Ya podemos ir sin mascarilla en exteriores. Pero ojo, porque después de tantos meses de estar embozados en lugares públicos, podría darse el caso de que el tálamo visual tenga dificultades para enviar la información correctamente hacia la corteza cerebral y no reconozcamos a las personas conocidas que encontremos por la calle a cara descubierta. Cuentan que ayer mismo un miembro del bipartito ilicitano se llevó una buena reprimenda de una de sus compañeras de gobierno por no saludarla cuando se encontraron en la Glorieta. De nada le sirvió argumentar que después de tanto tiempo viéndose con mascarilla, ya no recordaba el rostro completo de su colega. En fin, tranquilidad; llevará su tiempo pero seguro que volveremos a reconocer a nuestros convecinos, familiares y antiguos compañeros de instituto por sus facciones íntegras y no solo por la mitad superior de la cabeza.

El alcalde, Carlos González, ha saludado con el brío (es un decir) que se merece este avance sociosanitario hacia la Normalidad Normal. No obstante, pese a no abandonar todavía su semblante circunspecto habitual durante la pandemia, se le nota más contento, no solo por la evolución de la vacunación sino por los últimos acontecimientos que vaticinan que esto va a ir a mejor, salvo alguna cosa.

Imbuido de ese espíritu (en el sentido hegeliano de fuerza vital que mueve ontológicamente lo fenoménico), González se ha reunido en el curso de una semana no con uno, sino con dos ministros del mismísimo gobierno de Pedro Sánchez, convencido como está el primer edil de que algo más habrá que legar esta legislatura, además de peatonalizar Plaça Baix-Corredora y de llenar el casco urbano y el campo rural de kilómetros de carril-bici. Con su amigo y paisano responsable de Fomento, José Luis Ábalos, se vio para añadirle al aeropuerto Alicante-Elche el nombre de Miguel Hernández, universal poeta oriolano con estrechos vínculos familiares ilicitanos (aunque no con la estrechez suficiente como para evitar la fuga de su legado a Jaén).

Al menos esta adenda en el rótulo le ha salido gratis al Ayuntamiento ilicitano (y al de Orihuela, de paso), no como en los tiempos de la alcaldesa popular Mercedes Alonso, cuando Aena exigió el pago de 50.000 euros (que, según se dijo, se obtuvieron por «aportaciones voluntarias» de varias empresas) por incorporar el nombre del municipio donde se asientan las instalaciones aeroportuarias. Y eso que entonces el ministerio de Fomento estaba en manos populares (de Ana Pastor, en concreto), como el gobierno municipal.

Por supuesto, el alcalde no desaprovechó esta nueva ocasión y volvió a preguntarle a Ábalos, tras el descubrimiento de la placa preceptiva, que qué había de lo suyo, es decir, lo de siempre: mejoras y conexiones ferroviarias, señalización de la estación del AVE, la segunda fase de la Ronda Sur... El ministro, inspirado por el ambiente poético, respondióle a González: «Me llamo barro aunque José Luis me llame, y aunque ausencia en todo veas, cuando paso por tu puerta vientos del pueblo me llevan y callo después de muerto, compañero del alma, compañero». El alcalde, más imbuido aún si cabe del momento lírico replicóle: «No me conformo, no: me desespero; tan cercanos, y a veces qué lejos nos sentimos. Llegué con tres heridas y tengo estos huesos hechos a las penas, pero soy el rayo que no cesa, compañero del alma, compañero». Aplausos de los asistentes ante tan ameno despliegue de ripios y hasta el próximo encuentro fenoménico.

Alentado por tan prometedor avance en su agenda de asuntos ministeriales pendientes, González se plantó a renglón seguido en el mismísimo Madriz capital para preguntarle también, con idéntica determinación, al ministro de la cosa cultural, José Manuel Rodríguez Uribes (en adelante, si es que vuelve a salir, JMRU), qué había de lo suyo. Del regreso de la Dama, vamos. Una reunión «fructífera, positiva y esperanzadora», proclamó el alcalde, de la que salió que el ministerio se integrará en lo que el DOGV definió graciosamente en diciembre de 2016 como «Comisión Bilateral Generalitat-Ayuntamiento de Elche para instar la futura ubicación de la Dama de Elche mediante la creación de una subsede del Museo Arqueológico Nacional en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche (MAHE)». Ya ven, en 2016.

Tras esa publicación se anunció que nuestra egregia y pétrea exiliada volvería en 2018; o a lo más tardar, en 2019, y todavía andamos metidos en reuniones fructíferas y esperanzadoras. Ahora el alcalde apunta, conjetura y/o barrunta que podría venir a partir del segundo semestre del próximo año, por el 125 aniversario de su hallazgo. Casualmente en la recta final hacia las elecciones municipales de 2023, pero que nadie piense mal aun a riesgo de acertar: los plazos los marca el ministerio y su criterio es absolutamente técnico en asuntos de patrimonio. Ya. De momento nos quedamos con el gran avance que supone que con la incorporación del departamento de JMRU la comisión ya no será bi sino tripartita, aunque solo para la primera parte del enunciado, porque el quimérico asunto de la subsede ibérica del MAN está más calcificado que la mismísima Dama.  

Recién regresado de Ayusolandia se encuentra González con otra manifestación fenoménica: la empresa del hotel de Arenales, como quien no quiere la cosa, le va a hacer por fin caso (y a Costas) y va a proceder a derribar el fantasmal inmueble. Hay personas malpensadas que piensan (mal) que se hace en plena temporada estival con la malsana intención de morir matando y que se produzca una avalancha de quejas ante el Ayuntamiento por el polvo, el ruido y el tránsito de retroexcavadoras y camiones con escombros, amén de la nube de amianto que amenaza con envolver a bañistas y vecinos (no hay por qué desconfiar de la empresa especializada, aunque…). Pero también hay otras personas que piensan –como el propio alcalde– que ahora no es cuestión de ponerle pegas y que bienvenidas sean estas calamidades si por fin desaparece el adefesio. Y, además, el seguimiento del derribo aportará algo de entretenimiento veraniego, que buena falta hace allí. Fenomenal, pues.

Ah, y no olvidemos que tenemos al alcance de la mano otro hito propiciado por el bipartito de progreso: la declaración del arroz con costra como Bien de Interés Cultural Inmaterial (BICI; vaya, ¿no será una idea de la edil de movilidad, Esther Díez?), solicitado ya a la Generalitat. No es cuestión de ser quisquillosos, pero inmaterial, lo que se dice inmaterial no creo que sea mucho, a tenor de lo materialmente lleno que se queda uno tras zamparse un buen plato. Sin embargo, como nada en esta vida está exento de polémica, no queda claro si, de aceptarse la propuesta, se nos adjudicará la autoría en solitario, a tenor de la reivindicación que en el mismo sentido sostienen también desde la Vega Baja. Además, mucho más al norte, desde Pego recuerdan que en esta localidad de la Marina Alta también se cocina esta receta e incluso hubo en tiempos un concurso, como aquí en fiestas. Solo nos faltaba entrar en una batalla intercomarcal por un plato de arroz, aunque por asuntos más pequeños se han declarado conflicto mayores, incluso guerras. De momento, nada de recoger firmas (¿eh, Pablo Ruz?) ni de manifestarse en la calle sin mascarilla.

En fin, seguiré atento bajo la sombrilla a la evolución del derribo del hotel; eso sí, provisto de mi máscara, pero no de las quirúrgicas, sino de esas gordas antigás, por si acaso. No me fío de los fenómenos ni un pelo. Feliz verano.