Un niño, entre una multitud de hombres en traje de chaqueta y bajo un olor a café y tabaco, pega un brinco y se cuela en el tranvía que atraviesa Alicante de punta a punta. El maquinista lleva las manos manchadas y apura el último mordisco a un bocadillo que rezuma aceite por los cuatro costados. Ningún pasajero se apea hasta la última parada.

No tiene pérdida, el chalet del ingeniero de tranvías y la inconfundible araucaria (el árbol infinito) avisan del final del trayecto. El tranvía se vacía en el barrio de La Florida y la humareda se dirige a la calle Asturias, al campo de La Viña. El niño, apenas imperceptible entre tanto gentío, se mete en el estadio. Hoy hay fútbol y el Hércules ha ganado un aficionado para siempre.

El estadio que fascinó al protagonista de esta historia en los años sesenta cumple este mes de enero 100 años. Hoy ya no queda nada que recuerde aquellas tardes vibrantes y otras más escabrosas, apenas una plaza con el mismo nombre y una iniciativa esperando respuesta de la Asociación Herculanos.

La Viña, llamada en sus orígenes como campo de La Florida, fue el primer campo en la historia del Hércules y también el pionero de una ciudad de Alicante que perseguía el cambio a finales de los años diez del pasado siglo.

Sin embargo, todo había comenzado en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Prudencio de La Viña, un empresario asturiano, se trasladó a Alicante por problemas de salud. Una vez aquí, la familia adquirió unos terrenos donde años más tarde se levantaría el emblemático estadio. Prudencio, empujado por la insistencia de su hijo Casimiro, un gran deportista, inició la construcción del campo en 1918, a espaldas de la posada El Vaticano.

La propiedad de una fábrica de cerámica familiar ayudó a que el estadio fuera cogiendo forma rápidamente. Se construyó el vestuario, un banco de piedra corrido y algunas sillas de madera. El campo de La Florida era ya toda una realidad. El 19 de enero de 1919 el balón echó a rodar por primera vez. El Lucentum aplastó al Illice (4-0) y la semilla del fútbol en la ciudad ya estaba sembrada, aunque durante años el estadio también albergó carreras pedestres e incluso de automovilismo gracias a la pista que rodeaba a un terreno de juego, lógicamente todavía de tierra.

Varios equipos alicantinos compartieron La Viña hasta que en septiembre de 1932 el Hércules, ya de blanquiazul, se mudó al coqueto Bardín para comenzar a escribir una historia de campanillas a la que sólo la Guerra Civil puso fin.

Regreso tras el ascenso a 1ª

Alfonso Guixot, presidente del Hércules en 1954, decidió regresar a La Viña tras el ascenso a Primera. Bardín, donde había disfrutado el Hércules durante 20 años, se había quedado pequeño. Su ubicación apenas dejaba margen para la ampliación, pero la vuelta a La Florida no fue camino fácil.

El estadio seguía siendo propiedad de Casimiro de La Viña y el Hércules consiguió arrendarlo con un contrato a nombre del presidente y del tesorero Francisco Soro. Las obras comenzaron de inmediato y el Hércules comenzó la 54/55 en Primera con un estadio remozado. El primer partido se disputó contra el Valladolid y Amaro encarriló la victoria para alegría de Patricio Caicedo, el técnico blanquiazul del inseparable sombrero.

Una de las grandes tardes del estadio de La Florida fue sin duda la visita del Real Madrid el 3 de octubre de 1954. La visita de Di Stéfano enloqueció a la ciudad y de poco valió la ampliación del graderío que había hecho el club en verano. Tal fue la afluencia de público que el partido comenzó media hora más tarde porque la gente se agolpaba sobre la línea de cal. La antesala de un partidazo que quedó en tablas.

Luz artificial y televisión

Otro ascenso a Primera, el de la 65/66 con Ramón como estrella, precipitó más mejoras en la grada, concretamente en la de Tribuna. En aquellos meses el Hércules inauguraba la iluminación artificial del campo de La Viña en un partido de Copa contra la UD Las Palmas. Aquel choque del 10 de abril de 1966 fue, además, el primero televisado en Alicante por Televisión Española.

El Hércules tuvo varios problemas para continuar en La Viña y en 1956 la Caja de Ahorros del Sureste compró el estadio a petición de club, que se guardaba la opción de comprar el estadio. Hasta que Rico Pérez adquirió el estadio en 1973, el club sufrió constantes problemas para mantener La Viña. Rico Pérez vendió parte de los terrenos para construir viviendas y la otra la cedió al Ayuntamiento para hacer la plaza que hoy luce. Aquella operación financió la adquisición del nuevo estadio, que recibió el nombre del presidente.

El ascenso del Hércules a Primera en la 73/74 fue la última página del estadio que este mes cumpliría 100 años. Un partido amistoso ante el San Lorenzo de Almagro el 1 de junio de 1974 cerró el círculo que comenzaron en 1919 los desaparecidos Lucentum e Illice.

Con el Rico Pérez entre algodones, el Hércules todavía celebró la presentación de la plantilla de Primera en La Viña, donde el histórico utillero Manolo González había establecido, literalmente, su hogar.

En agosto de 1974 el Hércules estrenó en San Blas el Rico Pérez, su actual casa, donde aquel niño polizón del tranvía llevaría años después a otro niño de la mano con la misma ilusión.