Una nueva llamada desde Alicante. Esta vez es el propietario en persona. Del Pozo, atiende, escucha y no se decide. Desde el otro lado del teléfono, con su habitual charla dicharachera cuando busca convencer a su interlocutor, el máximo accionista insiste en que venga a la ciudad para concretar todo lo que quiera, que le promete máximos poderes. Derrocha simpatía y cercanía Ortiz, se emplea. Le han convencido de que el segoviano es una apuesta firme para sacar al club del pozo. Lo conoce bien de cuando el embrollo con Sergio, sabe de su seriedad. Está convencido de que es su baza para llegar con aire al centenario. Cien años de existencia no se pueden celebrar en una categoría que no es propia de la institución.

Sabe que ha de hacer un esfuerzo extraordinario, y no tanto en el aspecto económico, sino en el que más le ha costado ignorar, el deportivo. Cuántas veces le habrán dicho, zapatero a tus zapatos, Enrique a tus negocios, deja el fútbol para quien lo entienda, para los que saben, por tu bien y el del Hércules. Pero una y otra vez ha caído en la tentación, desde un orgullo mal entendido ha deshecho promesas y compromisos terminando por meter las manos, directa o indirectamente. Errores del pasado que no quiere repetir. Por eso se empecina en traer a Del Pozo, hombre de carácter y convicciones.

Han pasado unos meses desde que llegó Del Pozo a Alicante. Ganó el pulso en el contrato, ganó el pulso al familiar, falta que gane el pulso al objetivo. Sabe muy bien que las estructuras institucionales no existen en este Hércules, es el club del bien o del mal, no hay término medio. No hay tiempo, se gastó todo en 20 años de pésima gestión, en 12 años en el pozo. En el tiempo que lleva, el técnico ha armado una plantilla y le ha dado un entrenador. Manos libres en un año crucial, difícil, en el que la historia del Hércules se cruza con la de una categoría maldita tendente a desaparecer, a cambiar otra vez.

El nuevo año se presenta como un reto, un desafío que vencer sin opción a nada más que subir. Los cinco retos que el Hércules tiene para el 2021 no aguantarían la presión si uno de ellos no se concreta, el ascenso. Los propósitos son una cosa, pero en el club del bien y del mal, ya no hay tiempo para la espera a otro año más sumidos en la oscuridad de una categoría artificial modificable al albur presidencial de la federación. Del Pozo tiene que saber, y bien lo sabrá, que su proyecto no aguantaría un fracaso más. El centenario a la vuelta le obliga a ello. A él, a Cubillo y a los jugadores. No hay más prórrogas, la afición no lo consentiría. El dueño en este caso lo tiene cogido. Le entregó los trastos con todas las consecuencias. Da igual la forma de jugar, de ganar, de llegar a las semifinales. En ellas debemos estar. En el club del bien y del mal, hecho a la medida del máximo accionista, sigue decidiendo la propiedad. Si no hay ascenso, no hay paraíso. Ortiz sabe que Alicante está pendiente de él, del Hércules, de su devenir. Del Pozo ganó el pulso, pero un revés lo pondría en la picota, serviría de nuevo de excusa a quien lo trajo, a quien lo contrató. Y ya casi ni eso. Hace unos meses cuando la tercera se olía en el Rico Pérez, y Alicante era un clamor en contra, se avino a vender. Se desdijo, tomó tiempo, pero la paciencia tiene un límite. Si te quedas, que sea para bien. Si no, como decía la folclórica, «irse»