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Esperando a Godot

Pompeya

Pompeya

Les ruego que no lo tomen como una frivolidad por mi parte, pero debo confesarles que una de las consecuencias más lacerantes para mí de las limitaciones que la pandemia ha impuesto en nuestras vidas ha sido las cortapisas a la hora de poder viajar al extranjero, pues tengo debilidad por Italia, país al que siempre iba una o dos ves al año y que ahora no he visitado desde noviembre de 2019. De hecho, justo el día que se celebraron las elecciones generales en nuestro país yo estaba en Milán. Fue un lenificativo, dicho sea de paso, recibir el escrutinio de esas elecciones en la distancia, aunque lo hayamos tenido que sufrir todos los días desde entonces. Cosas de la democracia, a unos les gustan más los resultados de las votaciones y a otros nos gustan menos.

Sea como fuere, los trágicos acontecimientos que se vienen sucediendo en la isla de La Palma, como consecuencia de la erupción de un volcán, unido al hecho de la nueva modalidad turística que pretende poner de moda la ministra del ramo, o de la rama, para ser inclusivos, Reyes Maroto, el «turismo de catástrofes», me ha traído a la memoria un destino en Italia que tengo pendiente: Pompeya.

Como sabrán ustedes, en el año 79 de nuestra era, Pompeya fue sepultada por una capa de piedras y cenizas, transportadas por las nubes piroclásticas que originó la erupción del Vesubio, que ha permitido que gran parte de la ciudad, situada cerca de la actual Nápoles, se haya conservado de una forma extraordinaria hasta nuestros días. De hecho, la existencia de este enclave, documentado por el escritor romano Plinio el Joven, no se constató hasta que comenzaron las primeras excavaciones arqueológicas, que finalizaron con su hallazgo en 1763, a cargo por cierto del español Roque Joaquín de Alcubierre.

Ese descubrimiento, en una época además en la que el movimiento cultural y literario del romanticismo, que eclosionaría en el siglo XIX, comenzaba a abrirse paso, dio pie a que se publicaran varias novelas sobre los luctuosos hechos que acabaron con la vida de unas cinco mil personas, según las estimaciones que han hecho arqueólogos e historiadores. Una de ellas, quizás la más conocida, es Los últimos días de Pompeya, escrita en 1834 por el barón Edward Bulwer-Lytton. El escritor se inspiró en un cuadro del pintor ruso Karl Briullov, que vio en una exposición en Milán. La novela tuvo un relativo éxito en su época, pero no está demasiado bien considerada por la crítica contemporánea.

Si son ustedes más de cine, o de sofá y tele, también podrán encontrar películas sobre el asunto. La más famosa de ellas, de 1959 y cuya dirección se atribuye a Sergio Leone, dado que su director titular, Mario Bonnard, cayó enfermo al poco de comenzar el rodaje, está basada precisamente en esta novela, aunque les anticipo, si no la han visto ya, que es bastante mala y, como es obvio, con un final demasiado predecible. No se la recomiendo, en definitiva. Lo que sí les recomendaría es un viaje a Pompeya o la lectura de artículos y estudios sobre esa ciudad, así como algunos documentales que existen, que narran esos acontecimientos con gran rigor científico, y que resultan sumamente interesantes y amenos.

Del caso de Pompeya, aparte del valor histórico que tiene haber descubierto una ciudad romana casi intacta, lo que me llama poderosamente la atención es el hecho de que se tardara casi mil setecientos años en dar con ella, lo cual lleva implícito el hecho de que a los supervivientes de aquella calamidad no se les pasó por la cabeza volver a construirla en el mismo emplazamiento que tenía. En el desgraciado caso de la isla de La Palma, una vez finalice la erupción, habrá que comenzar un arduo proceso de reconstrucción, en el que se deberá valorar, entre otras cosas, el emplazamiento de las viviendas que hayan de erigirse para sustituir a las que todos hemos visto en las espantosas imágenes de televisión siendo engullidas por la lava.

Imagino que, en el caso de los volcanes, aunque en la isla de La Palma ya sucedió algo similar hace cincuenta años, es muy difícil predecir el comportamiento que van a tener y la dirección, magnitud y alcance de los ríos de lava que se pueden producir en la eventualidad de una erupción. Sin embargo, en la zona en la que vivimos, donde las catástrofes naturales suelen venir de la mano de las precipitaciones torrenciales, sí es mucho más fácil hacer una previsión de los torrentes por los que discurrirá el agua.

Sin embargo, se sigue consintiendo edificar en zonas inundables y cada poco tiempo se repiten los mismos episodios cada vez que sufrimos un episodio de gota fría, o DANA como le llaman ahora. La última fue hace dos años y los políticos aterrizaron, nunca mejor dicho, en el caso de Pedro Sánchez al menos, en nuestras tierras para hacerse la foto. Lo mismo que ahora en La Palma. Mucho me temo, espero equivocarme, que cuando esa isla ya no esté en el centro del foco mediático, les pase lo mismo que a nosotros cuando sufrimos inundaciones. Pregunten en la Vega Baja por las promesas recibidas hace dos años.

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