«De diez cabezas, nueve

embisten y una piensa».

«Proverbios y cantares»

de Antonio Machado

(1875-1939).

La ciudadanía ilicitana pasea estos días encantada (menos los cuatro quisquillosos de siempre) por la remodelada Plaça de Baix, comentando lo bien que ha quedado y lo grande y espaciosa que es ahora (aunque sigue midiendo lo mismo), con los inevitables contrastes de pareceres sobre los adoquines, los motivos íberos y las farolas. Desde semanas antes población viandante en general y flaneurs en particular venían solazándose ya con la también peatonalizada Corredora, con idénticos o parecidos comentarios aquiescentes, aunque el color del pavimento no sé, no sé y tal. Sin embargo, aún hay determinadas personas que no salen de su turbación al constatar con malsana desilusión que no ha sobrevenido, al menos de momento, ningún gran cataclismo -el covid no cuenta- tras consumarse la expulsión de los vehículos y enseñorearse del lugar los peatones.

Una actuación relativamente sencilla (salvando el rompecabezas de los adoquines) y no muy cara (medio millón de euros), que se ha ido demorando a causa de las recurrentes vacilaciones existencialistas del anterior gobierno de progreso (encabezado, como el actual, por Carlos González), sin olvidar la indecisión de otros ejecutivos anteriores (el popular de Mercedes Alonso incluido), y que ha dado lugar a la intervención urbana más trascendental de los últimos quince años (incluso algunos más) en la ciudad. Por su repercusión social, urbanística y comercial, neurálgica ubicación e histórico simbolismo. No ha resultado tan difícil, por lo que se ha visto. Solo eran menester algo de determinación, otro poco de audacia y encomendarse a San Cristóbal (o a Greta Thunberg los no creyentes).

Parece que fue ayer (anteayer, para los más jóvenes y relativistas) cuando teníamos aquella Corredora que llegó a formar parte incluso de la carretera nacional 340, con dos carriles para el tránsito rodado, primero uno en cada sentido y después, ambos en la misma dirección. Con unas minúsculas aceras de 1,10 metros (incluso menos en las Cuatro Esquinas), en las que los osados transeúntes se jugaban su integridad física si, por despiste o por tropiezo, daban con un pie -y no digamos los dos- en la calzada. El prestigioso sociólogo urbanista Mario Gaviria, que en los años 80 vino a Elche para realizar un estudio del tráfico, por encargo del gobierno que presidía Ramón Pastor, aseguró que en ninguna de las grandes ciudades que llevaba estudiadas había observado el grado de estrés que percibía en los peatones que deambulaban por la céntrica vía ilicitana.

En 1996, como consecuencia del pacto entre PSOE y EU que dio la Alcaldía a Diego Maciá, se llevó a cabo (no sin una pertinaz resistencia inicial de los socialistas) la supresión de un carril de circulación y la ampliación de aceras, que pasaron a unos más holgados 2,5 metros. Esta actuación (revolucionaria para la época) no se hizo de manera incruenta. Trajo aparejadas las consiguientes e inevitables quejas de comerciantes, vecinos, oposición y demás protestantes habituales, proclamando el fin de los tiempos y el advenimiento del armagedón económico-circulatorio. Después, miel sobre hojuelas y los consabidos «xè, què be!»

Dentro de unos años seguramente nos resultará estrambótico que por la Plaça de Baix y la Corredora hubieran pasado coches, autobuses, motos y motocarros (por no remontarnos al tren chicharra). Igual que sucedió con otras céntricas calles como Hospital, Troneta, Bisbe Tormo o Ample, que parece que hayan sido peatonales toda la vida, cuando en realidad hubo una oposición feroz, dentro y fuera del ayuntamiento, a que se transformasen en lo que son ahora. Es lo que tiene la conjunción espacio-tiempo, que todo lo relativiza, para bien de la humanidad en su conjunto. Qué sería del universo sin la entropía. Pues lo mismo para las personas y las peatonalizaciones.

Volviendo al tiempo presente, ha llamado la atención en la nueva Corredora, sobre todo, esas tiras de luces led del suelo, que por las fechas en que estamos, muchos habían pensado que se trataba del alumbrado navideño de este año. Una propuesta lumínica sostenible, energéticamente eficiente y convenientemente minimalista, acorde con los tiempos pandémicos que vivimos. Es comprensible ese razonamiento, dado que muchas calles y plazas comerciales ya lucían sus arcos de lucecitas, mientras que en el principal eje viario del centro también brillaban, pero por su ausencia, aunque finalmente han llegado a tiempo. Cono (con n) navideño gigante incluido.

También hay quienes han querido ver en la combinación de esas tiras luminosas con las otras franjas de mármol blanco, que discurren paralelamente por toda la calzada, nada menos que otro carril bici de Esther Díez camuflado en un diseño tipo De Stijl. Como desmostraría la presencia de ciclistas (e incluso patinetistas) sorteando temerariamente a inadvertidos transeúntes por la nueva zona peatonal. Pablo Ruz, de momento, no ha dicho nada al respecto, aunque está estudiando el asunto para presentar una moción en el próximo pleno. Pero esta vez lo hará por escrito, para demostrar que realmente es merecedor del título de Jefe de la Oposición, tras haber logrado unificar las dispersas fuerzas de la derecha, excepto el renegado García-Ontiveros.

El líder popular confía, sin embargo, en sumar para su causa opositora al edil no adscrito, y no de forma esporádica, sino permanente. Tal es su confianza en esta misión que hace unos días, mientras echaba una cabezadita en el AVE de regreso de Madrid, tuvo una especie de sueño premonitorio, en la línea de Jacob. Según cuenta un allegado, el presidente local del PP vislumbró a Ontiveros en la Plaça de Baix montado en un caballo alazán (cedido por Francesc Cantó, que no lo necesita este año), como si se tratara de una encarnación apócrifa de Pablo de Tarso. De repente, entre que el corcel resbaló (el nuevo mosaico se ve que no es antideslizante para herraduras) y que las refulgentes luces navideñas deslumbraron al jinete, este acabó dándose de bruces contra un motivo ibérico.

«Eduardo, ¿por qué no me sigues?», inquirió oníricamente el popular desde el balcón de la sede de su grupo municipal. El ex ciudadano replicó, desde el suelo y dolorido: «¿Y tú, quién eres?» El senador: «Yo soy el señor Ruz, a quien tú persigues. Reconóceme y abraza la fe de la verdadera oposición». Ontiveros, ya repuesto y de nuevo a lomos de su corcel, respondió: «Como probo caballero de la Orden del Temple Político, me debo a mi juramento de respetar la fe de otros y buscar más la verdad que la gloria, el honor que los honores». Dicho lo cual, partió raudo y veloz por la Corredora, en busca del carril bici de Juan Carlos I. El anuncio por megafonía de la llegada del tren a Albacete disipó la soñarrera y devolvió al líder popular a la realidad.

En ese momento Ruz no lo sabía aún (y mucho menos parado en Los Llanos) pero en poco más de mes y medio ya podrá llegar con el AVE hasta la estación Matola-Elche-Dama d’Elx (el nombre de Miguel Hernández estaba ya cogido por Orihuela, lástima). Lo ha asegurado, de nuevo, el mismísimo ministro José Luis Ábalos. Con todas la cautelas, añade, por si acaso sucede como con las anteriores llegadas que no llegaron. El alcalde ilicitano ha proclamado, de nuevo, que ahora sí que va en serio, y que la reactivación económica, turística, cultural, emocional e inclusiva del municipio será al fin una realidad gracias a la alta velocidad. Para conmemorar tal hito locomotor, González estaría estudiando con el ministerio la posibilidad de que los usuarios de la tarjeta dorada municipal pudieran viajar gratis hasta Orihuela o Villena. Ida y vuelta, claro.

«Por si acaso, no devolveré todavía el caballo», se le oyó murmurar a Ontiveros, tras escuchar al ministro. Por cautela.