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El estigma de Los Palmerales

La falta de civismo y el menudeo de droga, que las autoridades se muestran incapaces de resolver, como ha ocurrido frente al colegio Tamarit, lastran la imagen de un barrio que no ve en el derribo de edificios la solución a sus problemas

Varias vecinas charlando esta semana junto a dos establecimientos del barrio de Los Palmerales. | ANTONIO AMORÓS

María Ortega tiene 74 años y vive en el barrio de Los Palmerales desde 1981. El paraguas de la promoción pública de viviendas era la vía más asequible en la época para instalarse. Cogió los bártulos y dejó el piso donde vivía junto a su marido en Plaza de Barcelona para empezar ambos una nueva vida. Está orgullosa de haber podido criar a sus seis hijos en un ambiente, asegura, de total tranquilidad pese a los problemas de convivencia que se documentaban ya en la época.

Jóvenes transitando por una de las principales arterias del barrio j.r.esquinas

Ahora tiene 16 nietos y tres biznietos por lo que las reuniones familiares son complicadas en su piso. «Si me tocara la lotería me iría de Los Palmerales pero no por su gente, si no por la falta de espacio».

Esta vecina preside la asociación de vecinos del barrio, donde apenas hay otros ocho integrantes, para luchar por mejorar las condiciones de la zona y reivindicar que se acabe con un estigma social que les acompaña para visibilizar que «no todos somos iguales». Desde hace unos días este diario hace seguimiento de casos de menudeo de drogas a plena luz del día en un bloque abandonado a la vista de los alumnos del colegio de educación especial Tamarit, hasta el punto de que el se ha tenido que poner una lona en la valla porque ni la Policía ni el Ayuntamiento saben ya qué hacer. La Conselleria de Vivienda, además, ha tapiado en los últimos tiempos hasta 13 veces las entradas, como exponía el alcalde, Carlos González.

Restos de basura que se acumulan en el entorno del polideportivo

Sin embargo, cuando pasan unas horas los consumidores y camellos vuelven a colarse y el problema persiste. Vivienda ya tiene en trámite la demolición inminente de dos nuevos bloques y hay una previsión para 2022 de tirar abajo otros dos para frenar el conflicto. Aún y así, los vecinos dudan de que sea correcta la medida porque temen que el derribo pueda atraer que los puntos calientes de venta de droga se distribuyan a otras zonas que hasta ahora «son lo mejor del barrio», apuntan vecinos de la calle Ametler.

Alertan, igualmente, de que hay descendientes de los primeros inquilinos que venden los pisos de sus familiares, ya fallecidos en muchos casos, por cantidades ínfimas y de forma alegal, viviendas que pueden ser susceptibles de usarse para el menudeo, según exponen los residentes. Este fenómeno se puede deber a que una buena parte de los familiares de quiénes hace 40 años empezaron a instalarse hayan rehecho su vida en otros barrios o ciudades.

José García Guirado, vecino desde 1988, recuerda que este barrio fue conflictivo en sus orígenes «y también sigue habiendo puntos que son conflictivos pero de 4.000 personas que vivimos estamos pagando las consecuencias de unos pocos que están echando el barrio a perder», señala.

Rehabilitación interior de la planta baja de un bloque de viviendas. ANTONIO AMORÓS

Al hilo, este y otros vecinos coinciden en que siempre sobrevienen los capítulos malos a los buenos en Los Palmerales. Tienen la percepción de que noticias como las del desmantelamiento del mayor punto negro de droga al menudeo hace unos meses en uno de los bloques van acumulando una «mala fama» que se construyó antaño con el «corral de la Pacheca» y que provoca que el barrio se invisibilice más, y directamente a sus vecinos.

En 1988 los Palmerales fue declarado por la Generalitat Valenciana Barrio de Acción Preferente. La misión era hacer actuaciones para regenerarlo y promocionar el bienestar social en una zona donde imperan los casos de vulnerabilidad social. Se construyeron 1.300 viviendas de promoción pública «por las que pagaba cerca de 5.000 pesetas al principio», recuerda Concha Moreno, otra vecina septuagenaria que vive desde hace tres décadas. Lamenta que las fachadas de los clásicos edificios anaranjados esté tan deteriorada y asegura que en muchos casos no tienen que ver con lo que hay dentro. «Yo tengo el piso muy arreglado y mi hijo también, tanto que cuando estás dentro no parece que vivas aquí».

De alguna manera las diferentes administraciones colocaron equipamientos en el perímetro de Los Palmerales como el Centro Social, la Ciudad de la Justicia, la Comisaría de Policía Nacional y el Cuartel de la Guardia Civil, para intentar revitalizar el barrio. «Y hay más policía por aquí que en la comisaría, te paran cada dos por tres», señala José García, un joven de 34 años.

Un vecino señala un muro por el que se han caído varios niños. ANTONIO AMORÓS

Admiten que todos estos recursos hacen que Los Palmerales sea uno de los mejores barrios comunicados pero al mismo tiempo sienten que la administración les tiene abandonados en cuanto a la limpieza y mantenimiento de infraestructuras. Tampoco ayuda que tengan que lidiar con el incivismo de algunos, un problema perpetuado en el tiempo.

Es habitual ver latas de refrescos tiradas por cualquier esquina, pintadas en muros y bolsas de basura entre los callejones.

Entre las múltiples deficiencias, el polideportivo está cerrado acumulando suciedad y malas hierbas a la espera del una rehabilitación integral que la concejalía de Deportes ya ha anunciado, y que está en fase de licitación. En este espacio se instaló también una zona de calistenia para mayores que está inaccesible.

Apenas hay parques infantiles, y los que hay tienen los juegos para niños deteriorados. De igual forma, desde la asociación de vecinos vienen reclamando que se valle un muro de un metro junto a un parque porque varios niños se han caído ya, según el colectivo. Indican, además, que la poda de árboles llega siempre con mucho retraso, que faltan papeleras y hay tramos con las aceras totalmente levantadas.

Aceras levantadas por las raíces de un árbol.

«La gente se ha dado cuenta de que los que vivimos aquí no somos leones»

La actividad comercial en el barrio de Los Palmerales no se ha desarrollado de la misma forma que en otras zonas del término municipal, ya que prácticamente están los mismos negocios que hace unos años, la mayoría regentados por vecinos del barrio o que se criaron en él. En la actualidad hay una farmacia que a diario cuenta con bastante trasiego, una tienda de alimentación, una carnicería, panadería y unos ocho bares y cafeterías. Isidro García es el propietario de la panadería Cande. Apunta que se crió en una de las casas prefabricadas que se eliminaron sobre el solar donde ahora está el juzgado. «Cuando abrieron el juzgado nadie quería aparcar, les daba miedo y ahora apenas hay espacios porque la gente se ha dado cuenta de que los que vivimos aquí no somos leones, somos personas como todos».

Yolanda González, propietaria de una cafetería que lleva su nombre, apunta que desde que abrió hace ocho años ha conseguido clientela fiel y también lamenta que se generalice «hablando de que hay mala gente y de que te roban aquí, se ha quedado la fama de antiguamente», relata.

Paco Gil es la segunda generación del bar más antiguo de Los Palmerales. Apunta que cada vez se ha ido normalizando más el barrio y valora que la Ciudad de la Justicia le trajo clientela.

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