Vivir en la Tafalera

El pasado de drogadicción y delincuencia de Antonio Moreno lo ha llevado de la cárcel a una cueva, y ahora quiere dar charlas a los jóvenes para que no arruinen sus vidas

Pérez Gil

Pérez Gil

Hay otros mundos, pero están en éste, y la Tafalera es uno de ellos. En los años 80 y 90 esta barriada de Elda se convirtió en el supermercado de la droga que atraía, cada día, a decenas de yonkis de poblaciones de Alicante y también de las provincias limítrofes de Murcia y Albacete. La heroína transformó un barrio de trabajadores en un reducto de marginalidad, delincuencia, degradación urbana y social, donde cualquier intervención policial tenía que hacerse con una fuerte dispositivo de agentes antidisturbios.

En esos tiempos nació, en una chabola pegada al cauce del Vinalopó, Antonio Moreno Moreno «El Negrillo». Fue el tercero de nueve hermanos de una familia gitana que se trasladó a Ibiza después de que la riada no dejara de su casa ni los cimientos. Con apenas diez años comenzó el perverso idilio con las drogas que llegaban a sus manos: pastillas, ácidos, cocaína, heroína, hachís y marihuana hasta engancharse al caballo en vena y fumado. Siendo un adolescente regresó a La Tafalera y comenzó a robar coches en Elda y Petrer emulando las fechorías de Juan José Moreno «El Vaquilla» y de Ángel Fernández «El Torete», los delincuentes de la generación perdida de la heroína que pasaron a la fama por sus apariciones en la televisión y el cine. «Yo empecé como ellos pero nunca he sido navajero y aunque tuve mi puska -pistola- no he disparado jamás contra nadie. Esa vida es pura ruina y al final te lleva a la tumba», advierte «El Negrillo» poniéndose como ejemplo. A sus 46 años vive solo en una cueva insalubre sin luz, agua, muebles ni electrodomésticos, a la que solo se puede llegar por una senda de tierra y basura que corona el decadente Alto de San Miguel.

Su adicción llevó a algunos de sus familiares a repudiarlo y a su mujer a abandonarlo separándolo de su hija, que ahora tiene 27 años y es madre de dos niños.

Moreno Moreno ha estado veinte años «metiéndose de todo» aunque desde hace diez asegura que mantiene a raya su dependencia gracias a la metadona y a su paso por la Fundación Reto a la Esperanza. Pero sufrió un infarto y le pusieron un marcapasos lo que, unido a su condición de asmático, le impide hacer grandes esfuerzos. Admite que solo ha trabajado una vez en su vida. Fue contratado por el Ayuntamiento de Elda para realizar el ajardinamiento del PERI del Vinalopó donde, casualmente, se encontraba la chabola en la que nació.

«Un gusano»

«La droga te llega a arrastrar como un gusano y cuando tienes el mono eres capaz de todo por pillar el pico, te hacer ser siete demonios juntos», dice rotundo. También la droga lo llevó a la cárcel cuatro años. «La vida allí es muy mala y a quienes entran por primera vez, porque están perdidos y enganchados, deberían llevarlos antes a un centro. Así podrían dejar de meterse cosas porque en el talego hay más droga que en la calle y sales peor que entras», subraya y aconseja. De sus años de prisión quiere recordar bien poco. «La libertad no tiene precio y el patio es lo peor porque hay mucho gamba que te avería la vida en un segundo. Yo me hice un pincho que guardaba en el chabolo -celda- para defenderme. Pero el resto de presos me respetaban porque mis dos hermanos, -encarcelados al mismo tiempo que él-, tenían fama de ser duros, -de hecho el mayor cumplió 17 años a pulso y el pequeño entró con 16 y salió con 28-, y por eso no tuve que ir al tigre -aseo-nunca para verme las caras con nadie», explica añadiendo, tras quedarse unos segundos pensativo, que «eso sí, a las perras -los chivatos- hay que mantenerlos siempre bien lejos. Hazme caso».

Hay días que no come ni cena porque ahora malvive de la mendicidad, de la ayuda de Cruz Roja y de los 430 euros de paga social que recibe «un año sí y otro no». Cree que ha desperdiciado su vida y quiere que su experiencia pueda ayudar a los jóvenes para alejarlos del infierno de la delincuencia y la drogadicción. «Me gustaría ir a los institutos para hablarles a los chavales de todo lo que he hecho y de cómo he acabado. Aquí estoy, viviendo solo y sin nada, en una cueva desde hace diez años». «El Negrillo» pide una oportunidad para que su vida en la Tafalera tenga sentido.