La defensa de Salvador R. L., ejercida por la letrada María Julita Martínez, modificó ayer su escrito de conclusiones y aceptó el delito de asesinato, por el cual solicita una pena de siete años y medio para su cliente, al reconocer que la víctima no tuvo posibilidad de defenderse, pero apreciar las circunstancias atenuantes de confesión tardía y reparación del daño después de aportar antes del juicio la documentación de las gestiones para rescatar el plan de pensiones que tenía Salva en favor de la familia de la víctima.

Respecto a la atenuante de confesión, la letrada quiso destacar que pese a producirse ésta cuando Salva ya estaba detenido, con su declaración de noviembre de 2018, en la que inculpó a la coacusada, «Salvador aportó la pieza del puzle para que todo encajara». Además del «profundo arrepentimiento» de su representado, quien ratificó en el juicio esta declaración con un testimonio «sincero, coherente y sobrecogedor por la crudeza con que relató los hechos», Julita Martínez remarcó «la colaboración activa para la resolución del crimen». Tanto con su testimonio como al decir dónde estaba el arma homicida, «incluso hizo un plano de la fosa séptica donde lo había escondido».

Asimismo, la letrada de Salvador hizo hincapié en que no ha sido una tercera acusación, como ha tratado de hacer ver la defensa de Maje, y que si han aludido a la acusada ha sido solo a efectos de corroborar la relación de «servilismo de Salva hacia Maje», acreditada en las conversaciones que han sido escuchadas durante las sesiones del juicio.

Por contra, criticó la actitud de la defensa de Maje, al tratar de desacreditar y humillar a su cliente. «A parte de tonto e iluso, se le quiere hacer ver como un sátiro o viejo verde». Así, calificó de «meras bravuconadas propias de la barra de un bar» la conversación entre Salvador y un amigo, que ayer la defensa solicitó reproducir en la sala íntegra, algunos de cuyos extractos fueron escuchados por tercera vez en el juicio.

La letrada de Salvador también se apoyó en su alegato en los informes periciales, en los que se probaba el «carácter sumiso y la necesidad de aprobación social» de su defendido, «incapaz de asumir por él solo una conducta sofisticada». «Es un lacayo, un fiel servidor que actúa en base a una futura promesa de amor». «Lo convenció de tal forma que era imprescindible en su vida y que la única forma de estar juntos era acabar con la vida de su marido».