Nada. Que no hay manera. A ganar, uno tiene que aprender. No es innato, no es un don, no es casualidad. Y a querer tener el balón, a buscarlo, a que no te queme cuando te lo pasan, también. El Hércules aún no ha logrado librarse del complejo de inferioridad, sigue sin sentirse poderoso, a gusto con su traje, continúa sin demostrar —a él mismo y a los demás— que reúne en una convocatoria a futbolistas por los que algún entrenador de Segunda B, con tal de que se los ficharan, aceptaría rebajarse el sueldo. Jesús Muñoz ha cambiado cosas, detalles nominales, posicionales, estratégicos, pero no ha acertado aún con algo ineludible para la empresa que persigue: desarrollar la mentalidad ganadora del grupo, la que lo mantiene a flote cuando todo lo demás falla. La que impide que te arrugues cuando es el rival quien golpea primero.

La proyección del ataque no está optimizada. Dominar la posesión supone menos desgaste físico y es clave para hacer valer tu superioridad hombre por hombre. Hay que poner en práctica automatismos que ayuden a darle una salida fácil al compañero, un pase cómodo, a generar espacio y superioridad cerca de la portería. Más del 85% del tiempo que los futbolistas están sobre el césped lo viven sin la pelota, de ahí que lo que hagan dentro del campo en ese periodo elástico resulte crucial, seguramente lo más valioso. La misión del técnico es la de hacer llegar el balón a sus jugadores talentosos en buenas condiciones el mayor número de veces posible.

Hasta la fecha, Muñoz ha sido capaz de concretarlo con Jesús Alfaro. Pero no es suficiente. Carlos Martínez, Benja y Jona no deberían estar tan desasistidos, tan incomunicados, tan aislados de la circulación. Eso ocurre principalmente porque casi nunca se juega por dentro, porque se prefiere el desplazamiento en largo (por norma a banda) antes que una transición con protagonismo de los centrocampistas. En el medio, solo Yeray tiene madera de pasador y rara vez lo hace a ras de césped, generalmente porque sus compañeros no están cerca. La calidad de los extremos es tan notable, que es complicado no cargar el ataque por su zona.

Sin embargo, convendría combinar su querencia por el centro al área con diagonales hacia dentro para que los delanteros pudieran recibir más veces y no obligarles únicamente a pelear cabezazos. El Hércules genera más peligro con paredes y conducciones que con envíos tensos al primer o segundo palo. La estadística lo corrobora.

En la actual estructura que defiende el técnico solo hay un centrocampista con la mentalidad propia del cargo. El resto, o sueñan con ser defensas o con ser delanteros. Eso da como resultado un equipo que tiende a partirse rápido, a no jugar junto, a malgastar buena parte de la energía en aventuras en solitario, en presiones baldías, inocuas. Si Diego Benito ya no es una alternativa viable para el entrenador hay que buscarle un sustituto urgentemente. El talento es un valor añadido, un factor diferencial, pero sin equilibrio entre líneas, sin ocupación de zonas intermedias, sin paciencia en la elaboración, recurriendo al patadón más de la cuenta, lo único que provocas es una migraña crónica en el espectador... y en la pelota, que es a la que más tienes que mimar cuando lo que te diferencia del resto es la calidad individual.