Si alguna vez viajan a Londres, cuando esto sea posible, y les gustan los libros, no dejen de visitar la Biblioteca Británica, ubicada en Euston Road, justo al lado de la Estación de St. Pancras, que es desde donde parten los trenes que unen Inglaterra con el continente a través del Eurotúnel. La biblioteca alberga más de catorce millones de volúmenes, entre los que se encuentra un manuscrito que puede explicar lo acaecido el pasado domingo. No me estoy refiriendo a las elecciones catalanas, sino a la tradición, anglosajona primero, y extendida a todo occidente después, de festejar el 14 de febrero como una fecha señalada para los enamorados.

Porque, a pesar de que se podría pensar que haya algo en la hagiografía que relacione a San Valentín con los amantes, para que se haya escogido su festividad para ese fin, lo poco que se sabe de él es que fue un mártir romano del siglo III, perseguido por su fe, pero no se ha documentado ninguna información que lo relacione con los enamorados. Sin embargo, el manuscrito que les mencionaba recoge un importantísimo compendio de prosa y verso del período medieval inglés, incluyendo la Confessio Amantis, de John Gower, La vida de Edmund y Fremund, de John Lydgate, y fragmentos de Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, así como un poema de este último, titulado The Parliament of Fowls.

Es precisamente en ese último poema, de finales del siglo XIV, que podríamos traducir como el parlamento o el diálogo de las aves, del que se cree que emana la idea de que el día de San Valentín es el día de los enamorados. Las estrofas que lo conforman, dispuestas en unos 700 versos en pentámetro yámbico, describen a un grupo de pájaros que se reúnen un 14 de febrero para escoger a sus parejas para la siguiente primavera. Parece ser que la tradición cuajó, pues en una carta de febrero de 1477, Margery Brews, una doncella del condado de Norfolk, en el noreste de Inglaterra, remitía una carta a su primo John Paston, en la que lo llamaba «mi queridísimo Valentín». Para los románticos, les diré que la historia de Margery y John terminó en boda. Para los detractores de San Valentín, les relato que el poema de Chaucer termina con los pájaros sin decidirse por una pareja y postergando su decisión para la siguiente primavera.

Sea como fuere, en la actualidad, lo que está de moda es denostar el concepto de amor romántico, calificándolo de constructo social que hunde sus raíces en el romanticismo y el cristianismo. Aceptando la mayor, es cierto que nuestra idea de amor romántico es una cuestión social y antropológica que no ha existido en determinados períodos de nuestra historia, ni hoy en día es igual en todas las sociedades, aunque nuestro etnocentrismo nos lleve a pensar que así es. No obstante, considerando ese hecho innegable, tampoco entiendo por qué hay un sector sociopolítico, fundamentalmente en la izquierda, que rechaza de forma taxativa y fehaciente esta concepción, calificándola incluso como una de las causas principales de la violencia contra la mujer.

Sobre el asunto, desde luego, se han vertido ríos de tinta. Desde la Antigüedad Clásica, con Platón a la cabeza, que escribía sobre el amor divino y espiritual, pasando por San Agustín y sus ideas sobre el amor, hasta llegar a autores más recientes, como Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, o el mismísimo Ortega y Gasset. Pero, sin duda, la mayor aportación y la disección más sesuda del problema es la que ha hecho D. Mariano Valera, concejal de Igualdad del Ayuntamiento de Elche, al presentar la campaña «San Valentín Igualitario».

En fin, no voy a ser yo el que critique una campaña cuyo fin es acabar con las relaciones tóxicas. Muy al contrario, este tipo de iniciativas- las que pretenden poner fin a las relaciones tóxicas, quiero decir- deberían extenderse a otros ámbitos de la vida. A la política, por ejemplo. Don Mariano, apelo a él por ser la cabeza visible de la campaña, pero lo hago extensivo a todo el partido socialista y sus conmilitones, debería empezar a pensar más en el país y en los ciudadanos que en los réditos electorales que determinadas relaciones le proporcionan al partido.

Valga como ejemplo, aunque no quería hablar de ello, lo ocurrido en Cataluña. Es la primera vez, que yo recuerde, que el candidato en unas elecciones autonómicas tiene unas palabras de agradecimiento para un asesor, aunque sea del calado del jefe del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. No me extraña, por otra parte, pues Iván Redondo es realmente el cerebro gris que va a conseguir que Pedro Sánchez ocupe la Moncloa durante ocho años a cualquier precio.

Ese precio, por cierto, empieza a verse en Cataluña. Historia est magistra vitae! Así que vayan ustedes comprando libros sobre la desmembración de Yugoslavia y la Guerra de los Balcanes