«Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano».

Friedrich Schiller (1759-1805), poeta, dramaturgo y filósofo alemán.

Ha sido este que está a punto de irse un verano frustrante, debo confesarlo abiertamente. Y no por la enésima ola pandémica que nos ha impedido desterrar definitivamente las odiosas mascarillas y ha seguido enviando a los hospitales a incautos, confiados y no vacunados. No. Resulta que a comienzos de julio planté la sombrilla y la tumbona en la menguante franja playera frente al espectral hotel de Arenales, con el propósito de no perderme detalle de su histórica demolición, y este es el momento en que retiro el mobiliario estival sin haber visto cumplido mi anhelo.

Me he mantenido firme en mi puesto frente a inclementes vendavales, inopinadas crecidas de marea (no tanto como el tsunami de Santa Pola, pero casi), embates de enfurecidas olas y asfixiantes temperaturas. Hasta he tenido que emplearme a fondo para evitar que una obstinada gaviota me arrebatara (supongo que confundiéndolo con alguno de sus retoños) el volumen de El hundimiento de la casa Usher con cuya lectura amenizaba, quiméricamente, la espera de un derrumbe real.

He soportando las inquisitivas miradas del personal de Platges Segures de la Generalitat, por si mi persistente actitud de situarme todos los días mirando hacia el decrépito inmueble y no al mar, pudiera obligarles a tener que realizar su primera y a la postre única intervención en todo el verano. Aunque, pensándolo bien, llegado el caso probablemente se hubiesen limitado avisar a la policía marítima y seguir paseando, que para eso los contrataron. No he propiciado, sin embargo, motivos para que me aplicaran la normativa municipal de playas y zonas húmedas, ni siquiera cuando ondeaba la bandera roja.

Durante estos dos meses he pasado de la febril agitación de los primeros días, derivada de la presencia de maquinaria pesada retirando escombros y el deambular del personal, a un estado de frustrante sopor durante las largas y numerosas jornadas en que no hubo actividad alguna en el lóbrego lugar. Las noticias que llegaban de que se retrasaba la autorización para retirar el mortífero amianto de sus muros y pilares, no hicieron más que añadir aflicción a mi afectado estado anímico. Ahora llega el permiso: demasiado tarde.

No solo no he visto ni rastro de la bola de demolición, sino que la esperada aparición de operarios enfundados de pies a cabeza en epis de máxima seguridad color blanco nuclear tampoco se ha producido. Y ante este panorama, es lógico que haya cundido el desánimo, cuando no la frustración, entre los veraneantes. «Oiga, ¿es que nos vamos a perder el derribo, después de tantos años esperando?», inquiría un angustiado observador a punto de terminar sus vacaciones, dirigiéndose a una desconcertada joven de Platges Segures. «Ah, yo solo me limito a pasear, pregunte a los socorristas...».

La decepción se ha ido extendiendo imperceptible pero inexorablemente entre los bañistas aborígenes y foráneos a medida que pasaban las semanas y el macilento edificio seguía en pie, desafiante. Quejumbroso, eso sí, pero desafiante. «¡Otro incumplimiento más de Pedro Sánchez!», comentó una señor de Madrid. «No, esto es cosa del alcalde», replicó una señora debajo de una sombrilla vecina. «Oiga usted, que Martínez Almeida solo tiene competencias sobre las playas del Manzanares», replicó el de la capital. «No, yo digo Carlos González, que es el alcalde de aquí», matizó la mujer del parasol. «Pues eso, culpa de Pedro Sánchez», zanjó el otro. «¡El único entretenimiento que íbamos a tener en Arenales este verano y ahora va y lo tirarán cuando ya no quede nadie! ¿Para eso pagamos impuestos?», protestó amargamente un hombre que se acercó creyendo haber visto al concejal de Turismo, Litoral y Buceo con Aletas, Carles Molina, con una gorra de VisitElche y agazapado bajo la pasarela contigua el hotel. Resultó que no era el edil, sino un antiguo compañero de estudios de Pablo Ruz en los salesianos, quien para evitar que la situación fuera a más, aseguró suscribir las quejas expuestas por los presentes.

Y mientras en la zona costera ilicitana todo sigue igual, excepto alguna cosa, un poco más al interior, Ruz elige Las Bayas para iniciar, ahora sí, el largo y tortuoso camino (lleno de baches por la desidia del bipartito para con las pedanías) que llevará al líder popular durante los próximos dos años a atravesar Perleta, Asprillas, Atzavares, Jubalcoy, Maitino, Saladas, Vallongas, Ferriol (desde donde aprovechará, ya que está, para hacer el tramo Elche-Orito del Camino de Santiago del Sureste, ida y vuelta) y Altabix. Después de abandonar La Galia y cruzar el Vinalopó, el senador piensa rendir la villa, entrar victorioso con sus huestes en la Plaça de Baix y proclamar desde lo alto de Calendura: «¡¡Veni, vidi, vici cum auxilio Vox!!». «¡¡Ave, ave, ave!¡», gritará el enfervorecido populus illicitanus. «¡Sí, os traeré más Aves, pero también la conexión con Cercanías!», apostillará exultante el dux mientras dan los cuartos (en el reloj).

Tras amortizar públicamente al bipartito, Ruz asegura que se pondrá inmediatamente a aplicar las más de 300 propuestas suyas (hasta ahora) ninguneadas por el abyecto gobierno izquierdoso, y construirá a la vez el nuevo mercado central y el palacio de congresos (no ha especificado si en un mismo edificio tipo dúplex polivalente o por separado). Bajará la presión fiscal (tanto la hidrostática como la hidrodinámica), en especial el IBI y el impuesto de vehículos a motor damnificados por los carriles bici (IVMDCB), sin olvidarse de la tasa por utilizaciones privativas o aprovechamientos especiales por la ocupación de terrenos de uso público con mercancías, materiales de construcción, escombros, vallas, puntales, asnillas, andamios y otras instalaciones análogas. Entre otras.

Advertido de que Ruz se dispone a iniciar su marcha sobre Elche desde Las Bayas, el alcalde se ha apresurado a interrumpir momentáneamente sus vacaciones para arengar a sus efectivos y pedir la máxima diligencia en las posiciones defensivas, además de anunciar que la próxima semana hablará del gobierno, local en este caso. Confía González en que los efectivos de la coalición de progreso se mantendrán firmes en sus puestos y defenderán la villa desde las almenas del Palacio de Altamira, la Calahorra y la torre del Consell con el arrojo y el pundonor que la ocasión requiere.

Para lograr ese objetivo, el bipartito celebrará en la plaza de las Flores el Día Internacional de las Personas Progresistas Inclusivas y Sostenibles (DIPPIS) con suelta de globos y ejemplares de cerceta pardilla para repoblar el estanque del Parque Municipal, falto últimamente de su tradicional fauna palmípeda. Y por si no bastase con eso, el alcalde confía en que el gozoso efecto producido en el mismo populus illicitanus por los fondos europeos de recuperación, el avance de la vacunación covid, la reactivación económica, el regreso de la Dama y la permanencia del Elche en Primera, harán que Pablo Ruz y los suyos sufran su particular idus de marzo en mayo (del 23 d.C.). Y si hay que buscar un Bruto que ayude, se buscará. Alea jacta est.

Un momento… a ver, a ver. Mientras terminaba esta glosa y me disponía a recoger la sombrilla me ha parecido ver movimiento en la planta superior izquierda del hotel. ¿Serán los de la retirada del asbesto? Pues no, falsa alarma: es la gaviota que intentó arrebatarme el libro y que ríe a carcajadas (resulta que es un espécimen de gaviota reidora, Chroroicocephalus ridibundus) mientras me ve abandonar la playa, cogitabundo y cariacontecido. Pero prometo volver.