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Esperando a Godot

La naranja mecánica

Debate de la moción de censura en Murcia

Estoy seguro de que sabrán ustedes lo que les quiero trasmitir si comienzo este artículo escribiendo que la maldad, la inmoralidad y la corrupción han echado raíces en los mismísimos cimientos de nuestra estructura política y social, y que ciertos individuos son la más absoluta personificación de este hecho irrefutable. Pero no deduzcan por el título, ni por esta pesimista introducción, que les voy a hablar de lo acaecido en Murcia la semana pasada, ni de la convocatoria de elecciones en Madrid, con candidato sorpresa incluido. En absoluto, para eso ya hay magníficos periodistas, como Juan R. Gil, que el pasado domingo daba en el clavo cuando afirmaba en su editorial que «… (para Ciudadanos) una persona inteligente no es un activo, sino un sospechoso, así que sirve para presentarlo a la prensa pero no para aprovechar lo que pudiera aportar; al contrario, cuanto más válido fuera alguien, más iba a estar sometido a estrecha vigilancia».

Establecida por la acerada pluma de Juan R. Gil la causa última y primordial de la estrepitosa debacle de Ciudadanos en todos los ámbitos, hecho al que no es ajena la política en general, pero que en su caso ha adquirido dimensiones épicas, y dejando también a un lado a Pablo Iglesias, que tiene que pugnar para poder seguir pagando la hipoteca (la niñera corre a cargo del erario público) y mantener su tren de vida, vamos a centrarnos en una reflexión filosófica que, a lo largo de la historia, ha suscitado múltiples discusiones morales: la del mecanicismo y behaviorismo, frente al finalismo y la teleología. Es decir, la lucha entre las corrientes que niegan la libertad del individuo para trazar su futuro y las que se la otorgan.

Esa pugna a la que nos referíamos ha sido un tema recurrente en textos literarios de muchas épocas, pero, si queremos epitomarla en un ejemplo contemporáneo, quizás el mejor sea la novela del británico Anthony Burgess, publicada en 1962, La naranja mecánica; aunque en este caso, al contrario de lo que suele suceder, la adaptación cinematográfica, realizada por Stanley Kubrick en 1971, supera incluso al texto escrito y supuso su consagración y popularización definitiva. El mensaje fundamental, y premonitorio, de Burgess, en cualquier caso, supone un aviso contra esas corrientes filosóficas behavioristas y mecanicistas a las que aludíamos, que podrían conducir a un futuro distópico en el que la sociedad, completamente manipulada por el poder gracias a los avances tecnológicos, desechara cualquier sentido de obligación moral por parte de los ciudadanos.

Los que hayan visto la película recordarán que se desarrolla en una Inglaterra sometida a un régimen totalitario. El protagonista, Alex, es el líder de una de las pandillas juveniles que pululan en ese ambiente, ejerciendo una desmedida violencia, en especial con las personas más indefensas, a las que someten a los tratos más brutales, hasta que es detenido y condenado a catorce años de cárcel.

Una vez en prisión, Alex es propuesto para ser sometido a un programa de terapia experimental, conocido como el Método Ludovico, una terapia de aversión ficticia, en la línea del conductismo, consistente en obligarle a ver películas sobre atrocidades de los nazis. El resultado del tratamiento consiste que el sujeto enferme literalmente si tan siquiera se le pasa por la cabeza cometer un crimen. El sistema considera que el experimento ha sido un éxito, pero el capellán de la prisión, que había entablado amistad con Alex, cuestiona el fundamento ético de privar alguien de su libertad de elección. En su opinión, el individuo debe tener la capacidad de decidir por sí mismo si quiere portarse bien o no.

En la política patria, que es donde quería llegar, hablando de teleología, hemos alcanzado un punto en el que consideramos que todos los políticos son iguales, que no tienen solución y que «esto es lo que hay», apartando de nuestras mentes cualquier atisbo de que existan personas íntegras y que se puedan cambiar las cosas. En definitiva, hemos desechado la idea de que la gente puede elegir ser buena o mala, cuestionando, como los carceleros de la película de Kubrick, el principio de libertad de elección.

En las próximas semanas va a haber muchos movimientos telúricos en la izquierda y más aún en la derecha española, y en la provincia de Alicante y en Elche seguro que también. Presten ustedes atención a los posicionamientos de unos y de otros, fíjense en quién se mueve porque no tiene oficio ni beneficio y le va el sueldo en ello, o quién lo hace por buena fe (se nota a simple vista). Va a ser un ejercicio entretenido, sin duda.

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