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Esperando a Godot

Bouteflika Sánchez

Bouteflika Sánchez

El pasado 17 de septiembre falleció, a la edad de ochenta y cuatro años, Abdelaziz Bouteflika, el hombre que rigió el destino de Argelia durante dos décadas. Bouteflika participó de forma activa en la lucha de su pueblo contra el dominio colonial francés en los años cincuenta del siglo pasado y, tras la independencia, se alzó con la cartera del ministerio de asuntos exteriores cuando sólo tenía 26 años.

Bouteflika nació en Uchda, en el actual Marruecos, un protectorado francés en aquella época, y allí creció y fue al colegio, aunque este detalle no se mencione en sus biografías oficiales. A los veinte años se alistó en el Ejército de Liberación Nacional para apoyar la insurgencia contra los franceses, y se convirtió en un estrecho colaborador del líder revolucionario Hourari Boumediene.

Cuando Argelia alcanzó la independencia en 1962, Bouteflika fue nombrado ministro de Juventud y Deportes y, como hemos dicho, ministro de Asuntos Exteriores en 1963, período en el que encabezó las delegaciones de su país en las negociaciones con la antigua metrópoli. Permaneció en ese cargo hasta la muerte de Boumediene, en diciembre de 1978, época en la que su nombre sonaba como posible sucesor del difunto líder.

Sin embargo, un escándalo de corrupción en el que estaba implicado le obligó a exiliarse hasta 1987, año en el que regresó y se reincorporó al Comité Central del Frente de Liberación Nacional, el brazo político del antiguo movimiento independentista, y se mantuvo en un segundo, aunque influyente plano, durante los duros años 90, que se caracterizaron por una cruenta guerra civil entre los insurgentes islamistas y el ejército.

Bouteflika volvió a la primera línea política cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1999, a las que concurrió en solitario por la retirada de los otros seis candidatos, como protesta por lo que consideraban unas condiciones carentes de cualquier imparcialidad. Después ganó otras tres elecciones consecutivas, la última en abril de 2014, tras una reforma constitucional que eliminaba el límite de mandatos para que este pudiera ser presidente de forma indefinida; no abandonó el poder hasta 2019, obligado por las revueltas populares.

Disculpen esta introducción en forma de extensa nota biográfica de este personaje, pero era necesario que se familiarizaran con su figura para narrarles una historia sobre él. Corría el año 2005 y Abdelaziz Bouteflika presentaba ante las más altas instituciones argelinas el plan quinquenal 2005-2009, dotado con 4.200 millardos de dinares, equivalentes a unos 50.000 millones de euros. A lo largo de su alocución, el presidente introdujo una medida destinada a fomentar la creación de empresas y a mitigar el paro juvenil. Consistía en una ayuda directa de cinco mil dólares para los jóvenes menores de 30 años (el 73% de la población de Argelia, que entonces tenía unos 32 millones de habitantes) que quisieran abrir una empresa o un negocio.

Para reclamar la ayuda, los jóvenes sólo tenían que presentar una factura de compra de las herramientas o utensilios que habían adquirido y explicar el porqué, sin ninguna otra fiscalización. De este modo, la población del tramo de edad preestablecido compró motos, indicando que se iban a dedicar al reparto a domicilio, electrodomésticos para sus viviendas, arguyendo las justificaciones más peregrinas, teléfonos móviles o cualquier otra cosa que les apeteciera. Huelga decir que ninguno de ellos abrió negocio alguno, ni contribuyó a la creación de puestos de trabajo, ni aportó riqueza alguna a la nación. Más bien al contrario. ¿Qué pretendía Bouteflika con esta medida «social»? Es evidente, postergar un estallido social (como el que eventualmente acabaría desplazándolo del poder) comprando la voluntad de un considerable número de argelinos utilizando para ello el erario.

En noviembre de 2007, dos años después de la aprobación del plan quinquenal de Bouteflika, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aprobó una ayuda de 2.500 euros para todas las familias que hubieran tenido o adoptado un hijo desde el uno de julio de ese año. Esta prestación era universal, por lo que no se exigía un umbral mínimo de renta ni otra condición socioeconómica para cobrarla. El objetivo de Zapatero era idéntico al de Bouteflika: mantenerse en el poder a cualquier precio, con el dinero de los demás, por supuesto.

Ahora, el ínclito Pedro Sánchez se ha lanzado también a firmar cheques con el dinero de los demás. Esta semana ha anunciado el «bono vivienda» de 250 €, un despropósito que merece un artículo entero, y el «bono cultural» de 400 € que recibirán los jóvenes al cumplir los 18 años, casualmente la edad en la que los españoles tenemos derecho al voto. El objetivo de la medida es tan burdo que causa sonrojo explicitarlo. En primer lugar, una descarada compra de votos; en segundo, un intento por acallar el clamor social que el precio de la electricidad, de los combustibles y de muchos productos de primera necesidad está provocando.

Lo lamentable es que estas obscenas medidas de compra de voluntades se generalizan. Los gobiernos autonómicos, de todo signo, también son muy dados a ellas y nuestro ayuntamiento no es una excepción. No en vano la concejal de Hacienda, Patricia Macià, siempre afirma con su particular gracejo que le encanta pagar impuestos y que es mejor mantener los tipos impositivos que reducir las ayudas sociales. Yo disiento diametralmente, pues reducir impuestos impulsaría la economía y la creación de empleo y, en consecuencia, esas ayudas ya no serían necesarias; claro que entonces la gente igual ya no votaba a los que les otorgan ese óbolo.

Ya lo decía Margaret Thatcher: «El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero de los demás».

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