«Solamente un dar me agrada, que es el dar en no dar nada». Francisco de Quevedo

(1580-1645).

Hallábase el alcalde ilicitano, Carlos González, abstraído y cogitabundo en su despacho consistorial, reflexionando sobre los sacrificios, renuncias e infortunios soportadas por la ciudadanía durante el último año cuando, imbuido del carácter pasional de estas fechas, consideró oportuno testimoniar su empatía (y la de su gobierno de progreso) con las aflicciones de la población. La propuesta fue acogida con cierta displicencia en el seno del ejecutivo local, deseosos como estaban sus integrantes de escaparse unos días a la playa o al campo, aunque fuera con mascarilla y distancia sociofamiliar, tras verse liberados del penitencial trance de procesionar como autoridades. Finalmente, tras un intenso debate con el tiempo tasado, se acató la proposición del alcalde con una unanimidad no exenta de resignación.

Consultado al respecto la máxima autoridad en el asunto pasional, Joaquín Martínez, presidente de la Semana Santa local y persona de confianza (además de correligionario) del alcalde, propuso que lo más adecuado a las circunstancias era celebrar un vía crucis, que no era de mucha aglomeración ni requería de ostentación imaginera. «Nosotros solo participaremos si es un vía crucis laico, sostenible y transparente», exigió de manera rotunda el edil compromisario Felip Sànchez. «Y que igualmente sea igualitario e incluso inclusivo», apuntó el concejal correspondiente, Mariano Valera. «¿Y si participan también los Moros y Cristianos?», sugirió la edil festera, Mariola Galiana. «Vosotros veréis, pero yo no pago ni un euro, que bastante follón tengo ya con el galimatías de las ayudas por el covid...», terció, transida, la responsable financiera, Patricia Macià. Y antes de que la cosa fuera a más, González zanjó el asunto y levantó la sesión sin turnos de réplica.

Así fue como, llegada la tarde del Viernes Santo, se procedió a formar la comitiva en la Plaça de Baix, guardando las distancias (políticas y sociales) y con mascarillas moradas (color penitencial, aunque en realidad eran remanentes del 8 de Marzo). Allí mismo el alcalde procedió a romper el guion (hizo trizas el documento a la primera) al no ser de su agrado la disposición adicional primera del cortejo. Aplicada la enmienda transaccional por vía urgente, inicióse la marcha, encabezada por la máxima autoridad con chaqué (chaqué agust, concretamente) y la vara de mando en lugar del cirio (recuerden: todo laico). Seguían los concejales de PSOE y Compromís, ellas con mantilla o equivalente secular y peineta de diseño libre (tipo Martirio) y ellos con capurucho (también con color a elegir, según tendencias ideológicas o preferencias estilísticas).

A continuación, la cohorte de asesores, funcionarios de empleo y demás personal de confianza (e incluso alguno de desconfianza) vestidos de romanos y cantando el Stabat Mater, pero en la versión moderna de Pilar Jurado, propuesta de la portavoz compromisaria, Esther Díez, para que el vía crucis ganara en empoderamiento e inclusividad. Elección musical de última hora que motivó las airadas quejas del colectivo coral, que llevaba semanas ensayando la versión barroca de Pergolesi.

Sigue la oposición, que tras las oportunas denuncias de Pablo Ruz al Síndic de Greuges contra el bipartito por oscurantismo aconfesional, falta de transparencia penitencial y discriminación religiosa, fue finalmente invitada a sumarse. Sin embargo, los ediles de PP, Vox y Cs no lograron consensuar si tenían que llevar mantillas, guantes y escapularios, o bastaba con ir de oscuro (como la gestión del bipartito), cuestión que no quedó solventada ni con las reiteradas explicaciones protocolorias del edil popular Javier García Mora, expresidente de la Junta Mayor de cofradías. El concejal no adscrito, García-Ontiveros, optó por imbuirse plenamente y apareció con una cogulla medieval cisterciense con capuchón incluido. Es lo que tiene conocer la historia. Cerrando el cortejo, una colla de dolçaina i tabalet interpretando El Abanico en versión marcha procesional.

A continuación, el vía crucis recorrió varios enclaves expiatorios del bipartito ilicitano, aunque al haberse roto el guion, el itinerario quedó un tanto desordenado, como queda expuesto a continuación:

-Primera estación: «El mercado es condenado a muerte». Llegada la comitiva a la Plaça de les Flors, el alcalde se dirige a los presentes: «¿Qué voy a hacer con el contrato del mercado?». «¡Crucifícalo, crucifícalo!», responden, enardecidos, los acólitos. «¿Y qué voy a hacer con el que llamáis edificio racionalista?». «¡Derríbalo, derríbalo!», gritan algunos, más enardecidos aún, si cabe. «¡Ten clemencia y rehabilítalo!», claman los dos ediles de Compromís, aunque la algarabía originada por las airadas protestas de la oposición y los cantos de la masa coral sofocan sus peticiones. «Bien, pues haré un concurso de ideas y yo me lavo las manos con gel hidroalcohólico», zanja el regidor.

-Segunda estación: «Con la cruz a Costas». Tras desplazarse la comitiva hasta Arenales en un autobús híbrido (la propuesta de Díez de movilizarse en bici fue unánimemente rechazada) y detenerse ante el malherido y espectral hotel marítimo, Carlos González declama, compungido y con los brazos en cruz griega, ante el cartel de obra paralizada por Costas: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho». Otro pasaje de Stabat Mater y de vuelta al pueblo.

-Tercera estación. «La negación de Pedro». El autobús de la comitiva se detiene en La Portalada para meditar ante el muro de lo que iba a ser el instituto de la palmera. Allí, un empleado de la empresa concesionaria (un tal Pedro Piñol) niega al alcalde no una ni dos sino hasta en tres o cuatro ocasiones. «¿No tenía que estar esto en marcha desde hace uno o dos o tres años?», reitera González. «No conozco a este hombre», aduce el interpelado otras tantas veces antes de desaparecer entre el coro, mientras una cagarnera canta tres veces posada en un palmito cercano. Más Stabat y a seguir la marcha, que ya oscurece.

-Cuarta estación. «La primera caída (y dos más)». De vuelta al centro, el vía crucis hace su siguiente parada penitencial frente a la fachada de El Progreso. Hallábase el alcalde inspeccionando el estado de la pared cuando tropezó inopinadamente en uno de los puntales y se dio de bruces contra el suelo. Su discípulo más aventajado, Héctor Díez, acude presto a socorrerle, pero al siguiente paso vuelve a tropezar y así hasta tres veces, tras lo cual, González, levantando la vista y los brazos hacia el cielo raso del edificio espeta: «Conseller Marzà, ¿por qué me has abandonado?». Nuevo pasaje del Stabat, ahora bajo la dirección de Pablo Ruz, que coge la batuta desesperado por la falta de entonación y recogimiento del coro.

-Quinta estación. «Sin ración en el huerto». La siguiente parada (con la comitiva ya hasta los mismísimos de tanto trajín penitencial) es en el Parque Municipal. Allí se detienen ante el decrépito restaurante, para el que no encuentran salvación. González: «Mi alma está triste por este infortunio y por no hallar quien invierta su pecunio. Quedaos aquí y velad conmigo hasta que vislumbremos una señal [para el alquiler]». Sin embargo, a poco que se descuida el alcalde, empieza la desbandada de los miembros de la comitiva por entre las palmeras, oposición incluida (contrariada porque no le han dejado presentar ni siquiera una enmienda transaccional en todo el recorrido). «¡Esperad, que aún nos faltan varias estaciones más! ¡Ahora vamos a las obras de Virgen de la Cabeza...!», exhorta, inútilmente.

Tan solo queda un romano del coro, que había ido a aliviarse detrás de un rosal y que, tras percibir la masiva deserción en el huerto, trata de consolarlo: «Carlos, perdónalos, porque no saben lo que hacen, y además son casi las diez de la noche y empieza el toque de queda».

«Todo ha sido cumplido menos alguna cosa», musita el alcalde, antes de que unas persistentes campanadas de Calendura lo devuelvan a la realidad de su despacho, todavía acogotado por tan extraño sueño. ¡Aleluya!