Seguramente Enrique Ortiz no conoce, ni sabe quién es Alfonso Soler. Alfonso es un herculano de pro, de los de toda la vida. Noventa y un año le contemplan siendo seguidor blanquiazul, y muchos al frente de la Mutua. Nunca ha dejado de acudir al campo, Bardin, La Viña o Rico Pérez, aún en los momentos más penosos de la historia herculana, como cuando militamos en Tercera, o esa larga travesía de años interminables en Segunda B. Siempre con su mujer, con su familia, a esos hijos y nietos a los que inculcó el amor por la camiseta que portaran Maciá, Ernesto, Ramón, Giuliano, Kempes o Rodríguez. Sólo pensar en cómo lo estará pasando Alfonso nos apena a los que lo hemos conocido y sabemos de su cariño por el Hércules y por todo lo que rezuma sabor alicantino. Ni él, nonagenario con uno de los carnets más antiguos, ni muchos otros que siguen su ejemplo, merecen lo que está pasando durante estos últimos años. El espectáculo que desde la institución se está dando rebasa la esfera local y ya es de dominio nacional para vergüenza del sentimiento herculano.

Señor Ortiz, hable con Alfonso, se lo aconsejo. Él es el verdadero espíritu del Hércules, el mismo que usted no ha sentido nunca, como nunca fue aficionado al balompié. Su entrada en el Hércules se debió a trapicheos políticos compensatorios, a permisividad y lasitud en las licitaciones y obras que para el consistorio municipal se le adjudicaban. De ahí nació el imperio del ladrillo, las diferentes empresas y la participaciones en las manidas UTEs, que han hecho de Ortiz un potentado que, según dicen sus defensores y él mismo, ha creado más de dos mil puestos de trabajo. Qué pena que nunca haya aplicado su capacidad de gestión al equipo de fútbol que en mala hora se le entregó; qué pena que no ponga toda su capacidad de trabajo en la entidad a la que siguen miles de alicantinos. O lo mismo es que estamos todos equivocados, y su escalada social a base de ganar dinero en el sector de la construcción se debe más al favoritismo y la suerte, al amiguismo y al do ut des, que a su supuesta inteligencia para los negocios.

Si en sus empresas, por el dinero que ha generado para su patrimonio, parece haberse rodeado de gente con talento y competencia de sobra para llevar adelante los proyectos, no es comprensible como no lo ha hecho de igual modo en el Hércules, si al fin y al cabo organizativamente hablando funciona como una empresa, en este caso deportiva. Suponemos que debería saber que con un Hércules en Primera y una gestión de andar por casa, el dinero que entraría en la arcas bastaría para mantener con dignidad al club en la división de honor del balompié español. Pero como don erre que erre, Ortiz se ha rodeado en el Hércules de mediocres y siempre con refriegas internas que han dado

inestabilidad a la sociedad, por la que han pasado demasiados directores deportivos y no digamos presidentes, de trayectoria que dejan mucho que desear. Descontando su breve etapa y la de su cuñado, tenemos a un Valentín Botella de declaraciones circenses, la última profética («con Jokanovic, se jugará mejor y vendrán las victorias»). Dos partidos, dos derrotas. Le sucedió un Pitarch, mercenario del fútbol, ahora en el Zaragoza, que pasó del amor al odio en el corazón del empresario. Y terminamos con el actual, que dando por sentada su inteligencia, cursó estudios de ingeniero de caminos, el cargo le viene más por afinidad familiar que por conocimientos del medio. Váyase señor Ortiz, deje de hundir al Hércules en la miseria, busque, encuentre, cobre lo justo y desaparezca de la órbita herculana. Don Alfonso, y la gran mayoría de la familia herculana se lo agradecerán, incluso mi abuelo, Eladio Pérez, presidente que lo fue del Hércules, aunque sea desde el más allá. Váyase señor Ortiz, por el bien del Hércules, váyase.