De dormir al raso a encontrar un techo

Cáritas organiza su Gesto Anual Solidario con las Personas Sin Hogar, para concienciar sobre las circunstancias en la que se encuentran quienes no tienen un techo, aunque salir es posible y Mirta Ferrero es buen ejemplo de ello

De dormir al raso a encontrar un techo

Áxel Álvarez

María Pomares

María Pomares

A Mirta Ferrero, cubana de nacimiento, ilicitana de corazón, la pandemia de covid le golpeó por partida doble. Llegó a Elche, «mi Elche», como ella misma se encarga de matizar, hace ahora catorce años. Pronto encontró un trabajo y un hogar de alquiler en el que vivir. Las cosas no le iban en absoluto mal... Hasta que llegó el maldito virus. Para ese entonces, cuidaba a una persona mayor que, como recuerda, era un «amor», pero se la llevó la pandemia. Fue así como empezó su particular via crucis. «Me las vi muy mal, porque no me salía trabajo», relata. Así hasta que no sólo perdió el empleo, también el piso. Sin ingresos, no podía pagar. Acabó durmiendo en un parque hasta que Cáritas Interparroquial de Elche se cruzó en su camino pero, en plena ola de coronavirus, acabó en el hospital en estado muy grave. Sin embargo, no se rindió. Hasta el extremo de que ha conseguido pasar de dormir al raso a encontrar un techo. Ahora comparte piso con otras familias, pero ha logrado salir de la calle. Su testimonio cobra más importancia si cabe este sábado, cuando Cáritas organiza, a las 12 horas, en la Plaça de Baix, su Gesto Anual Solidario con las Personas Sin Hogar, para concienciar sobre las circunstancias en las que se encuentran las personas que no tienen un techo. La campaña de este año pivota en torno a una idea clara: «El camino de Santiago es largo y está lleno de obstáculos. Caminemos juntos». También el camino de Mirta fue largo y lleno de trabas y, aunque la situación de cada una de las personas que no tiene una casa en la que guarecerse es distinta, la historia de esta mujer demuestra que, pese a que a veces las cosas vengan mal dadas, se puede salir.

Mirta Ferrera, en la habitación donde reside en estos momentos en Elche.

Mirta Ferrera, en la habitación donde reside en estos momentos en Elche. / Áxel Álvarez

Una maleta y un parque

Aún hoy recuerda el momento en el que tuvo que abandonar el piso que tenía arrendado. De pronto, se vio echando algo en una maleta y se fue a un parque. A la mañana siguiente, sostiene, «parece que Dios empezó a tocar puertas y a decir que en un parque había una negrita». Y algo de eso debió pasar, porque al despertar se vio rodeada de personas, «de corazón», apostilla, que le llevaron desayuno, una manta... «No te vamos a dejar aquí», debió decirle alguien. Llegaron agentes de la Policía, una ambulancia que la trasladó al hospital donde le hicieron un chequeo y las pruebas de covid, y, de ahí, a Cáritas. «Fue un caso seguido por Dios», señala.

Un referente

En Cáritas afirma que el recibimiento le sorprendió. De verse sola en un parque, durmiendo con el único cobijo de las estrellas, a entrar en un centro en el que asegura que «la estancia no pudo ser mejor». Ahora bien, su particular estación de penitencia no había acabado aún. Antes de que se cumpliera el primer año, y cuando la crisis sanitaria aún ofrecía su peor cara, enfermó. Una de las educadoras, Ana, a la que Mirta llama «mi referente», la llevó de nuevo al hospital. «No recuerdo casi nada. No hablaba, no caminaba, sólo escuchaba gente hablar en la UCI», narra esta mujer. Un proceso que se alargó medio centenar de días, quizás un poco más. ¿Qué le ocurrió? Probablemente covid, pero ni lo sabe ni lo quiere saber. Sólo se acuerda de la sensación de falta de oxígeno.

La pequeña nevera, donde se depositan algunos de los enseres que tiene, con ella al fondo.

La pequeña nevera, donde se depositan algunos de los enseres que tiene, con ella al fondo. / Áxel Álvarez

De Elche a Alicante

A su salida de las instalaciones hospitalarias quedó bastante tocada, y no podía volver al centro de Cáritas en Elche. Su siguiente estación fue el centro Véritas de Alicante, destinado a personas sin hogar con problemas graves de salud. Allí, poco a poco, se fue recuperando, e incluso llegó a plantar un pequeño huerto urbano, hasta que por fin retornó a lo que denomina «mi Cáritas», de vuelta en Elche, y de ahí a un piso tutelado, hasta que esta vez le golpeó una neumonía. 

Sin bajar los brazos

La salud no le acompañaba, la edad -hoy tiene 67 años- tampoco a la hora de encontrar un trabajo. Sin embargo, no bajó los brazos, aprendió todo lo que pudo durante su paso por Cáritas, acabó viviendo en un piso tutelado junto a otras compañeras, recibió toda la ayuda que le dieron, pero quería, como subraya, «verme fuera», independizarse. «Ana -su educadora- no quería que me saliera de allí, hasta que un día hablé con ella». Fue así como acabó encontrando una habitación en un piso compartido con otras familias y pudo tener lo que es una «vida propia».

Los útiles que tiene depositados encima de uno de los armarios.

Los útiles que tiene depositados encima de uno de los armarios. / Áxel Álvarez

Entre el miedo y la lucha

Echando la vista atrás, admite que, al principio, sí, hubo miedo, indecisión, pero no se arrepiente. Incluso su objetivo ahora es conseguir una vivienda para ella sola, en la que no sólo tenga una habitación y derecho a una cocina y un baño de forma compartida. Sin embargo, el principal hándicap que se encuentra Mirta, como tantas otras personas, es el elevado coste que tiene poder acceder a una casa para una misma, sin más compañía, con precios totalmente desorbitados cuando se trata de rentas bajas o incluso medias. Un problema al que, en muchos casos, remarca el director de Cáritas Interparroquial de Elche, Alejandro Ruiz, se suman las trabas para poder empadronarse, lo que complica más si cabe poder acceder a Servicios Sociales y, por supuesto, a un techo. «Cáritas está en contra de las mafias, y hay que luchar contra eso, pero hay gente que no puede acceder a una vivienda porque no se le empadrona», sostiene Ruiz.

Mensaje de optimismo

En cualquier caso, y pese a todo, Mirta lanza un mensaje de optimismo para todas las personas que en estos momentos no tienen un hogar. Lo hace desde la experiencia que ha acumulado en estos últimos años. «Para salir, hay que luchar, hay que tener la mente clara, hay que estar segura de cada paso que se dé, pero se puede salir», sentencia. «Yo soy cobardona, no me sentía segura, pero hablé con Ana», apunta esta mujer. En su caso, además, no fuma, no bebe, no tiene adicciones, lo que facilitó las cosas en este proceso, junto al acompañamiento de Cáritas, que, además, les da las herramientas para autogestionarse en función de lo que cobran.

Ahora participa en los talleres que se organizan en los centros sociales, va al gimnasio, limpia la casa el día que le toca, sale con las amigas que conoció en Cáritas a desayunar, a pasear... «Intento ocupar mi tiempo, que es lo importante», tercia. ¿Cómo se ve a la vuelta de cinco años? «Me veo genial», responde sin pensar mucho. Un «genial» que, agrega, pasa por tener un piso para ella sola y un «genial» que, insiste, es en buena parte responsabilidad de Cáritas. «Todos los días le doy las gracias a mi Dios por mandarme a Cáritas», puntualiza.

Persona queridas y acogidas

Alejandro Ruiz afirma que «el espíritu de Cáritas es intentar que la gente que toca a nuestra puerta recupere las ganas de vivir, que se sientan personas queridas, acogidas por la sociedad», y hace hincapié en que «se puede salir, aunque cada caso es distinto». Mirta Ferrero ha salido y ahora no sólo es persona sino que, de nuevo, se siente persona.

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