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Tribuna

Mi amante

Bañistas en la playa en Santa Pola.

Ha sido común en España y señal de estatus social, tener una querida en otro tiempo. Ahora, como la cosa no da para más y sin señorío, una hora de hotel satisface al más lanzado con prisas y a escondidas. Todo cambia. En los años sesenta con apenas veinticinco años, alguien casado, con dos hijas y un productivo negocio, me dijo que únicamente le faltaba tener una querida. La frase antigua era, «La mujer es para respetarla y la querida para quererla». Lo de ahora, como tantas cosas: un no llegar.

Discernir entre el bien y el mal siempre es difícil, y no te lo presento como problema lector, sino mostrando uno propio pues ahora cuando con Plinio disfruto de la felicidad moral que otorga la edad madura, en la que se supone que las pasiones han colmado y los deberes se han cumplido, la ambición se ha satisfecho y la fama y la fortuna establecido solidariamente, me ocurre lo que a seguidas te cuento.

Uno, entre la realidad y la ficción desde que escribía en estas páginas, se ha creado un mundo real donde está cómodo porque la imaginación todo lo ocupa y a fuerza de escribirlo, no sé si es cierta la mentira literaria de haber visitado la villa marinera de Santa Pola, en el vientre de mi madre, un verano antes de nacer el primer día de agosto.

Fue en 1941 y te aseguro, si eres más joven que yo, que son muchas las cosas en las que a mi edad piensas mientras un «bollitori» mental te asiste, aunque cierta sea la serenidad que Plinio da por segura. Así que adelantaré que para mí Elche, es Elche, y siendo hijo suyo y de una generación que lo ha forjado además de haber yo contribuido, me encuentro felizmente esposado a esta ciudad. Pero no he faltado año alguno de mi existencia a Santa Pola, con el paso del tiempo la amo, y por nada la perdería. Es mi querida Santa Pola. Y he de confesarte, amigo, que tener una amante es bonito aunque a veces conflictivo. No somos tan modernos como creemos, ni tan antiguos como antes parecía yo anunciar. Cada uno ve lo que mira a su modo.

Hace tan sólo unos días, una tarde de esas que en a mi edad no sabes bien en que lugar de la vida te encuentras, escribía a una amiga y le decía que pronto cumpliré ochenta años. La lluvia me acompañaba fuera de los cristales empañados y puede que el escenario influyera, al declarar con timidez y agradecimiento los muchos favores que de Elche he recibido por personas como ella. Una extraña sensación anidaba en mi ánimo sin embargo y es que tengo la impresión de no haber conectado últimamente; como si yo fuera de un tiempo pasado, o como si no existiera por ser ya de otro distinto.

Tengo obra artística en los fondos de la Casa de la Festa y de la actual Fundación Mediterráneo en Elche y Alicante, que no quisiera ver olvidada; soy uno de los pocos supervivientes invitados a participar, el año 1961, en la Primera Exposición organizado por la Caja de Ahorros de Sureste de España (que después fue la CAM) en el Hort de Xocolater, y en 2004 la CAM montó en su desde social para mí la exposición, Luz y Atmosfera. La complejidad de lo sencillo, encargado de Asuntos Sociales don José Jurado.

Todo se olvida pero no es que yo haya hecho más por Santa Pola que por Elche. Mi relación con Santa Pola ha fluido siempre de un modo natural, como ocurre en lo emocional y en lo artístico si existe entendimiento amoroso. Quizá así se encuentra una querida y mi relación con Santa Pola es algo natural, que a una esposa no puede ofender ni la desmerece. ¡Seamos modernos!

El Museo del Mar de Santa Pola presenta ahora una exposición con obra pictórica mía, parte del patrimonio cultural local y fruto de un sentimiento que ha ido fluyendo como las buenas aguas lo hacen y los sentimientos. Y no revela mi promiscuidad aunque queda claro, que casado, tengo una querida a quien mucho debo y es obligado reconocerlo además de hacerlo público. Quedo pues en deuda con quienes me han asistido, desde hace muchos años, y enaltecido mis ilusiones. Como cierto es que Elche es Elche y yo hijo suyo.

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