El asesino del gerente del bar-restaurante del parque de montaña de Rabosa anda suelto. Bien porque lo tenía todo perfectamente planificado, bien porque las circunstancias del crimen jugaron a su favor, lo cierto es que casi tres años y medio después el caso sigue sin resolverse. Hasta el momento el único detenido ha sido el vigilante del refugio de montaña Daniel Esteve, propiedad del Centro Excursionista Eldense aunque se encuentra ubicado en Petrer. La Policía Nacional lo arrestó en abril de 2019, tras más de año y medio de investigación, como presunto autor de la muerte violenta de Fernando Millán Chocero, eldense de 57 años, casado y padre de un hijo de 29. Pero esta semana ha quedado libre de todo cargo al no acreditarse que participara en un suceso que conmocionó a los vecinos de Elda y Petrer al ser la víctima muy conocida. Tal y como este diario adelantó el viernes, la Audiencia Provincial ha ratificado el sobreseimiento y archivo de las actuaciones que el Juzgado de Instrucción Número 2 de Elda ya dictó en noviembre de 2019, con carácter provisional, por la inconsistencia de los indicios aportados contra el investigado, que tiene 60 años, está casado, reside en Petrer y siempre ha defendido su inocencia.

La realidad dista mucho de ser una serie de televisión en la que todos los asesinatos se esclarecen y los culpables acaban entre rejas.

Para resolver el crimen de Rabosa los equipos de investigación de la Policía Nacional, tanto los de la Comisaría de Elda-Petrer como los que se desplazaron de Madrid, han empleado muchísimo tiempo en aclarar las circunstancias que rodearon al suceso y poder dar con el autor: se sospecha que fue uno solo. Las pesquisas han sido muchas y muy diversas: interrogatorios, registros, seguimientos, análisis de huellas dactilares y biológicas, grabaciones e intervención de las comunicaciones. Se han valorado todas las hipótesis, analizado todos los indicios e investigado a una decena de posibles sospechosos del entorno familiar, laboral y de amistades del fallecido. Pero los agentes se han encontrado con un muro de circunstancias adversas que no han podido sortear. El ataque se produjo en una recóndita zona de montaña, situada a diez kilómetros del casco urbano de Petrer, a la que solo se accede por un sinuoso y estrecho camino en su último tramo. Fue además sobre las seis de la mañana, cuando todavía era de noche y no había movimiento de personas ni vehículos. La víctima iba sola en el coche y no han aparecido ni testigos ni el arma empleada. Se trata de un enclave aislado donde no hay cobertura de telefonía móvil ni cámaras de seguridad. Además, al fallecido no se le conocían enemigos, adicciones o desavenencias de cualquier índole que pudieran desencadenar una venganza o un ajuste de cuentas de tal magnitud.

El móvil del robo barajado inicialmente terminó diluyéndose. Para pagar a los proveedores y trabajadores del bar el fallecido acostumbraba a llevar en el bolsillo del pantalón entre 1.000 y 2.000 euros en metálico. Pero el dinero no apareció tras el crimen ni en el bolsillo se encontraron restos de ADN de ninguna persona. No obstante, tampoco ha podido acreditarse que ese día portara tal cantidad. De hecho, antes de dirigirse a Rabosa, paró en una gasolinera de Petrer a las 5.40 horas y únicamente gastó diez euros en reponer combustible. Además, su cadáver conservaba la cartera y todas sus joyas, y su coche no presentaba indicios de haber sido registrado.

Lo que ocurrió en la madrugada del 23 de septiembre de 2017 solo el asesino y su víctima lo saben. Pero todo apunta a que fue un hecho premeditado con la determinación de quitarle la vida con nocturnidad y alevosía. Dos de las agravantes que tipifican el delito de asesinato.

Fernando Millán bajó de su coche y cuando estaba quitando los pivotes que impiden el paso de los vehículos al parque de montaña fue atacado por la espalda en plena oscuridad. En el lugar de los hechos se encontró una piedra de unos treinta kilos de peso. Pero se ha descartado por completo que hubiera caído del talud del monte que hay junto a los pivotes y le golpeara de forma accidental. De hecho, según recoge el informe de la autopsia, Fernando Millán recibió un impacto directo de gran potencia en la cabeza con un objeto contundente que llegó a arrancarle parcialmente la oreja. Es probable, dentro del terreno de las conjeturas, que el asesino se subiera posteriormente al talud, que se encuentra a unos cinco metros de altura, y le lanzara la piedra con la intención de rematarlo. Quizá eso explica la fractura de tibia y peroné que presentaba la víctima aunque, según el examen forense, el traumatismo pudo haberse producido también por su propia caída tras el golpe recibido en la cabeza. La primera persona que lo encontró poco antes de la siete de la mañana fue la cocinera y unos minutos más tarde llegó el vigilante del enclave. El agredido estaba en el suelo envuelto en un charco de sangre. Antes de morir todavía balbuceaba aunque no lograron entender lo que quería decir.

El de Rabosa es, de momento, el crimen perfecto pero el archivo del caso podría ser revocado si los agentes lograsen desvelar el misterio con nuevos datos, testimonios, indicios o elementos de prueba. Aunque la instrucción judicial se haya dado por finalizada sin ningún acusado, la investigación policial se mantiene abierta.