El Hércules extrajo un punto en un partido trepidante, eléctrico que vio elevada la temperatura a límites inusuales por la atolondrada batuta del árbitro, Muñiz Fernández, que puso mucho de su parte para incidir en el ritmo de un derbi alocadamente sublime. Y sobre ese escenario apareció Drenthe, hiperactivo como nunca, para encender aún más la llama de un fútbol con poderío frente a uno de los mejores equipos del país y, por ende, del continente. El holandés, a base de bocanadas de pundonor, a base de zancadas de clase, mezclando temple y nervio, se reivindicó como futbolista de máximo nivel. Drenthe se vio superior, se encontró cómodo, se gustó a sí mismo y, al final, equilibró una balanza tristemente desnivelada por Muñiz. Pudo, además, salir a hombros si, con el empate a dos en el marcador y un futbolista menos sobre el campo, no hubiera topado con el pie salvador de Diego López frustrando una extraordinaria cabalgada desde el centro del campo. Esa fue la jugada que pudo acabar de romper un partido que se quebró en múltiples ocasiones, casi todas ellas por la extraña vara de medir de un árbitro más próximo a la desmesura que al equilibrio.

El encuentro ante el Villarreal transcurrió revolucionado desde el principio hasta el final. Tanto, que en muchas fases del mismo llegó a pasarse de revoluciones. La primera parte encontró de todo: Tres goles, ocasiones, palos y hasta una expulsión, la de Trezeguet, quien, contagiado por un extraño clima de tensión, se perdió en protestas ante el altivo Muñiz Fernández, que vio en el franco-argentino el primer motivo para iniciar su particular show (minuto 44).

Corrió la pelota como nunca en el Rico Pérez. Para ello, dos equipos decidieron poner sal, pimienta, ímpetu y velocidad dando rienda suelta a un fútbol diferente, atractivo y emocionante. El Hércules apostó por tener el balón. Buscó el pase horizontal para abrir bandas con Tote y Drenthe tras exponer fuerza en el centro del campo (extraordinaria labor Tiago y Fritzler) para que el enemigo amarillo, uno de los equipos que mejor manejan el balón en la Liga BBVA, no abriera brecha entre líneas.

El tiqui-taca villarrealense se tradujo en dos tiros al palo -el primero lo repelió el larguero con todo a favor para Rossi- que muy bien pudieron variar el signo en el primer acto. Pero el Hércules, que se apropió de la pelota, apretó las marcas, enseñó los dientes y se adelantó en el marcador. Un balón servido por Drenthe destrozó el fuera de juego merced a la pasividad de Capdevila, que acabó habilitando a Valdez para batir por abajo a Diego López.(1-0, m. 25).

La desbordada alegría local no duró mucho. Un despiste defensivo dio pie a un pase horizontal por la línea de gol que Capdevila remataría a placer tan solo dos minutos después (1-1, m.28).

El Villarreal azuzó con Nilmar y Rossi, pero también quedaba amedrentado por el divertido, casi musical trote de Drenthe, que ayer corrió y sirvió balones de oro para poner en ventaja a su equipo. El holandés, a gusto como nadie en el campo, decidió bailar. Una nueva cabalgada por la derecha -banda que fue intercambiando con Tote- tras ganar por velocidad a Capdevila, acabó con una bandeja medida para que Trezeguet convirtiera la segunda diana herculana (2-1, m.42). La caldera alicantina hervía, encendida por la mejor versión de Drenthe, que acabó por convencerse que la de ayer era su noche.

Sin embargo, el primer gran vuelco llegó instantes después. Muñiz no perdonó la airada protesta de Trezeguet y lo mandó a los vestuarios antes del descanso.

La expulsión cambió el panorama nada más reiniciarse el choque. El Villarreal decidió jugar en los últimos veinte metros del campo y para ello encerró al Hércules, que solo tenía una baja -la del expulsado Trezeguet- pero parecía jugar con seis menos. Ese panorama quedó plasmado al salir a relucir la clase de Borja Valero, Cazorla y Cañi. El magistral trío amarillo se empeñó en abrir vías por el centro entre caricias al balón, que llegaba hasta la frontal herculana con una facilidad asombrosa. La inferioridad numérica acomplejó al Hércules, incapaz de alejar la pelota de la zona caliente y, mucho menos, de retenerla más allá de unos segundos.

Entre tanta duda apareció el 2-2, obra de Borja Valero (m.62) tras colarse por la derecha. Mala barraca. El panorama se oscurecía más, pero, curiosamente, el Hércules tiró de orgullo, sacó fuerzas de flaqueza y levantó de nuevo la cabeza. Tiago puso el miedo en el cuerpo al rival con una internada a la que le sobró una pizca de egoísmo (Drenthe estaba solo a su derecha para recibir y fusilar) y Pamarot estuvo a punto de rematar en plancha un balón que hubiera acabado en la red.

Muñiz, además, dio otra vuelta de tuerca. En poco más de dos minutos (desde el 82 al 84) dejó al Villarreal con nueve hombres al expulsar a Borja Valero y a Mussachio. El cielo se abría ante el Hércules y, cómo no, ante Drenthe, que tuvo la ocasión del partido para salir a hombros del Rico Pérez tras una poderosa cabalgada que mereció el gran premio. La intervención salvadora de Diego López (otro que tal) evitó el naufragio del submarino, que volvió a respirar poco después gracias a que su portero metía un par manos salvadoras a disparos del holandés y de Pamarot. No, ayer no ganó el Hércules, pero como si lo hubiera hecho. Estuvo de diez.