Días 13 y 14 de septiembre, el agua ha hecho estragos en el sureste peninsular y Orihuela es triste protagonista del fenómeno llamado DANA. El Segura ya ha comenzado a desbordarse y se esperan nuevas crecidas. El municipio oriolano está anegado, aunque más bien la comarca entera es la que ha sido invadida por el agua. Las entradas de la ciudad están cortadas. Los desalojos y realojos se disparan pero, tras dos días jarreando y un tercero lloviendo de manera moderada, los pronósticos empiezan a augurar que lo peor ha pasado.

Entre las autoridades que dirigen el operativo desplegado -con la UME y otros militares, los bomberos, Protección Civil…- surge una inquietud: «necesitamos un veterinario». No pensaban en el trato a los animales, que también, sino en los problemas que podrían afectar a las personas desplazadas. «La solución se improvisó pero convendría que la Generalitat tomase cartas en el asunto y se protocolice el papel del veterinario en estos desastres porque nuestra presencia es clave para todo tipo de cuestiones vinculadas con la salud pública», explica el presidente del Colegio de Veterinarios de Alicante (Icoval), Gonzalo Moreno del Val.

Días después, la Agencia de Seguridad y Emergencias puso cifras y estimó que más de 1.400 animales habían perecido ahogados. Pero en ésas fechas aún dominadas por cierto caos había que comprobar antes cuál era el estado de la cuestión: repasar la situación de las granjas de aves, conejos, porcino, ovino-caprino, bovinos y equinos de la zona y comprobar el estado de sus animales. Fue entonces cuando José Antonio García Navarro, coordinador Veterinario del Centro de Salud Pública de Orihuela, se incorporó al equipo y en primera instancia fue llamado para sobrevolar en helicóptero el área siniestrada para así informar al Puesto de Mando.

«Vimos cuerpos flotando o entre el fango, pero sobre todo localizamos las granjas y las posibles vías de acceso y días después pudimos comprobar que habían más cadáveres», explica. «Había que priorizar y organizar la recogida, pesca más bien, de los animales muertos, hacerlo con las medidas de seguridad adecuadas para los operarios, con trajes especiales y evitando el contacto de los cuerpos con las mucosas. Si no se actuaba rápido podía haber riesgo de infecciones o producirse infiltraciones en pozos de agua potable», relata el veterinario de Salud Pública. De ahí, que se insistiera a la población en que extremara las medidas de higiene y desinfección de verduras y frutas y que, a un tiempo, los inspectores veterinarios redoblasen el control oficial en mercadillos y minoristas.

En los días posteriores -continúa- «los ayuntamientos comenzaron a llamar preguntando cómo habían de enterrar a los animales muertos que se iban descubriendo y para saber qué alternativas habían para los vivos que no podían volver a su granja de origen», recuerda. Algunos de esos animales estaban identificados con su chip y registrados por lo que fue necesaria también la participación de veterinarios de la Consellería de Agricultura responsables del control oficial y del saneamiento ganadero.

De no contar con los veterinarios para afrontar esta situación, la Agencia de Seguridad y Emergencias pasó en tiempo récord a incorporar a su equipo a hasta 8 de estos profesionales. Se informó entonces también a las autoridades locales de que todos los cadáveres se habían de tratar como residuos tipo SANCHAS y que por tal motivo habían de ser retirados por una empresa autorizada para ello.

Un tercer frente se dio con la atención a las personas desalojadas. «Muchos fueron trasladados a un albergue de Dolores y la gente se organizó para facilitarles el alimento. Eso para el primer día se puede aceptar pero después hubo que buscar un sistema para garantizar la seguridad alimentaria», aclara García Navarro.

Y al papel del veterinario en labores de salud púbica cabría añadir el trabajo, más evidente por conocido, en cuanto a la atención de animales domésticos extraviados, heridos o muertos.