En 1944, Anne Frank escribía en su diario: «El mundo está patas arriba». Más de 75 años después el mundo sigue sin darse la vuelta. La dimensión de personas, vía Marruecos, que llegaron hace una semana a Ceuta es desmedida. Algunos medios hablan de 8.000 migrantes, otros de 10.000 o incluso más. Según el presidente de la ciudad autónoma, Juan José Vives, 1.500 menores. En la localidad marroquí de Castillejos (Fnideq) cuentan que la población se siente víctima y utilizada como desafío en el contencioso del Sáhara. Dicho engaño fue hacerles creer que las autoridades españolas les trasladarían a la península. Un total engaño que la población se creyó al entender que era una ayuda para evitar las peligrosas patera o el salto de la valla. Su futuro incierto en un país donde las libertades y el cumplimiento de los derechos humanos quedan apartados de la realidad, hizo precipitar la decisión de la mayoría por intentar esa milagrosa oportunidad. En pocas horas formaban parte de esta triste historia, ecos de 1975.

Intervención del Ejército en Ceuta, días atrás EuropaPress

Como sabemos el Sáhara Occidental era la provincia 53 española, donde todavía hoy permanecen miles de personas refugiadas en el desierto argelino o en los territorios ocupados por Marruecos, repito «ocupados». Bajo su arena siguen enterrados los cuerpos de saharauis desaparecidos con DNI español. Denuncias también de violaciones y vejaciones a mujeres, como a las familiares de la activista Sultana Khaya. Un país, Marruecos, que juró venganza al nuestro tras la acogida por razones sanitarias a Brahim Gali, secretario general del Frente Polisario. Se puede esperar muchos desencuentros, pero nunca que utilice a su pueblo y a sus niños y niñas como munición política. Una pólvora que nos ha dolido en lo más profundo de nuestra alma y nos ha herido de impotencia al no poder desde aquí ayudarles, arroparles, orientarles... Cuando los veíamos deambular perdidos, mojados, cansados ya por las calles. Sus rostros eran y son el miedo. Muchos portaban escrito en la piel un número telefónico medio pintado a boli que, posiblemente, su madre, hermano, maestra… alguien puso para esperar esa llamada, noticias de una oportunidad, de una vida mejor. Sueñan ser futbolistas, cocineros, maestras, enfermeras... Los adultos han sido devueltos de forma masiva y los menores, de momento, quedan exentos del pacto de devolución, a expensas de ser reclamados por sus familiares. Ahora esperan en un improvisado antiguo almacén de mercancías, usado para el porteo en la frontera de Tarajal, una respuesta burocrática justa a su situación. Mientras, otros siguen escondiéndose por los espigones. Esta crisis migratoria sin precedentes también ha evidenciado la cara más miserable de la humanidad, la ultraderecha. Ellos, los sin miedo, siempre aprovechan cualquier fragilidad social para divulgar mentiras, insultos y provocar noticias falsas, intoxicando a una sociedad que quiere vivir en democracia. Tenemos que cargar con ese lastre, como condena por una falta de memoria histórica. Nunca comprenderé cómo pueden descalificar a los voluntarios que ayudaban con palabras, abrazos, paciencia, con cariño a quien lo necesitaba. Me repugnan y me avergüenzan las personas que detrás de las redes sociales difunden mensajes que incitan al odio. Supongo que no entendéis lo que no conocéis, la SOLIDARIDAD. ¿Y vuestro partido defiende una cruz por cristianos? Qué contradicciones tenéis. Esa cruz, la del Paseo de Germanías, es un símbolo franquista y ya por eso, debe desaparecer, para reparar una memoria que nos es debida. No olvidéis que si fuera como creéis, la cruz de todas personas cristianas, sería la cruz de nuestro señor Jesucristo y recordad «el señor sostiene a todos los que caen y levanta a todos los oprimidos». Al menos tened la coherencia de si defendéis su cruz, ayudar a los oprimidos. Mientras, millones de personas intentaremos ponerle abrazos, como los de Luna Reyes, voluntaria de Cruz Roja, a este mundo que sigue patas arriba.