A los seis meses de mi llegada a la Diócesis de Orihuela-Alicante me dispongo, con gran expectación, a tomar parte en la celebración del Misteri D’Elx. A lo largo de este tiempo he sido testigo de la fascinación que el Misteri genera no solo en los ilicitanos, sino en cuantos se han convertido en incondicionales de la representación de este auto sacramental. Alguien dijo que solo los enamorados enamoran, y a fe cierta que la mejor tarjeta de presentación del Misteri es la ilusión y el entusiasmo con que sus seguidores lo viven y comunican.

Recientemente tuve la oportunidad de compartir mesa con los participantes en el Misteri, así como con los miembros de la Junta Rectora y del Patronato, y en el clima que se respiraba entre los comensales pude comprobar que no son solo los ilicitanos los que cuidan del Misteri, sino que el Misteri cuida de ellos

Me estoy refiriendo, en primer lugar, a la integración social que se percibe en torno a la custodia, organización y su puesta en marcha. No es fácil encontrar, en un momento de tantas fracturas sociales como el presente, un elemento de cohesión social tan potente como el Misteri, reconocido como Patrimonio de la Humanidad. La concepción laicista que sostiene como punto esencial la separación absoluta entre el ámbito civil y el religioso, choca de bruces con la realidad de la celebración de un auto sacramental en el que toman parte instituciones de diversa índole, integrando así nuestra sociedad de forma efectiva.

José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Orihuela-Alicante.

Pero al afirmar que el Misteri cuida de nosotros, me estaba refiriendo también a un aspecto aún más trascendente: nuestra esperanza. Me permito compartiros una experiencia personal íntima para poder explicarme mejor. Cuando se me ofreció la posibilidad de poder invitar a alguna persona allegada a la representación del Misteri, pensé en mi interior, no sin cierta melancolía, que si hubiesen vivido nuestros padres a buen seguro que me habría encantado compartir con ellos esta oportunidad única… Pero en ese mismo momento me percaté de que ellos estarían presentes en un puesto destacadísimo en la representación del Misteri.

Cuando en la culminación del auto sacramental la ‘Mare de Deu’ entra en la gloria del Cielo, en cuerpo y alma, en ese momento recordamos cuál es la esperanza a la que estamos llamados, que no es otra que la de encontrarnos toda la familia en el Cielo. No hay lugar, por lo tanto, para melancolías; el Misteri cuida de nosotros, en la medida en que ilumina y alimenta nuestra esperanza cristiana.

A propósito del término “Misteri”, me permito compartiros una reflexión de un teólogo australiano llamado Francis Joseph Sheed: «Un misterio no es una verdad de la que no podamos saber nada, sino una verdad de la que no podemos saber todo». Y en consecuencia, para disfrutar con pleno sentido de nuestro auto sacramental, es importante que conozcamos en profundidad el dogma de la Asunción de María a los Cielos, celebrado por la Iglesia Católica el 15 de agosto. Así lo recoge el número 966 del Catecismo de la Iglesia Católica: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos».

¡Os deseo a todos una vivencia gozosa e intensa del Misteri de la Asunción a los Cielos de la Mare de Deu!