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Esperando a Godot

Mary Poppins

Hay multitud de novelas que, debido a sus adaptaciones para niños y jóvenes, o bien porque han sido llevadas al cine, simplificando en ambos casos sus aspectos formales y de fondo, son consideradas obras menores destinadas al público infantil. Pero si leemos la versión original de esas mismas novelas, nos daremos cuenta de que ni estaban destinadas al público juvenil, ni son sencillas en su técnica narrativa o en el desarrollo de sus argumentos. Tal es el caso de obras como Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (vid. Esperando a Godot, 6 de julio de 2018), o Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll (vid. Esperando a Godot, 21 de febrero de 2020).

Pues bien, esta semana vamos a comentar otra de esas novelas: Mary Poppins, escrita por Pamela Lyndon Travers (seudónimo de Helen Lyndon Goff) y publicada en 1934. Goff nació en Maryborough, Queensland, Australia, en 1899, y murió en Londres en 1996, siendo mundialmente famosa, precisamente, por su novela sobre la niñera mágica. Cabe destacar que la novela se convirtió en un clásico para niños inmediatamente después de su publicación, pero que lo que le dio la fama que todavía conserva hoy en día fue la película que Walt Disney produjo en 1964 basada en ella. Protagonizada por Julie Andrews, en el papel de Mary Poppins, y Dick Van Dyke, en el de Bert, el deshollinador, el musical fue nominado para trece Oscars, y obtuvo cinco.

Pero, a pesar del éxito cosechado por la película, P.L. Travers nunca se mostró satisfecha con el resultado. El motivo es que, como les decía al principio, las versiones cinematográficas de las novelas suelen suponer una drástica simplificación del texto impreso. De hecho, si leen ustedes la versión original de Mary Poppins se darán cuenta de que la novela se adentra en un mundo de pensamiento mitológico, en el que los críticos han identificado referencias a La Biblia, a las deidades griegas clásicas y a las parábolas sufíes, sin olvidar los evidentes paralelismos que encierra con la obra de William Blake, el budismo zen, o las creencias sobre la diosa hinduista Kali.

A todas esas referencias mitológicas, cabe añadir que la novela también encierra una aguda crítica social, que explora la tensa relación entre los niños y los adultos. Mary Poppins es, en realidad, una mujer vana e irritable, pero en la que, pese a su rígida apariencia, subyace un personaje con un encanto especial. Mary es capaz de llevar a los niños a su cargo a vivir toda una serie de mágicas aventuras, pero también es una firme defensora del buen comportamiento y de que la desobediencia debe ser castigada. A pesar de ello, los niños la adoran, pues la niñera no es tan distante como sus padres, y en ella encuentran la seguridad que una disciplina entendida desde el cariño les aporta.

Travers ya había utilizado el personaje de Poppins antes de la publicación de la celebérrima novela. De hecho, la más famosa niñera de todos los tiempos apareció por primera vez en un relato corto de 1926, cuya expansión dio lugar a la novela que todos conocemos. La propia autora insistía entonces en lo que ya venimos comentando: en que no escribió Mary Poppins pensando de una manera específica en un público infantil, e incluso se sentía molesta de que su editor tomara la decisión de dirigir su promoción a ese tipo de lectores. Sea como fuere, a los niños les entusiasmó la forma en que Poppins deconstruye la realidad y desecha todas las normas que considera fútiles. Pero a los adultos también les sedujo lo absurdo de la novela, así como la taimada forma en que la autora se burla del concepto de educación que tenían las clases medias británicas de la época.

Sin embargo, como siempre se ha dicho, la realidad suele superar a la ficción, y en España somos tremendamente hiperbólicos en ese sentido. Por eso, en el suelo patrio, más concretamente en La Mancha, cuna de ilustres personajes, tanto de ficción como de carne y hueso, ha surgido una niñera que pugna con arrebatar a Mary Poppins el privilegio de ser la más famosa y disparatada de todos los tiempos. Imagino que ya barruntarán que me refiero a Teresa Arévalo, la mujer que, según publican numerosos medios, ejerce como cuidadora de los hijos de una de las parejas más famosas de la actualidad, la conformada por el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, e Irene Montero, ministra de Igualdad.

Les pongo en antecedentes, por si no conocen el caso. La Sra. Arévalo, de 41 años, cuyo hito más destacado en su currículum es haber aprobado la selectividad, se afilia a Podemos en Castilla-La Mancha y traba amistad con Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes de la formación. En 2015 es nombrada asesora técnica de Irene Montero y, en diciembre de 2016, es elegida diputada por Albacete en la XII Legislatura. Arévalo perdió su escaño tras las elecciones de noviembre de 2019, pero su amiga Irene la repescó como jefa adjunta de su gabinete en el Ministerio de Igualdad, con un sueldo bruto de 51.946 € anuales, el mismo que las otras once asesoras de la ministra. La cuestión es que, según denuncia una antigua abogada del partido, la tarea de la Sra. Arévalo consiste en ejercer de niñera de los retoños de los Iglesias-Montero, con lo que no sé si superará en fama y eficiencia a Mary Poppins, pero sí lo hace en sueldo, sin ningún género de dudas.

Pero no crean que esta utilización de los recursos públicos para beneficio personal es un hecho aislado en nuestro país. Hace unos meses se publicó, y también se comentó en esta misma columna, la noticia sobre la contratación de una asesora para la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Elche. Nadie sabía quién era esa señora ni qué podría aportar a ese departamento una persona que no conoce la ciudad. Hace poco, una fuente próxima al partido socialista me comentó que esa contratación no tenía nada que ver con motivos de eficiencia en la gestión del consistorio, sino de relación personal entre la susodicha y el Secretario General de Joves Socialistes d’Elx. No lo sé, quizás sean sólo habladurías, yo no lo puedo aseverar y no lo haría sin pruebas fehacientes, aunque las fotos en las redes sociales de ambos, que mi «garganta profunda» me mostró, parecían refrendarlo.

En definitiva, gran defensa del feminismo y de lo público, no como la autónoma que lucha por su negocio, la empleada que cumple todos los días en su puesto de trabajo, la maestra con los niños sin mascarilla en la clase de infantil o la abogada del turno de oficio. ¡Qué país!

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