Era martes, 13 de julio de 2004. Tras el repentino y traumático fallecimiento del alcalde Miguel Iborra solo tres días antes, una vez finalizadas las exequias que parecieron interminables, Roberto Iglesias convocó a todos los funcionarios municipales en el vestíbulo del nuevo edificio consistorial de la Plaza Mayor, observó que poco faltaba para que allí se hubiera congregado toda la plantilla del ayuntamiento, sacudió las dos hojas de papel que llevaba en la mano y tras comprobar que posiblemente su débil voz quedaría apagada por la densidad de su auditorio, se giró y vio una de las sillas que por allí se ubicaban para descanso de algún ciudadano mientras esperada ser atendido. La cogió, se subió a su asiento para ser mejor observado y oído, y entre otras cosas dijo: “Quiero que sepáis que el camino que estábamos recorriendo juntos no se ha quebrado. Quiero que sepáis que contamos con vosotros para continuar una línea de trabajo y gestión que nos llevará a seguir procurando para Aspe los mejores servicios, las mejores infraestructuras, el mejor trato para los ciudadanos, en la certeza de que sólo un pueblo labrado con humanidad sirve a las generaciones venideras y nos honra como empleados públicos por haber servido a ello”.

Al día siguiente, tras su toma de posesión como el alcalde de Aspe que nunca esperaba ser, también entre otras cosas dijo: “Quiero transmitir a los aspenses el mismo sentimiento de optimismo que ellos han lanzado estos días atrás con su cívico comportamiento. Somos una piña en torno a la idea de un pueblo tolerante, trabajador y hospitalario, y como alcalde voy a ser el primero pero uno más en la plasmación de esos ideales”.

Roberto Iglesias ha sido un político y funcionario que dignificaba con palabra y obra la gestión del servicio público. Tal vez nunca distinguió ambos emplazamientos porque en su personalidad discreta no cabía el exhibicionismo o la petulancia. Había que resolver asuntos y encauzar actuaciones en beneficio de los ciudadanos. Punto. Por eso, cuando como candidato a la alcaldía perdió las elecciones municipales en mayo de 2007, su decisión fue inmediata: se retiró de la política, volvió a su puesto de funcionario en el mismo ayuntamiento que terminaba de presidir y manifestó en su renuncia que se iba con idéntico equipaje que llegó: una familia, un coche y una casa. Él se había entregado a su pueblo con especial intensidad en un momento desgarrador, pero fue su pueblo el que no lo quiso para pilotar una nueva etapa. Sin rencores, sin aspavientos, con su humilde acatamiento de la democracia, desde entonces ha servido con profesional dedicación a cuantos políticos de diversos modales y pensamientos han integrado las sucesivas corporaciones municipales. Más tarde o temprano, seguro que muchos añoraran su precisa y efectiva labor en beneficio de los ciudadanos a los que siempre ponía en primer lugar de sus prioridades. “No hay servicio público si no sirve a los que va dirigido”, decía con la llana convicción de quien trabaja para los demás sin esperar nada a cambio, aunque más de uno en ocasiones le diera la espalda en forma de leve palmada o brusco empujón. Seguro que más de uno encuentra su lugar en la oración.

Los vivos solemos convertir la muerte, entre muchas más vertientes, en manifestación desbordada para aplacar nuestra aflicción o aminorar la impotencia de no poder con ella. De todo habrá en la despedida a Roberto Iglesias: el frágil hilo que llevaba a lo que pudo haber sido; los infinitos flancos del dolor expuestos como si fueran numerables y medibles; las ocasiones perdidas para otro, para él, para todos, que se diluyeron entre aspavientos; nubes blancas que vierten sentimientos tan volátiles e inaprensibles como el tiempo...

Nada de esto puede impedir mi recuerdo de un Roberto en su puesto de tesorero municipal, en su desnudo despacho de la popularmente conocida como “bolera”, con una bolsa de avellanas sobre la mesa de trabajo para matar el gusanillo de vez en cuando. A veces, recién llegado yo al Ayuntamiento de Aspe en 1993, me sentaba frente a él para pedirle ayuda y consejo en un problema administrativo que me parecía insalvable. Una media hora después, tras animada charla y consumo por ambas partes del delicioso condumio, salía de allí con el problema resuelto o enfocado a su resolución, dispuesto a volver en cuantas ocasiones lo necesitara frente a aquel hombre que convertía con sencillez la gestión pública en una conjunción de raciocinio entre funcionarios al servicio de quienes nos pagaban el sueldo. Ni más ni menos. A veces esto se olvida. A Roberto, nunca.  

José Manuel Mula Alcaraz. A. BOTELLA

José Manuel Mula Alcaraz, periodista y exdirector de Cultura, Información y Juventud del Ayuntamiento de Aspe