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Esperando a Godot

La paradoja de Epiménides

Biden y Sánchez, esta semana en su famoso paseo. | EFE

El pasado domingo, me encontraba enfrascado en la lectura de una novela de Eduardo Mendoza, magnífica como toda su producción literaria, titulada El negociado del yin y el yang. En un pasaje de la obra sale a colación, por motivos que no les voy a explicar para no estropearles su lectura, si tienen el gusto de hacerlo, la conocida paradoja de Epiménides, o paradoja del mentiroso.

La paradoja del mentiroso consiste en un argumento que lleva a una contradicción al tratar de razonar la frase pronunciada por un mentiroso. Los expertos en lógica filosófica nunca se han puesto de acuerdo en cómo resolverla, a pesar de llevar más de dos mil años discutiendo una posible solución. Para que se hagan una idea de la dificultad que entraña, expongamos el problema en términos de lógica proposicional: supongamos que P es la frase del mentiroso. Si P es verdad, entonces es falsa; pero lo contrario también podría ser cierto. Porque si la frase del mentiroso se enunciase como «P es falso», esa frase entonces sería verdad, luego P sería verdad. En consecuencia, hemos demostrado que P es verdad si, y sólo si, es falsa.

Uno de los ejemplos más clásicos de esta paradoja, de ahí que se la haya también rebautizado con su nombre, es la que alumbró el poeta y filósofo griego del siglo VI a. C., Epiménides de Cnosos o de Festo: «Todos los cretenses son mentirosos». Si de esta sentencia inferimos que todas las afirmaciones realizadas por los cretenses son falsas, habida cuenta de que el propio Epiménides era cretense, su afirmación es falsa (i. e. no todos los cretenses son mentirosos). Se trata de la paradoja en su expresión más simple, pues, como intentábamos explicar en el párrafo anterior, surge de considerar una oración como «Esta frase es falsa». Si es verdad, es falsa, y si es falsa, es verdad.

El estudio de este tipo de paradojas semánticas ha llevado a algunos lógicos, entre los que destaca Alfred Tarski, a hacer una distinción entre el lenguaje objeto (cuando el objeto de investigación es un lenguaje natural o artificial) y el metalenguaje (el lenguaje utilizado para investigarlo y que formula una metateoría), llegando a la conclusión de que ningún lenguaje puede desarrollar una teoría semántica completa que sea consistente con todas las oraciones que puede generar.

Disculpen ustedes el rollo macabeo que les he presentado a modo de introducción para poder llegar a exponer mi tesis: «Todos los políticos son mentirosos». Como les confesé en un artículo anterior, yo mismo participé en política activa en el pasado, por lo que esta frase podría ser verdad o falsa, aplicando los criterios teóricos y el ejemplo de los cretenses que hemos desarrollado.

Sin embargo, paradojas aparte, que en política hay muchas, los acontecimientos que se están viviendo en nuestro país en los últimos tiempos, no se pueden explicar desde el punto de vista de la lógica, por lo que hay que entrar en otros campos filosóficos y literarios más acordes con lo que está acaeciendo, como el surrealismo, el esperpento o el sainete.

Cómo si no podríamos explicar el asunto de los indultos a unos individuos que perpetraron graves delitos, no sólo de sedición- que ese se podría hasta discutir si no fuera hecho juzgado y sentenciado- sino también de prevaricación y malversación de caudales públicos. Lo cierto es que uno empieza a barruntar que, para poder llevar a cabo la moción de censura contra Mariano Rajoy, Pedro Sánchez urdió una inconfesable trama con sus socios separatistas, y que estos tienen pruebas de ello que amenazan con airear si el presidente no se aviene a todas y cada una de sus exigencias. Pero aquí, de nuevo chocamos con la paradoja, pues el propio Sánchez dice que indultar a estos criminales es bueno para el país. Pero como, por definición, siempre miente, o la construcción semántica es incorrecta, o el hecho en sí es mentira, por lo que sólo será verdad si es mentira y si es verdad también será mentira.

Otro ejemplo palmario, protagonizado también por el ínclito Sánchez es el de la «cumbre de los veintinueve segundos» celebrada entre él mismo y el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, durante la última reunión de la OTAN. En este caso la paradoja no es sólo semántica, sino también temporal: nadie se puede explicar (aunque muchos lo han hecho con la habitual retranca ibérica) que en ese lapso se pudieran tratar todos los temas enunciados por nuestro presidente. Aunque claro, podría darse la paradoja de que la gran capacidad de síntesis de Pedro Sánchez lo hiciera posible.

Ojalá en el ámbito de la política local también fuéramos capaces de sintetizar los problemas como los hace el equipo de la Moncloa. Aunque me temo que es, más bien, al contrario: nuestro alcalde tiene el vicio, o la virtud, de explicarnos todo de una forma tan pormenorizada que cualquier actuación, como el asfaltado de una calle, la puesta en funcionamiento de un contenedor, el cubrimiento con arena de unos restos arqueológicos o la instalación de unos juegos infantiles en un parque, alcanzan la categoría de discurso institucional, debidamente prolongado por el absurdo lenguaje inclusivo.

De todos modos, qué más da, si los políticos son cretenses.

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