Érase una última bala para salvar a un anciano de 98 años; érase un equipo con el que no contaba el porvenir; érase en una temporada dura, que se preveía muy distinta allá por junio y que se empezó a torcer mucho antes de empezar. Y es que estos apenas seis meses que llevamos de competición han devorado, aparte de las esperanzas de la afición herculana, a un director deportivo «yerno de papá» y a los tres entrenadores que no supieron (o que no les dejaron) encauzar la nave por la ruta de los ganadores.

Seis meses que nos han dejado un Hércules enfermo, irreconocible y en los huesos. Pocas verdades son más falsas que esa ley del fútbol de «la culpa es siempre del entrenador». Al menos, sí es cierto que siempre carga con ella. Pero aquí, más que nunca, la culpa de hacer turismo al borde del precipicio no ha sido de Lluís Planagumà (que no quería continuar ya tras la final del «play-off» ante la Ponferradina) ni del bueno de Jesús Muñoz (demasiado inexperto para este Miura). Ni siquiera del rebotado Vicente Mir, que ha gastado más energías en su permanente enfado con el mundo que en dotar al equipo del orden y el espíritu competitivo que un momento así requiere. Podríamos pararnos a analizar los culpables de esta pésima temporada pero vivimos en la era de la inmediatez y, de hacerlo, este artículo duraría años. Así que lo sintetizaremos en lo que todo el mundo sabe: tener a unos dirigentes haciéndolo demasiado mal durante demasiado tiempo acaba por pasar factura. Y con intereses.

Francisco de Quevedo dijo aquello de «érase un hombre a una nariz pegado». Yo, que no tengo ni las gafas en común con el genial escritor del Siglo de Oro, modestamente añadiré que érase un exjugador del Elche al rescate del Hércules. Sí, han leído bien, porque Antonio Moreno militó durante dos temporadas y media en el club franjiverde (donde incluso llegó a conseguir un ascenso a Segunda en 1997).

Antonio Moreno Domínguez (Badajoz, 1974) que, además de en el club de la ciudad de las palmeras, jugó (y se inició) en el hoy desaparecido CD Badajoz, también estuvo en la UD Las Palmas (con la que debutó en Primera División), Algeciras, Ferrol, Badalona y, ya en el ocaso de su carrera, en equipos amateurs como el Novelda y el Santa Pola. En resumen, una temporada en Primera, nueve en Segunda, tres en Segunda B y el resto entre Tercera y Preferente. Como entrenador, y antes de su llegada en este mes al banquillo del primer equipo del Hércules, Moreno ha dirigido únicamente a equipos juveniles, al Bahía de Santa Pola (Primera Regional), al Redován y al Hércules B.

A destacar dos ascensos en cuatro años: con los de la Vega Baja a Preferente en la temporada 2015-2016 y a Tercera con el filial blanquiazul en la 2018-2019. Un técnico de perfil bajo, otrora insuficiente para tomar las riendas del club pero que ha resultado ser el deseado por una afición alicantina ya harta de «vendehúmos» o de Simeones y Mourinhos de bolsillo. No olvidemos que la directiva herculana, en un acto sin precedentes, rectificó su decisión inicial de traer a Siviero ante el aluvión de mensajes de los seguidores alicantinos que inundaron las redes sociales en contra del argentino y a favor del entrenador pacense.

Albert Einstein dijo que «todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no ignoramos las mismas cosas». Y si algo se constata en el CV futbolístico de Moreno es que, sin un talento especial, lo que ha conseguido lo logró a base de tenacidad y de esfuerzo. Nadie le ha regalado nada y ha demostrado que lo poco que pueda saber, lo sabe muy bien. El nuevo entrenador herculano no tiene la dialéctica de Valdano ni el glamour de Pep Guardiola. Ni falta que le hace. Es consciente tanto de que ha llegado a un equipo psicológicamente roto y con la autoestima unas décimas por debajo de la de Kafka como que de esta situación límite solo se puede salir a base de honestidad y trabajo. No hay otro camino que no sea el del sudor y el de llegar al balón una centésima de segundo antes que el contrario. Se avecinan emociones fuertes en las doce jornadas que quedan...

Érase la temporada de la pérdida de pedigrí y del descrédito total del club; érase el año en el que los herculanos nos empeñamos en vivir peligrosamente; érase el momento de Antonio Moreno, el del hombre humilde y el de la serendipia; érase la última bala, el «all-in» a la desdicha y el último disparo... Y ojalá acertemos... Porque no habrá otra oportunidad...