«La estupidez nos metió en este lío, y la estupidez nos sacará de él».

Homer en la serie de televisión Los Simpsons.

No sé si será un efecto del asfixiante calor sobre las meninges y otras partes tanto o más sensibles de mis sistemas endocrino y linfático, sobreestimulados en exceso en estas tórridas noches tropicales, pero sea por eso o no, anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que un ardiente sol lucía dentro de mi corazón. Por si no tuviera bastante con la solanera que relucía de día a pleno fulgor fuera de él. La cuestión es que, reminiscencias machadianas aparte, tuve un sueño que tal vez debería calificar de soñarrera. Vi a Ximo Puig llegar acalorado por la Corredora, trepar por los frondosos árboles de la Plaça de Baix, encaramarse a los balcones contiguos y desde allí escalar hasta lo alto de Calendura (tendrá su edad, pero se encuentra en plena forma, de tanto recorrerse la Comunitat de norte a sur y de este a oeste, e incluso al viés). Tras un par de repiques de los cuartos, proclama a voz en grito: «¡Como president vuestro que soy, os debo una inversión y esa inversión que os debo os la voy a pagar! ¡La Generalitat va a pagaros no solo lo que falta de la Ronda Sur, sino también el nuevo auditorio de Carrús! Serà per diners, xè?».

En esas que, tras un redoble de tambor a cargo del diputado provincial popular Juande Navarro y unos toques de corneta de llamada y tropa, ejecutados en su justo tono por Pablo Ruz, entra en la plaza el presidente de la Diputación y a la sazón aspirante del PP a la Generalitat (o viceversa, que nunca está claro), Carlos Mazón, a bordo de un Tram de poliespán tipo troncomóvil (ninot, al parecer, descartado de una foguera de la capital porque ya tenían otros tres iguales) y, con las mismas, exclama: «Pues yo, aquí donde me véis, no prometo nada que no pueda cumplir, salvo alguna cosa. Así que ya os digo que voy a comprar el antiguo Capitolio o el Aula CAM, o las dos cosas juntas, para poner lo que se nos ocurra, oiga, ¡que me lo quitan de las manos!». «¡Pero algo cultural!», apostilla el líder local popular, senador y a la sazón candidato a la alcaldía. «¡Y por si fuera poco, y es poco con lo mucho que le debemos a Elche y sus pedanías, os voy a traer también el tranvía, pero no uno como este de pega, sino del de verdad, con su motor eléctrico y sus asientos». Aplausos y vítores por parte de los ediles populares, quienes, en señal de apoyo, se meten dificultosamente en el vagón de pega con su jefe.

«¡Eso sí que no! -replica Puig desde Calendura, tratando de mantener un equilibrio cada vez más inestable- De Tram nada, yo voy a traerles un ómnibus de los grandes con guiado óptico (con los ojos del conductor, vamos). Con eso y las bicicletas de Esther Díez no nos hacen falta tranvías ni trenets, que no se sostienen». Pero Mazón no se calla y contraataca tras una nueva acometida de tambor y corneta. «Pues mira lo que te digo, Ximo, ¿a que no pagáis parte del palacio de congresos de Elche, como con el de Alicante?». «Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, recollinsa», replica el president, en pleno descenso hacia la plaza.

El alcalde, Carlos González, se asoma presuroso en ese momento al balcón consistorial, alertado por la algarabía, y queda obnubilado momentáneamente al observar a su jefe saltando de balcón en balcón desde lo alto de la torre de la Vetlla y a la comitiva popular en la otra punta de la plaza subida al tranvía foguerer. Tras hacerse una idea de la situación, y haciendo gala de la fuerza y la ilusión que le sobran para continuar, exhorta: «Benvolgut president, benvingut. Y de paso, dame algo para contraatacar, que como ves las huestes populares nos están acribillando a promesas inversoras. Precisamente aquí tengo ya redactado el documento de reconocimiento de la deuda histórica por lo de la UMH, que si te viene bien firmamos ahora mismo...».

Ya con los pies en el suelo, Puig responde a González: «Olvídate de esa obsesión con el pagaré, que donde esté mi palabra… Y empeño la mía, de nuevo, y afirmo que de aquí a la próxima ola de calor tórrido estará saldada la deuda histórica con Elche y mucho más, si es que no lo está ya». «No, todavía no», infiere el alcalde desde el balcón, aunque apenas se le oye porque en ese momento dan las doce. «Pues mirad lo que os digo a los dos -tercia Mazón-. Si hace falta, la deuda del Consell la pago yo también, con cargo a los remanentes discrecionales permanentes de la Diputación, faltaría más». «Pues yo voy a pagar el proyecto de rehabilitación del edificio del Mercado Central, toma y toma», contraataca astutamente el honorable president, mientras se toma una horchata en una terraza de la plaza y recupera el aliento.

Los populares se revuelven irritados y acalorados dentro del tranvía de poliestireno expandido, pero hábilmente aprovechan la energía generada por tales reacciones psicosomáticas para dar unos pasos y llegar hasta el centro de la plaza. Mazón vuelve a asomar la cabeza por la ventanilla del conductor y reta al president de nuevo: «Pues sabes qué, Ximo, vamos a comprar también el convento de las Clarisas y poner un museo, un hotel o lo que sea...». «No, no, Carlos, que las Clarisas son municipales, y no queremos, los del PP no queremos un hotel, sino un centro cultural», se apresura a aclarar Ruz, asomando a duras penas la cabeza por otra ventanilla (más pequeña que la del conductor). «Pues compraremos la Calahorra para abrir una subdelegación de la Diputación», insiste el presidente provincial. «Tampoco, que es de la Generalitat, aunque yo conseguí la cesión al Ayuntamiento». En esas que Mazón, visiblemente contrariado, espeta al joven candidato: «¿Pero es que no queda nada en este pueblo que podamos comprar? Tenemos mucha deuda histórica pendiente con Elche y hay que apurarse antes de las elecciones y de la subida de los tipos de interés».

El alcalde, ya sentado junto a Puig y degustando un limón granizado, se revuelve contra Mazón: «Aquí lo que hace falta es menos bravuconadas y más lealtad institucional con lo del palacio de congresos». «¿Sí? ¿Pues sabes qué? -le replica el presidente de la Dipu desde lo alto del tranvía-. Ahora vamos a frenar el palacio de Elche y a acelerar el de Alicante, hale. ¡Toma lealtad institucional, por quejarte!». «Ves, Ximo, cómo son. Y cómo me tratan… Eso es porque no me has confirmado como candidato y me han perdido el respeto», se queja el alcalde. «Todo a su tiempo, Carlos, ya sabes lo del puente, el río y la ley de Murphy». «Ya, pero me he bajado el documento de la deuda histórica por si te viene bien firmarlo...». «Pero hombre, ¿cómo me vienes con eso, con el marrón que tengo ahora montado con lo de Mónica…».

A todo esto, el tranvía popular emprende la marcha por la Corredora y al llegar a Juan Carlos I, Ruz proclama solemnemente: «Querido presidente, cuando sea alcalde, este carril bici que aquí ves y cuantos se han extendido cual plaga por la ciudad me los cargaré y recuperaré los aparcamientos». «Ni se te ocurra, Pablo: los utilizaremos para las vías del Tram», corrige Mazón.

En este preciso momento desperté empapado en sudor, mientras a lo lejos la quietud de la noche se veía perturbada por el silbato de un tranvía eléctrico. ¿O era un ómnibus de guiado óptico? Con las mismas, volví a dormirme y a soñar, pero esta vez, menos mal, me vi tumbado en una hamaca bajo la sombrilla a la vora de la mar. Mucho mejor. Feliz verano.