La finca de Aspe donde jóvenes holandeses vuelven a empezar
Un proyecto de reinserción pionero acoge a menores con problemas de adicción o entornos desestructurados. En pleno paraje de La Ofra, lejos de su entorno habitual, recuperan hábitos saludables y vuelven a encontrar su autoestima

Desde Holanda a Aspe en busca de una segunda oportunidad / Áxel Álvarez
En el paraje de La Ofra, en Aspe, se encuentra una finca muy especial. A simple vista, podría parecer una explotación agrícola más, pero en realidad es mucho más que eso: se trata de un centro de acogida para menores procedentes de distintas partes de Holanda.
Trece jóvenes, chicos y chicas de entre 14 y 18 años, todos ellos con historias marcadas por entornos familiares desestructurados o problemas de adicción, conviven aquí durante un periodo de entre año y medio y dos años. Lo hacen bajo la tutela de una familia holandesa afincada en Aspe desde 2007, que gestiona la finca en colaboración con el gobierno neerlandés a través de convenios oficiales.
Su día a día supone un giro de 180 grados respecto a la vida que llevaban en su país de origen. En este entorno rural y apartado, encuentran una rutina basada en el trabajo manual, el aprendizaje de oficios y la convivencia. Participan en tareas de albañilería, pintura o agricultura, e incluso colaboran en actividades de anillamiento de aves.
Vuelta a las responsabilidades
"Aquí aprenden lo que significa la responsabilidad, la puntualidad y el valor del esfuerzo diario", explica Fabián Soria, psicólogo de Finca Soria. Además, durante su estancia los jóvenes también retoman su formación académica gracias a distintos convenios educativos. "La educación es otra de las áreas que suelen tener completamente abandonada en Holanda", añade el especialista.
El deporte también juega un papel fundamental en su rutina. "Puede que desde fuera parezca algo normal, pero para ellos supone un gran paso. Muchos llegan sin aficiones, sin una estructura de vida, sin hábitos saludables", apunta.
Llegan sin aficiones, sin una estructura de vida, sin hábitos saludables
Los primeros días no son sencillos. Tal y como señala Fabián, "vienen de tener el control absoluto sobre su vida diaria". Muchos han abandonado el instituto, mantienen relaciones tóxicas y su día a día está marcado por el consumo de alcohol o drogas. "Aquí se enfrentan de nuevo a una relación de adulto a menor, con normas y límites, y al principio se resisten, no lo aceptan".

El psicólogo Fabián Soria junto a uno de los chavales. / Áxel Álvarez
Incluso los ritmos de vida cambian. "Solo el hecho de invertir el ciclo de sueño ya es un logro importante. Llegan durmiendo de día y activos por la noche. Aquí, poco a poco, ves cómo empiezan a coger color, a ganar peso, a recuperar la salud. Es algo muy bonito de presenciar", afirma el psicólogo.
Una vuelta progresiva
La vuelta a casa se realiza de forma gradual. Comienzan con estancias cortas, de un par de días, luego una semana, y después regresan a Aspe. Son lo que llaman "periodos de prueba". "Así prevenimos que los errores sean de cero a cien, vamos regulando, observando y ajustando", comenta Fabián.
Pero el gran reto llega cuando regresan de forma definitiva a Holanda. ¿Cómo evitar que recaigan en las adicciones o los malos hábitos sin el acompañamiento diario del equipo de la finca?

Los menores colaboran en actividades que se organizan con centros educativos en la finca. / Áxel Álvarez
"Uno de los puntos clave de nuestro trabajo aquí es que los sacamos completamente de su entorno. En Aspe no conocen al camello del barrio, ni a la banda, ni tienen la influencia directa de su familia. Es un cambio total de contexto", explica el psicólogo.
"Con los periodos de prueba comprobamos si el entorno al que van a volver ha cambiado o si sigue siendo el mismo. Si vemos que todo sigue igual, buscamos otras alternativas, como un piso tutelado. Pero el objetivo siempre es que vuelvan cuando el entorno sea seguro y la posibilidad de recaída sea lo más baja posible".
Un proyecto con raíces personales
El origen del proyecto está profundamente ligado a la historia de Juan Soria, padre de Fabián y principal impulsor de la iniciativa. Juan fue uno de esos adolescentes con problemas durante su juventud y, tras salir adelante, decidió crear algo que tuviera un impacto real y duradero.

Los menores aprenden a realizar todo tipo de labores desde pintura hasta albañilería. / Áxel Álvarez
Quería ofrecer a los jóvenes una experiencia transformadora, que calara tan hondo que, una vez fuera del centro, no sintieran la necesidad de regresar a la vida que llevaban antes.
Autoestima
Durante su estancia, los jóvenes también participan en actividades con otros colectivos. Cuando acuden centros para personas con necesidades especiales o colegios, como el Virgen de las Nieves de Aspe, que recientemente participó en una jornada de anillamiento y hípica, los jóvenes colaboran activamente junto al equipo de la finca. Enseñan, por ejemplo, cómo se anilla un gorrión, actuando como monitores o guías.

El ornitólogo Pedro Gómez, que trabaja en su día a día con los menores, a quienes les enseña todo sobre las aves. / Áxel Álvarez
"La percepción que tienen de sí mismos dentro de un proceso terapéutico es fundamental", explica Fabián Soria. "Muchos llegan con una especie de ‘chaqueta de supervivencia’, con actitudes del tipo ‘a mí nadie me va a cambiar’. Pero cuando asumen ese rol de semiprofesores, cuando ven que pueden enseñar algo útil a otros, se sienten orgullosos, les sube la autoestima y cambia completamente la forma en la que se ven a sí mismos".
El cambio que experimentan es, sencillamente, brutal
Pedro Gómez, ornitólogo y experto en aves silvestres que trabaja día a día con ellos, lo resume con una frase: "Cuando llega el momento de marcharse, algunos incluso lloran. No quieren irse. El cambio que experimentan es, sencillamente, brutal".
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