porque «soy la única que habla».

Hoy acude a una entrevista en su ciudad natal con una mascarilla que solo deja ver sus ojos. Es suficiente. En ellos se percibe perfectamente el calvario vivido. Lucen vidriosos, mojados, infinitos... mientras cuenta cómo aquella mañana «dos alumnos, de 15 años pero 1,80 de estatura, me agredieron porque los expulsé de clase». El caso es que «ya sabía con quién me la jugaba. Llevo cinco años como profesora y nada más llegar a la profesión, -donde por cierto es muy fácil acceder porque nadie quiere ejercerla-, desde la Dirección del centro me dijeron que los primeros meses los dedicara a actuar como policía del aula, que no intentara enseñar, que me olvidara del programa».

La jornada del 1 de septiembre, la profesora ilicitana vivía un día normal de clase: «Se estaban riendo de mí, de mi acento al hablar francés, gritaban, daban golpes en la mesa porque no sé pronunciar bien Mohamed...». Marta insiste en que no quiere demonizar ningún origen, raza ni religión. Lo repite durante la entrevista en varias ocasiones, pero aclara que «en este instituto la mayoría de los alumnos son franceses de origen magrebí. De quinta o sexta generación. Y me han insultado, amenazado y agredido varias veces, por lo que vivo atemorizada y ya no pienso volver nunca más».

"La dirección del centro me dijo que aceptara los insultos y olvidara el programa, que hiciera de Policía"

Con todo el revuelo de la clase, Marta se dirigió a dos estudiantes y «les pedí que me dejaran dar clase. Siguieron. Los expulsé. Les dije que debían ir al despacho del jefe de estudios. Se negaron. Les dije, tajante: Fuera, os vais de clase. Y me dijeron, con mirada de odio y con tono despectivo que les hablara con educación, que ya les estaba tocando los cojones». Entonces, la maestra pidió a una alumna que avisara al jefe de estudios y «fue cuando dijeron que se iban. Me puse en la puerta para cerrarla y que esperaran al profesor responsable y ya los tenía encima de mí, en la cara, sin darme la posibilidad de moverme. Uno me empujó del hombro para abrir la puerta. No le dejé. El otro se fue hacia atrás, donde hay otra puerta y de repente apareció detrás de mí y empujó la puerta contra mí dándome un fuerte golpe en la espalda. Ya no pude resistir el forcejeo».

¿Y qué paso, serían expulsados de inmediato? «No. Nada de eso. En Francia existe un movimiento que, traducido, significa ‘Qué no suba la ola’, que todo se calme». Entonces, ¿el director la apoyaría? «Tampoco. Ni la Academia de Montpelier, que es como la inspección académica. De hecho, el director me dijo que yo estaba exagerando, que debía cambiar mi forma de dar clase porque son alumnos conflictivos y con un tipo de carácter diferente, que debía aceptar los insultos».

Como el máximo responsable del centro «dice que no toma las decisiones en caliente», Marta tuvo que esperar varios días para saber la resolución del expediente: «Dos días de expulsión del centro por comportamiento irrespetuoso». ¿Cómo? «Sí, sí, por eso. Y el director ni me informó de que se trataba de un accidente laboral por agresión en el centro de trabajo y que la Administración debe darme protección jurídica».

"Ser profesor en Francia es un sinvivir y no creo que la decapitación de Paty cambie nada"

Visto lo visto, Marta tomó una decisión. Primero denunció los hechos ante la Policía «por agresión física -tiene una tendinitis en un brazo y varios golpes- y moral». Y, después, «huir del instituto, dimito, no quiero saber nada de la enseñanza. El poder lo tienen los alumnos y sus familias, y los directores, que son administrativos, no profesores. Nadie quiere ser maestro en Francia ni denunciar porque no tendrán apoyo. Los centros son guarderías de día para adolescentes que por las tardes están apostados cinco horas en una esquina para avisar si viene la Policía».

Cuando ocurrió el suceso y, «como marca el protocolo, llamé a los padres para hablar con ellos de lo sucedido. Me amenazaron. Me dijeron que debía habérmelo pensado mejor antes de expulsarlos. La madre de uno me llamó racista tres veces y se reía como si estuviera loca. Uno de los padres me dijo que él me iba a denunciar a mí antes de que yo lo hiciera».

Marta cree que en España «todavía es distinto porque el director es docente y defiende a sus compañeros. Mi director ni me contesta a los emails. Al poco de ocurrir la terrible decapitación de Samuel Paty le dije que si ahora sí cambiaría su calificación sobre lo que me ocurrió y consideraría que una agresión física es motivo de expulsión definitiva. Aún estoy esperando su respuesta». El caso de esta ilicitana es uno de los cientos que ocurren a diario en Francia pero que nadie se atreve a denunciar», señala mientras muestra en pantalla el periódico comarcal en el que se relata su historia y recibe, a la vez, una llamada del New York Times.