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Curar con ciencia y corazón

Dos facultativas del General de Elche valoran aun más su trabajo y la sanidad española después de actuar como voluntarias en Uganda, donde predomina la malaria, el sida y la tuberculosis

Carolina Ding observa una radiografía utilizando una ventana, en un hospital, durante su estancia como voluntaria en Uganda. | INFORMACIÓN

Sensibilización. Lucía y Carolina son dos médicos que trabajan en el Hospital General de Elche y han estado de voluntarias en Uganda. Su experiencia, tal y como sospechaban antes de partir, les ha cambiado, y, por supuesto, para mejor. Eso sí, también han llorado, por la impotencia de no poder hacer más mientras trabajaban como galenas.

Han ejercido de facultativas en un hospital privado de Mukono, una ciudad ubicada a unos 20 kilómetros de la capital de Uganda, Kampala. Y han experimentado sensaciones que en algunos casos parecemos tener anestesiadas cuando vivimos el primer mundo.

La doctora Francés, con una placa. | INFORMACIÓN J.M.GRAU

«Me sentía superencerrada y como que no estaba haciendo lo que quería», relata Lucía Francés, de 29 años y médico residente de cuarto año de Medicina Familiar. El covid, el confinamiento y el trabajo altamente estresante en el hospital la mantenían agobiada. «A mí el covid me estaba matando».

Lucía y Carolina, ante el hospital. | INFORMACIÓN

Así las cosas, en noviembre del pasado año empezó a investigar en páginas web de voluntariado. La mayoría de ONGs tenían proyectos ya cerrados o no se podía acudir a determinados países por el covid. Hasta que se abrió la oportunidad de Uganda, donde, por la pandemia, pedían solo una PCR para entrar y otra para salir. Pretendía poder trabajar en un hospital público de Uganda, pero no pudo ser. Y allí se fue, junto con Carolina Ding Lin, otra médico de Medicina Interna del General de Elche.

Normalmente su horario era de 8 a 17 horas, «aunque allí la puntualidad brilla por su ausencia. Si no aparece un enfermo no pasa nada. Casi lo normal es que no apareciera el paciente o que alguien no se presente a su cita», apunta Lucía quien allí, al igual que su compañera, atendía de todo. Malaria, salmonelosis, tuberculosis, VIH o numerosos embarazos eran las asistencias más comunes. Con respecto al sida destaca que allí se trata con dos medicamentos y es gratis, mientras que en España son tres pastillas, lo que da una idea de lo extendida y normalizada que está la enfermedad.

Carencias

Por otro lado, la diabetes es muy común, pero son muy reticentes a pincharse la insulina, como también los son a los anticonceptivos, aunque sean hormonales. «Es verdad que vas a un supermercado y no hay, y tampoco hay muchas farmacias», aclara la médico de familia, quien, por otra parte, se muestra especialmente interesada por los cuidados paliativos. En este sentido, le llamó la atención que mientras en España un paliativo es alguien que no tiene una solución médica, en Uganda se incluye también, por ejemplo, a quienes padecen una cardiopatía isquémica o una diabetes. «En Uganda, acceder a un médico especialista es muy caro y, por otra parte, mucha gente llegaba al hospital con una eco (ecografía) ya hecha, que se la habían realizado en una de las numerosas clínicas que hay, pero que solo se dedican a eso, a radiografías y poco más», agrega.

Carolina relata por su parte que a veces les preguntaban cómo manejaban alguna que otra patología en España, pero no se enfrentaban a los pacientes ellas solas. «Lo que me gustó de la experiencia del voluntariado médico fue conocer otra parte más de la vida de los ugandeses y entenderlos mejor. Allí no es como aquí, que al llegar a la puerta de Urgencias te atienden por cualquier vanalidad. Allí el dinero va por delante y a veces teníamos la impotencia de no poder hacer nada porque las reglas del país así lo decían. También pudimos ver la precariedad con la que trabajan. Los equipos médicos no tienen nada que ver con lo que tenemos aquí. Lo bueno es que desarrollan mucho ojo clínico y la experiencia del médico es lo que les da el diagnóstico», indica Carolina Ding.

Con frío al amanecer y al anochecer, y calor durante el día, las galenas se despertaban con los gallos y gallinas que había por las calles, la mayoría de polvo y arena, en un país dictatorial disfrazado de democracia. Hay elecciones, pero el actual presidente lleva 35 años en el poder. «Me recordaba mucho a las fotos de la España de posguerra: cuatro calles asfaltadas y ya está», apunta Lucía, quien añade que en el propio hospital el jabón y el papel en los aseos escaseaba.

Mientras tanto, sus habitantes necesitan ahorrar para, por ejemplo, poder comprarse un blíster para las pastillas para la malaria. Y el valor de las mujeres se mide mucho por los hijos que tiene. El hombre no adquiere un papel activo en la educación. Es el que trae el dinero a casa y la mujer está para que «se desahogue». De hecho, hay muchas mujeres abandonadas, con muchos hijos, e impera la cultura de que la mujer necesita a un hombre. «Da mucha impotencia no tener los medios para ayudar, porque no se lo pueden pagar», se lamenta Lucía tras una experiencia vital de 15 días.

«He llorado mucho emocionalmente, dentro y fuera del hospital. A mí el covid me estaba matando (en sentido figurado) y mi intención era encontrarme a mí misma, al cuestionarme por qué había venido al mundo de la medicina. Y el sentido lo encontré en las calles de Uganda, en aquellos que me invitaron a sus casa y me dieron todo aunque no tenían nada», rememora Lucía.

A ellas las llamaban «muzungu», que es como llaman a los blancos. «Lo que más me ha sorprendido es cómo he venido yo de allí: muy cambiada. Antes me generaba estrés saber que había pacientes esperando y ahora le doy mucho valor al valor social del trabajo que hago y cómo lo hago. Valoro lo bien que funciona la sanidad en España y mi propio trabajo. A nivel personal me ha aportado mucho», expone Lucía.

Por su parte, Carolina destaca que la verdad es que te hace ver la vida de otra forma. «Hay que agradecer donde hemos nacido porque aquí no nos hace falta de nada. Y para mí, me ha hecho ver que los problemas que a veces nos amargan el día o la semana nunca son tan grandes como nos creemos», concluye.

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