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Tribuna

Elche, de dentro afuera

ELCHE, DE DENTRO AFUERA

Múltiples son las definiciones de cultura, múltiples también sus manifestaciones, múltiples igualmente sus influencias en la evolución de las civilizaciones. De hecho, los sapiens preponderamos en su momento sobre el resto de homínidos contemporáneos por dos razones esenciales: la capacidad para crear una cultura (mitos) y el desarrollo del lenguaje para transmitirla.

La Unesco, como organismo supranacional que se ocupa de la preservación y el fortalecimiento de la cultura planetaria, alude a esta como un vector de conservación y fomento de la diversidad, como un factor de desarrollo, como un vehículo de los derechos humanos por la libertad que confiere a quienes la producen y a quienes la consumen, y como una palanca para la creatividad y la libertad de pensamiento.

La cultura es, pues, ese bien común que cuando se ejerce desde la suma de libertades colectivas e individuales, acelera el desarrollo de cualquier comunidad, venga enmarcada por una organización, un municipio, un país y un amplio etcétera de asociaciones humanas.

Dejando lo genérico y abordando lo específico, lo territorial, lo de Elche en lo que nos concierne, conviene hacer balance de la abundancia de manifestaciones culturales existentes en nuestra ciudad, porque no solo recordar lo obvio resulta una necesidad para robustecer nuestro orgullo de patria chica, sino que se antoja imprescindible también fortalecer esos dones culturales para reivindicarnos como ciudad y elevar a la cultura a ese aludido vector de desarrollo que parece un tanto necesitado de exhibicionismo recordatorio.

Ocupamos el decimonoveno puesto en el ranking de municipios más poblados de España y eso, contando con el hándicap de que no ostentamos la capitalidad provincial, debiera suponer una añadidura de fe en nuestras capacidades de atracción demográfica, que no concuerdan con la asignación de recursos que por proporcionalidad poblacional debiéramos recibir.

Precisamente para contrarrestar ese olvido histórico presupuestario y funcional de las distintas administraciones para con Elche, debiéramos dotar a nuestros símbolos culturales de un mayor protagonismo, primero íntimo y después mediático, para obtener a través de ellos un extra de valor, emocional y dinerario.

Además de contar con tres universidades, concentración que, aunque denota la atracción de Elche sobre el conocimiento, no constituye una singularidad, queremos poner de manifiesto los tres elementos culturales de primer orden (al margen de otros también de notable valor), de variada naturaleza, que nos identifican y nos significan como comunidad con raíces, con historia y con paisaje.

Un rito como el Misteri d’Elx, de orígenes inciertos, pero que goza de una continuidad representativa de casi cuatro siglos y que figura desde 2001 como Obra Maestra del Patrimonio Oral en la Unesco, ya constituiría por sí solo todo un emblema del que presumir. Pero si además le sumamos la existencia del palmeral más extenso de Europa con 144 hectáreas de superficie en su zona central, inscrito también en el cuadro de honor de la Unesco desde el año 2000, el bagaje patrimonial de la ciudad aumenta exponencialmente, porque si el Misteri es puntual, el ecosistema arbóreo ofrece su exuberancia en modo permanente al visitante y al nativo. Y no nos olvidamos en esta revisión generalista de la dama más reputada de la cultura ibérica, la de Elche, reclamada quizá no con la suficiente contundencia para que repose donde debe, y con un museo acorde a la importancia de dicho busto que bien podría ser el edifico de las Clarisas.

Otras ciudades con mucho menos bagaje cultural presumen mucho más y nosotros, los ilicitanos no hemos sabido hacerlo hasta ahora, dejando de explotar el abanico de recursos colaterales que ofrece la cultura como generadora de empleo, de agente de mejora del entorno y en consecuencia del nivel de vida de aquellos escenarios en los que se concentra, en este caso de Elche y su comarca.

Tres artefactos culturales de máxima categoría necesitados de una ampliación de su penetración publicitaria como algunos de los símbolos que nos han ido fogueando hasta lo que somos, o lo que debiéramos ser, ilicitanos que agitan la bandera imaginaria de un sentido de pertenencia que conviene seguir musculando para situar a Elche en la vanguardia de las ciudades que aspiran a ejemplares.

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