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Esperando a Godot

La guerra del fútbol

Imagen del partido Elche-Valladolid.

Seguramente, al leer el título de este artículo, habrán pensado que me ha dado por hablar de Florentino Pérez y de su, al parecer, malogrado proyecto de superliga europea de fútbol. No es esa mi intención, aunque parece inevitable. En realidad, lo que me gustaría traer a colación es la frivolidad con la que esta semana se ha hablado de la «guerra del fútbol», cuando sí hubo de verdad, y no hace mucho, una guerra entre dos países centroamericanos, que fue conocida exactamente así y que causó miles de muertos y de refugiados, además de un sufrimiento extremo en la población de los países contendientes.

Para contarles la historia de aquel cruento episodio nos hemos de remontar a una lluviosa tarde en la Ciudad de México. Era el 27 de junio de 1969 y se habrían de enfrentar en el Estadio Azteca las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador, que se jugaban su posibilidad de participación, por primera vez en su historia, en una copa del mundo de fútbol. Los jugadores de El Salvador lucían una equipación azul con franjas blancas y los hondureños una blanca con rayas azules, los colores que ambos países comparten en sus respectivas banderas, del mismo modo que comparten el mismo idioma, la misma religión y la misma cultura.

Esas coincidencias entre los dos países hacen más difícil de entender lo que sucedería entre ambos dos semanas más tarde, y que el periodista polaco, Ryszard Kapuciski, explica de forma magistral en su libro The Soccer War, una crónica magnífica para comprender no sólo la guerra entre Honduras y El Salvador, sino también la situación de América Latina entre 1958 y 1980. Lo que resulta evidente es que la guerra no comenzó como consecuencia del partido. De hecho, el encuentro transcurrió dentro de los más estrictos cauces de la deportividad.

El problema subyacente entre ambas naciones venía de bastante más lejos. Los dos países estaban dominados por unas élites de terratenientes que subyugaban a las masas de campesinos, tan pobres en un país como en el otro. No obstante, entre El Salvador y Honduras existía una diferencia: el primero era el país más pequeño y más densamente poblado de la zona, mientras que el segundo, con una población mucho menor, le quintuplica en extensión. Este hecho provocó que en los años 60 unos trescientos mil campesinos salvadoreños emigraran a Honduras en busca de tierras de cultivo. Pero, en 1967, el Gobierno hondureño introdujo una ley de reforma agraria que, en la práctica, obligaba a los salvadoreños a regresar a su país, imposición que la mayoría de ellos obviaron.

En este estado de cosas, el presidente de Honduras, Óscar López Arellano, que había accedido al poder seis años antes tras un golpe de estado, decidió expulsar a los campesinos salvadoreños mediante el uso de la fuerza. Recuerden que estos hechos transcurren de manera paralela a los partidos de clasificación de las selecciones nacionales centroamericanas para el mundial de México de 1970. Precisamente, en la fecha del partido que les he descrito, el gobierno de El Salvador decidió romper sus relaciones diplomáticas con Honduras, acusando a sus dirigentes de cometer crímenes contra la humanidad, debido a la situación que se había originado en la frontera entre los dos países, como consecuencia de las deportaciones masivas.

Entretanto, en El Salvador, el Gobierno presidido por Fidel Sánchez Hernández intentaba, por una parte, asumir las ingentes cifras de repatriados mientras, por la otra, los terratenientes locales presionaban al ejecutivo para que emprendiera acciones militares contra Honduras, petición que se veía alimentada por las constantes soflamas de la prensa local, con reportajes en los que acusaban a los hondureños de persecuciones, violaciones y asesinatos perpetrados contra sus compatriotas.

Finalmente, tras una serie de escaramuzas fronterizas, el 14 de julio las tropas salvadoreñas invadieron Honduras y su fuerza aérea bombardeó el país de forma inmisericorde. Cuando el 18 de julio se negoció un armisticio, auspiciado por la Organización de Estados Americanos, más de tres mil personas, en su mayoría civiles hondureños, habían perdido la vida.

Hubo que esperar hasta agosto para que las tropas salvadoreñas se retiraran completamente de Honduras, pero las repercusiones del conflicto duraron años. La frontera se cerró, interrumpiendo el comercio entre los dos países, y la génesis del conflicto- la escasez de tierra para los campesinos de El Salvador- fue también la causa de un conflicto civil en ese país que se alargó entre 1979 y 1992, causando la muerte de unas setenta mil personas.

Comprenderán entonces que antes haya calificado de frivolidad llamar al asunto de la super liga europea «guerra del fútbol». Lo cierto es que el asunto del fútbol hace tiempo que ha excedido lo meramente deportivo para convertirse en un negocio, que como tal debe regirse única y exclusivamente por las reglas del mercado. El hecho de que algunos políticos de la izquierda más cavernícola hayan cargado contra el proyecto (en realidad lo hacen contra Florentino Pérez, al que consideran un avieso capitalista) es significativo. A mí, sinceramente, tanto me da que el negocio lo haga Don Florentino que la UEFA y la FIFA. Aunque puestos a elegir, prefiero siempre un empresario de éxito que unos estamentos que se basan en el monopolio, las componendas y las corruptelas.

En cualquier caso, aunque ha quedado claro que el fútbol se mueve al dictado del dinero, ya que los clubs profesionales son sociedades mercantiles, es cierto que los aficionados no lo entienden así, pues el deporte tiene también un componente emocional, similar al de las justas medievales, en las que se tomaba partido por uno u otro caballero. De modo que, tirando de tópico y de populismo, esperemos que el Elche gane en su «lucha» para no descender de categoría. De momento, parece bastante difícil.

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