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El sueño roto del Camp d’Elx

Expertos del medio rural reclaman ayuda de las administraciones para recuperar viviendas tradicionales del campo ilicitano antes de que se vengan abajo por el desuso y el paso del tiempo

El fotógrafo ilicitano José Ortuño realizó una exposición sobre la decadencia de algunas «faenetes» de Elche en las que había recuerdos como fotos familiares. | EVA JUAN José Ortuño

Silencio y decadencia. El sol cae y con él todas las esperanzas de que lo que un día fue un hogar y un modo de vida acabe sepultado al día siguiente entre escombros. En el olvido. Esta es la realidad de una parte del Camp d’Elx. Si recorriéramos kilómetros y kilómetros observaríamos tierras, unas baldías, otras resplandecientes, y otras donde los planes urbanísticos han ido avanzando tanto que los chalets le han ganado la partida a aquellas viviendas tradicionales, las «faenetes» de agricultores.

El relevo está casi ausente y por ello hoy por hoy la mayoría de estas construcciones están deshabitadas. Para los oriundos sólo queda de ellas un halo de melancolía cuando recuerdan tiempos pasados. Expertos del medio rural calculan que en el Camp d’Elx pueden llegar a existir más de 700 construcciones típicas, con porche mirando al sur así como las que tienen torre, de corte señorial o alquerías. De todas ellas, una gran parte se encuentran en estado abandonado o incluso están deshabitadas, lo que viene a indicar «que estamos perdiendo patrimonio a marchas forzadas» y enumeran casos perdidos y que «deberían estar protegidos por la ley de patrimonio valenciano como la ermita del Molar», reseña Marga Guilló, directora técnica de la Associació per al Desenvolupament Rural del Camp d’Elx.

Una de las faenetes del Camp d’Elx deshabitada, en estado abandonado y con grafitis. | JOSÉ ORTUÑO Eva Juan

La experta señala que la administración debería ayudar a los propietarios de ciertas construcciones a que puedan rehabilitarlas, porque la iniciativa particular en la mayoría de los casos no puede costear mantener estas viviendas, que pueden llegar a ser centenarias y de materiales primitivos. De igual forma, reitera que la administración tampoco es firme para evitar que estas edificaciones se puedan transformar al libre albedrío de los propietarios, rompiendo, por tanto, su estética particular.

Luego hay un patrón que se repite en muchas familias. Estas viviendas pueden pertenecer a agricultores pero cuando se retiran del campo al alcanzar una avanzada edad, o incluso cuando fallecen, apenas hay relevo que quiera retomar la actividad agrícola y entonces los herederos se ven en una encrucijada. No saben qué hacer porque desconocen cómo sacarles partido. Unos venden los solares y terminan sustituidas por chalets. O se da el caso de que los beneficiarios no se pongan de acuerdo sobre qué paso dar, el tiempo corra y las grietas empiecen a acumularse. Una mínima parte las rehabilita para vivir.

El sueño roto del Camp d’Elx José Ortuño

Para que quede constancia de este modo de vida José Ortuño se ha aliado con su objetivo. Este fotógrafo ilicitano comenzó hace ocho años a capturar la esencia de estas viviendas. Escudriñó las ruinas de una veintena de ellas y la decadencia que inmortalizó fue tan sobrecogedora que lo ha plasmado en su exposición «El tiempo deshabitado», que recientemente exhibió en una sala ilicitana. Relata que no tiene vínculo con el entorno rural ni agrícola, pero la curiosidad terminó atrapándolo tras realizar una serie fotográfica anterior de palmeras con formas extrañas. «Vas descubriendo la realidad de un mundo que se va acabando», apostilla.

Lo que más le impresionó fue encontrarse recuerdos olvidados como fotos de la primera comunión de dos hermanos tiradas por el suelo, cartas o postales navideñas. «Quería que la presencia de la vida fuera lo más cercana posible, que el abandono resultara un poco hiriente en su cercanía».

Encontró múltiples restos como «utensilios de cocina, sofás abandonados e incluso segundas o terceras opciones que habían tenido esas casas», como almacenes «con tapacubos de coches, gente que acumulaba pilas de lavado, restos de cosas del calzado porque pudiesen tener su pequeño taller...». Narra que «una persona salió llorando de la exposición porque sienten este trabajo como una forma de hacer justicia al dejar constancia de ese abandono». En su trabajo siempre fue ojo avizor porque desconocía qué iba a hallar. Expone que en un par de casos encontró okupas en ellas y que la mayoría tienen señales de actos vandálicos.

Eva Juan también ha puesto de relieve este tipo de casas. Durante ocho años vivió en una partida rural del Camp d’Elx , lo que despertó su interés de adentrarse en un paisaje de huertos de palmeras que abrazan estas casas. Lleva tres años captando como fotógrafa la esencia de las faenetas abandonadas en las partidas rurales de Elche para «reivindicar decadencias, deterioros o transformarlos en proyectos artísticos» como es su caso. La sensación que se le queda al inmortalizarlas es «de excepcionalidad, de volver a visitar lugares que enraízan, que tienen memoria agrícola», sentencia.

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