Elche es una ciudad complicada para un «rider» en el más estricto sentido de la palabra. Su amplio término municipal y la cercanía de partidas rurales y pedanías complica el desplazamiento en bicicleta de los repartidores de las apps de comida a domicilio como Glovo, UberEats o Deliveroo. De ahí que la mayoría de trabajadores sean motoristas, que pueden acceder más fácilmente a caminos sin asfaltar en Peña de las Águilas, la partida de Carrús, la Galia y alrededores.

Así lo asegura Marcos -nombre ficticio para preservar su identidad-. Trabaja solo los días de alta demanda para conseguir el mayor número de ingresos en el menor tiempo posible, ya que lo utiliza para sacar un dinero extra mientras estudia. Su bicicleta le hace difícil desplazarse por Elche, de ahí que, cuando puede, se desplace a otras ciudades de la provincia e incluso Murcia.

Elche, además, «no es una ciudad con una alta demanda» de comida a domicilio como sí lo es «por ejemplo Alicante», ya que en la ciudad la mayoría de pedidos se concentra en horas punta, los fines de semana o eventos deportivos. Todo y pese a que el número de restaurantes que ofrecen reparto a domicilio no ha dejado de crecer en los últimos meses y tuvo un aumento significativo durante la pandemia, ya que muchos locales de hostelería vieron en el reparto a domicilio la única vía para mantener ingresos.

La comida rápida es una de las estrellas en este tipo de aplicaciones. Grandes firmas utilizan estas plataformas para atender los pedidos, en ocasiones como complemento a su propio personal de reparto. Sin embargo, el perfil más habitual es el de «pequeños restaurantes de comida rápida, tipo hamburguesas, pizzas o comida tuca y china, que no tienen capacidad suficiente o volumen de pedidos para mantener contratado de forma permanente a un repartidor y recurren a los contratados por estas apps, que sirven de enlace entre el restaurante y el cliente. «De hecho, cuando tú pides algo a través de Glovo o UberEats, el cliente de estas empresas no eres tú, sino el restaurante, ya que al hacer el pedido actúan de intermediarios y proporcionándole al restaurante el servicio de transporte que finalmente recae en el cliente». En realidad es como cuando haces un pedido online. El usuario es cliente de la web donde compra. Esa web se convierte en el cliente del servicio de mensajería que es quien hace llegar el paquete al comprador.

De hecho, los repartidores no tienen ninguna relación con los restaurantes. En su propia app reciben el aviso de que hay un pedido que recoger en el local que corresponda y entregarlo en una dirección determinada. Por no tener, ni los propios riders tienen relación con las plataformas que los envían a recoger esos pedidos, pues la mayoría son autónomos, aunque los tribunales ya han fallado en alguna ocasión a favor de los trabajadores y obligado a su contratación.

Esta circunstancia hace que sea muy difícil cuantificar el número total de riders que hay en la ciudad, si bien desde la plataforma creada recientemente para defender sus derechos señalaron que hay unos 200 trabajadores en la provincia, de los cuales medio centenar opera en Elche.

Una media de poco más de tres euros por pedido, uno cada hora

La tardanza de los restaurantes y las largas distancias lastran los ya de por sí bajos beneficios

Uno de los lastres de los riders a la hora de convertir este empleo en su principal profesión es la baja remuneración que reciben. Marcos, uno de estos empleados, señala que depende de muchos factores como distancia recorrida o volumen del envío. «En UberEats al menos está en de dos a cinco euros por pedido, pero lo normal, la media, es que te salga a unos tres y pico por trayecto». 

Otro de los problemas es que la responsabilidad del pedido desde que sale del restaurante hasta que llega a casa del cliente es del repartidor. «Si hay algún problema, algo llega derramado o se estropea, nosotros no cobramos. Sin embargo, no tenemos ningún tipo de control en su preparación. Hay cadenas de comida rápida, por ejemplo, que meten vasos de bebida en bolsas, sujetadas por un cartón, que se derrama en el primer bordillo o bache que cojamos con la bici, cae, se moja la hamburguesa, y el pedido ya no sirve. Es un pedido que ya no cobramos.», lamenta. 

El tiempo es otro de los factores que corre en su contra, ya que como no tienen ninguna relación con el restaurante «aunque mi capacidad de entrega sea de dos o tres pedidos por hora, apurando mucho, al final hacemos una media de uno por hora. Recibimos el aviso, vamos al restaurante, muchas veces no lo tienen preparado, hay que esperar allí a que lo preparen y después, repartirlo. Al final hay mucho tiempo muerto perdido, que estás trabajando pero no estás haciendo nada, y nos lastra». 

Lo único positivo llega de parte de las propinas de los clientes, que sí son para los riders. Al menos las que se entregan en mano. «En la app también hay opción de dar una propina de cincuenta céntimos. Antes recibíamos más, al dárnosla en mano, pero con la pandemia se ha limitado mucho al tener que guardar distancia».