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Vivir tres años con un dispositivo en el cerebro

Una bióloga valenciana que perdió la visión hace 16 años dice que, para que la ciencia avance, debe haber sacrificios

Bernardeta Gómez, con unas gafas que le ayudan. | UMH

No se siente protagonista ni ayer quería entrevistas. Quiere seguir siendo la profesora de biología anónima de 57 años que hace 16 perdió la visión por una septicemia y cuyo caso no sólo estudia de forma paralela la Cátedra de Investigación en Retinosis Pigmentaria de la UMH, el Centro Ciber de Investigación en Bioingeniería, el Grupo Imed o universidades de los Países Bajos y de Estados Unidos.

La UMH facilitó, a través de un video, sus únicas declaraciones en las que, en definitiva, anima a más ciudadanos a convertirse en voluntarios de este tipo de proyecto. «Tengo presente que para avanzar en la ciencia, siempre tiene que haber alguien que se sacrifique», asegura. De estos meses de trabajo, de ensayo y error, recuerda que «cuando salía una cosa mal me decepcionaba. Ellos (refiriéndose a los investigadores) me decían que no me preocupara, los médicos ven el vaso medio lleno y te explican que siempre hay algo bueno para sacar, pero cuando ves que fallas muchas veces en una prueba...». Fueron los tres primeros meses desde que en octubre de 2018 se le implantó el ingenio. Un buen día se dio cuenta que empezaba a distinguir cambios en la intensidad, ese fue el primer resultado esperanzador. El sistema cuenta con una retina artificial, un procesador de imagen montado sobre unas gafas.

Se sabe un caso único en el que se han conseguido unos resultados esperanzadores que nadie sabe si serán exportables a otra persona. Le ha costado el tener que autorizar que le implantaran un dispositivo en el cerebro. «Desde el primer momento sabía que desde que me quitaran el microchip no iba a volver a ver igual. Sabía que beneficio no iba a tener ninguno, solo la satisfacción de que salga alguna cosa nueva y se dé un paso adelante. Eso es lo más de lo más. Desde luego animaría a más gente a que haga el favor de animarse porque realmente lo que es en sí es muy aparatoso pero no lo es tanto». Cuando el estudio finalizó se le desenchufó después de tres años de trabajo y volvió a quedarse completamente ciega.

Desde la UMH explican que se le implantaron casi un centenar de electrodos en la zona del cerebro que se encarga de la visión. Poco a poco fueron activándolos uno a uno para ver cómo reaccionaba. De este modo, empezó a ver barras y formas, más tarde comenzó a distinguir patrones, todo ello muy simplificado y a jugar a dos versiones fáciles de videos dentro de este aprendizaje.

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