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Tribuna

Menos mal que... ¡Nos queda Portugal!

Una imagen de la fachada este del Mercado Central de Elche. | ANTONIO AMORÓS

Siniestro Total. Buenos ratos de música potente y punzante pasé oyendo a ese grupo hace unas décadas. Peores me están resultando, sinceramente, los que me producen enterarme de ciertos hechos que la deriva populista y de tanta corrección política en que nos estamos sumiendo nos están trayendo a casa. Y me refiero esta vez, en concreto, al sorprendente interés arquitectónico que ha despertado el Mercado Central de Elche en el mundo mundial, hasta el punto de que el Icomos, al que siempre agradeceremos los servicios prestados en iniciativas de otra enjundia y mayor consenso, intervenga de por medio para salvaguardar el patrimonio edilicio local. No sólo ha salido en defensa del Misteri, pieza de carácter inmaterial (ya me dirán ustedes en qué afecta algo tan mensurable como el tráfico rodado a los cantores de la Capella en la Casa de la Festa y en el interior de la basílica de Santa María, que necesito volver a escucharlo por si logro entender y superar mi estado de shock), sino, ahora, su preocupación alcanza también el ámbito material de la zona cerrando el círculo: el «Icomos». Pareciera este ente un nuevo espíritu santo que ilumina a los elegidos coronándoles con fuego o, clonando las palomas de nuestro entrañable Parque Municipal, sumándoles al palomar desde el que todo se ve.

Analicemos lo sucedido, porque más atinado estaría quien dijese que el Icomos ha sido puesto «en medio». La insistente presión procede de grupos de ilicitanos que opinan y operan sobre nuestro Patrimonio de un modo un tanto discutible, a mi entender. Elevan a las alturas mediáticas y de redes sociales, constantemente, conjuras que, muy posmodernamente (y poco científicamente, por ende), acaban queriendo convertirlas en verdades. Pero no lo son. Eso sí, si siguen repitiéndolas muchas veces, tal y como la relatividad predominante en los discursos culturales de nuestra época está imponiendo, lo serán. Y la plebe nos imbuiremos de semejante bondad, agradeceremos el sacrificio a los héroes de la resistencia y clamaremos piedad por todo lo que existió antes de nosotros. A este ritmo, sea lo que sea. Por tanto, voy a intentar frenar en seco tanto eufórico convencimiento de unos cuantos para, abiertamente, decir lo que pensamos casi todos, aunque no se lo hayamos dicho aún a la catedrática de la Complutense de Madrid que es todo el cuerpo del Icomos en nuestro país. Como lo leen. El alma, en el caso que nos compete, algunos colegas míos que tienen todo mi aprecio personal, pero bien saben que no comulgo con su visión ni con el proceso que han generado.

El edificio del Mercat d’Elx es una segunda solución que debe dar en su momento don Santiago Aracil, el arquitecto que también había diseñado el proyecto anterior y primero, que venía a ser una gran cubierta abierta con un pórtico central y dos grandes voladizos (a mi criterio, más digna de conservación y de mayor polivalencia en su rehabilitación hubiera sido que el actual mercado). En primer lugar, fue una operación marcada por llevar al límite la capacidad de ocupación del espacio existente, con las consecuentes estrecheces que padecemos en las calles laterales y, ¡oh, palmera!, adelantando la fachada a la Plaça de la Fruita por delante del eje del Carrer Major de la Vila, que se debería haber evitado por perspectivas entre hitos de la ciudad. Además, es un edificio de dos plantas de escasa altura libre, una de las cuales se halla bajo cota de calle, de una calidad constructiva lejana al notable y que, si bien le reconozco una sobriedad de líneas cuasi protorracionalista a pesar de los gestos marcados en las fachadas y el haber usado el pavés en los huecos como material un tanto innovador en el Elche de los 1950-60, vender este edificio como una construcción de valor arquitectónico considerable no obedece a la verdad bajo ningún punto de vista racional y de conocimiento. Y punto.

Por tanto, son otras las razones. Podrán ser de carácter sentimental (muy extendido en la gent del poble) o político (sin duda, la semilla) o, meramente, procedentes de un posicionamiento historicista a todas luces radical como se ha ido comprobando en la última década, disfrazando su voluntarismo urbanístico-económico-social-sostenible (léase intervención directa en licencias concedidas legalmente en el Mercado Central , en la fachada de Riegos el Progreso a Plaza Sindicatos o, la última, de todo un barrio previsto en Les Portes Encarnaes) como algo insoslayable por cuasi gravedad divina, como comentaba. Discrepo profundamente. Y el tiempo no les está dando la razón, más bien al contrario a pesar de que la gente se adapte al medio, como animales que somos. Ahora el mantra reside en que el edificio actual del Mercado Central no se toca. Se rehabilita. Bien intencionado en el mejor de los casos, pues presupongo que en conciencia considerarán que todo esto es una necesidad para la ciudad de Elche, en mi opinión está siendo fuente de conflictos, paralizaciones, falta de visión de conjunto, equivocar prioridades y, sobretodo, maniatar la evolución de la ciudad.

Son momentos estos que vivimos donde la discriminación positiva lo inunda todo hasta caer en el mismo error contra el que bien nació dicho concepto, actuando a semejanza de lo que consideráramos todos malo en su momento y acabar sustituyendo un hacer equivocado por otro igual, pero de signo contrario. Hasta en el urbanismo. Y en esas, el Ayuntamiento no ha querido deslegitimar a estos grupos por simple afinidad hipotética o miedo al qué dirá parte de su electorado al dictado de las soflamas verdes que les circundan, la mayoría del cuál es ajeno verdaderamente a las problemáticas que nos plantean y les traen sin cuidado, salvo, eso sí, que una idea de un partido cristalizara en licitación con otro al mando. Así de sencillo. Y de esas arenas, estos lodos.

La realidad, cuanto menos, tiene una característica implícita y es que es evidente, o sea, se puede ver, y lo que han conseguido todos estos movimientos cívicos, restringidos a un máximo de uno o dos centenares de verdaderos activistas, es, realmente, paralizar el centro de la Vila Murada por mucho tiempo. Demasiado. Y si bien por la existencia de unos baños árabes en ruina o por restos de unos refugios de guerra inutilizados en su momento, o por lo que sea, no son capaces de ver que han dejado como un solar la zona, como si se hubiera bombardeado en verdad (ha habido tantas catas arqueológicas que no las recuerdo todas) y todo ello en pos de una búsqueda del pasado que no atesora ni progreso ni felicidad , tal y como yo he podido comprobar en el lugar, un lugar que he habitado y habito y, por tanto, puedo comparar en sus distintas fases. La realidad, al margen de bochornosa, ha sido un proceso desastroso. Y no hacer un concurso de ideas respecto a qué se podría proponer en sustitución del edificio que hay, o bien eliminar el actual edificio, simplemente, y dejar un gran espacio público, que es lo que yo haría finalmente y tras todo este increíble e indigesto proceso, será otra fallida decisión de unos dirigentes acogotados y llevados al equívoco por el temor a las encuestas. A pesar de la realidad.

Y un apunte final: ¡ojo con la ubicación del posible nuevo Auditorio-Centro de Congresos, que la están peinando…! Siniestro total.

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